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Las lluvias dejan 12.456 afectados en 16 provincias
Ajeno a que su casa está inundada desde hace un mes, producto de las varias crecientes que ha sufrido el río Carrizal, Marcos juega, con sus cuatro hermanos menores, a los carritos, apenas con el pato Donald y Mickey Mouse como testigos.
Tiene 13 años, pero el leve retardo mental que padece desde su nacimiento lo hace actuar como de cinco. Recibe con un abrazo a todo visitante que llega al aula de prekinder del jardín de infantes Amado Quiroz, en Calceta -cabecera cantonal de Bolívar-, que se convirtió en su hogar y el de su familia, liderada por su madre, María Vélez.
“Tengo cinco hijos y soy madre soltera”, cuenta la joven mujer que ya se resignó a la pérdida de las pocas pertenencias que tenía en una casa de caña, ubicada en el barrio La Karina, uno de los sectores afectados por las lluvias caídas en Manabí y la apertura de las compuertas de la represa La Esperanza, ocurrida el martes pasado.
Así como ellos, hay 12.456 familias afectadas en 16 provincias, según datos del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). De ese total, hasta el martes pasado, 3.476 estaban en 139 albergues de 46 cantones y 99 parroquias, entre urbanas y rurales, mientras que las 8.980 restantes están con familias acogientes; parientes o amistades que los han recibido en sus hogares durante la emergencia.
En estos lugares de acogida se observan cientos de historias como la de la familia de María Vélez y su hijo Marcos. El peregrinar comenzó a finales de febrero, cuando ella y sus hijos, de 13, 10, 9, 7 y 6 años, se albergaron en el estadio municipal, pero el lugar también se inundó con la primera gran creciente y fueron trasladados al jardín que ahora es su hogar, lo que queda evidenciado por la ropa que cuelga en unos ganchos y la cocineta instalada en una esquina, adornada con figuras infantiles.
En un piso superior está, desde la noche del lunes pasado, Mercedes Pinargote y toda su familia. Ellos tuvieron que “salir a la carrera” de su casa, en el barrio San Felipe, tras anunciarse la emergencia decretada por el Comité de Operaciones Emergentes (COE) provincial y cantonal, que resolvieron la apertura de las compuertas de la presa La Esperanza por la amenaza de desbordamiento, debido al exceso de agua.
“Tengo a mi esposo enfermo de hepatitis y mi hijo y mi nuera se van en la mañana a cuidar las cosas que dejamos alzadas”, relata, sin despegar la mirada de sus tres nietos, quienes corretean por el salón del kinder “A” jugando a las “cogidas”.
Cerca de las 23:00, llega su nuera Rosa Chila, con sus prendas mojadas, para avisar que el agua da a la cintura y que su esposo, Rolando Marín, permanecería cuidando su propiedad.
La condición de evacuados llevó a estas dos familias, que hasta el fin de semana no se conocían, a un colectivo de trabajo junto con los otros 13 grupos que permanecen en el jardín Amado Quiroz. Es que las labores diarias se reparten entre los huéspedes del centro de estudios.
La preparación de los alimentos queda a cargo de dos o tres mujeres, mientras que otro grupo cuida de los niños y los varones que no han salido a buscar algún trabajo, se encargan de limpiar los salones y desbrozar el monte para disminuir la presencia de mosquitos y otros insectos.
La rutina es similar en los otros refugios habilitados en Calceta: la escuela Vesta Cevallos, el colegio Vilulfo Cedeño y el coliseo local.
A las 07:00 ya se ve a los niños en pie pidiendo el desayuno a sus madres. Esta primera comida consiste en leche y plátanos, convertidos en patacones o majados. La ayuda proviene de la finca del alcalde Ramón González o de la Escuela Superior Politécnica Agraria de Manabí (Espam).
La mañana transcurre entre el juego de los niños y la espera de los funcionarios del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y del Municipio para que les lleven noticias alentadoras sobre el día en que puedan retornar a sus hogares.
Las coordinadoras del MIES llegan, pero sin buenas noticias. Maricela Mera y Rosa Párraga les cuentan que la previsión es que en 15 o hasta 20 días las aguas bajen, pero que hay que esperar que no se produzcan más lluvias fuertes.
En Tosagua, las escenas son similares. Cerca de las 11:30, el olor a arroz invade un aula de la escuela Eugenio Espejo, que sirve de hogar temporal a 80 personas de los barrios El Recreo, Las Palmas, Zaparal, Barrio Nuevo y San Roque.
Rosaura Cedeño cuenta que desde el lunes pasado no duerme, porque tras el anuncio de que la represa La Esperanza estaba a su nivel máximo esperaba que el agua, que ya anegaba su casa, subiera de nivel.
“El martes ya supimos que iban a abrir las compuertas y nos fuimos a la escuela, no sé cómo esté mi casa, unos vecinos que van y vienen todos los días cuentan que el agua llega hasta la cintura”, indica mientras da de lactar al último de sus pequeños, de seis meses de edad.
Así como Rosaura, 25 familias representan 120 damnificadas por la inundación producida luego del desborde del río Carrizal, que es alimentado por el agua de la represa. Ese olor a arroz es opacado por el del atún, “acompañante” por tercer día consecutivo.
Eso crea cierta molestia entre los niños, pues piden algo más a sus madres. Y ese “algo más” que Ana Morán pude darle a sus cuatro hijos, Juan, de 10 años, José, de 7, Ufredo (5) y Rossana (4), son unos huevos, que frió para ellos, pues los tenía guardados tras la visita de unos familiares en víspera.
Un sudado de chame, pescado que cultivan quienes viven a orillas del río Carrizal, cerca al puente que conduce a la parroquia Bachillero, formó parte del menú que degustan los integrantes de la familia Morán Zambrano, también habitantes del albergue de la escuela Eugenio Espejo.
“Aunque perdimos nuestros sembríos de maíz, plátano y arroz, nos quedaron las cajas de chame. Vendemos una parte y nos quedamos con unos cuantitos para comer nosotros”, explica Tito Marcillo.
La Universidad de Tosagua es otro de los lugares que ha recibido a los perjudicados por el fuerte temporal. En sus instalaciones están 18 familias que dejaron sus hogares en el recinto El Juncal, que a diferencia de El Recreo, está lleno de lodo.
“Ya tenemos un mes con el lodo hasta media pierna, en días de sol, el olor es insoportable. Perdimos los sembríos, el arroz, el maíz, el maní y los animalitos, también, se ahogaron”, recuerda David Bazurto, un hombre de 78 años, quien recorre diariamente unos 8 kilómetros desde la universidad a su casa para ver que todo esté bien.
Pero las historias no solo están en los albergues. En los sitios afectados, sus habitantes cuentan los problemas que tienen por el agua empozada y el lodazal que inunda El Juncal y otras comunidades que se encuentran en las montañas.
En Calceta, hay personas que permanecen en sus hogares por temor a ser víctima de los delincuentes. Karen Vera mira desde el balcón de la casa que renta cómo sus vecinos pasan con botas de caucho o botes que el Municipio o el Cuerpo de Bomberos de Manta han puesto a disposición de los damnificados para que se movilicen.
“A punta de esfuerzo monté una lavandería pero en la última creciente el agua se metió en la casa y tuve que alzar las cuatro máquinas que tenía, eso me deja sin ingresos ya por dos semanas”, lamenta la mujer, mientras mira una foto de sus hijos que están en El Empalme, con su madre, por temor a que se enfermen.
En una situación similar se encuentra Mariana Rivera, moradora del barrio El Recreo en Tosagua. Ella y su familia llevan más de una semana sin poder salir de su casa, porque el agua llega hasta la cintura desde la semana pasada.
“La gente del MIES y el Municipio viene y toma fotos, pero no tenemos raciones alimenticias. Mi padre tiene 90 años y está en silla de ruedas desde que tuvo un infarto cerebral, el lunes y martes estuvimos sin luz y todo lo que teníamos en la nevera se dañó”, reclama con impotencia, pues no tiene los medios para alimentar a su familia.
Mientras tanto, las autoridades, como los alcaldes de Tosagua, Elba González; y de Bolívar, Ramón González, dicen que a diario hacen todo lo que está a su alcance para dotar de alimentos y colchones a los damnificados, pero que todo es producto de la inclemencia de la naturaleza.