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Ecuador, 29 de Junio de 2025
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La matanza del 15 de noviembre

Me he visto precisado a desarrollar este artículo, tal como hace 40 años, me lo confidenciara un protagonista de ese episodio sangriento de nuestra historia reciente, el recordado camarada Santos, -como se lo conocía– y siendo yo  un adolescente , me permitió ubicarme en los origines, y eslabonar las circunstancias y contingencias en qué se perpetuó uno de los crímenes de Estado de mayor impunidad y ferocidad en el devenir del Ecuador.

Guayaquil amaneció en esa fecha nefasta cargado de inquietudes y emociones encontradas, las brumas del cielo veleidoso de ese mes se adicionaban a la atmósfera de tragedia que se vislumbraba en muchos de sus habitantes. La guarnición militar y policial del puerto había sido considerablemente reforzada con batallones de caballería, venidas de las provincias vecinas, se emplazaron nidos de ametralladoras en sitios estratégicos de la ciudad.

Por orden de las autoridades nacionales y locales la milicia armada hasta los dientes estaba acuartelada y lista para una represión brutal planificada horas antes por los conocidos de siempre.

Mientras tanto, el pueblo libérrimo marchaba por las calles ausentes, con el alto comercio cerrado por sus dueños, el servicio de tranvías suspendido hacía varios días generaba mayor expectación, a quienes se quedaban en sus hogares, la Huelga general establecía sus prioridades las consignas de ,”BAJA DEL ALZA DEL DOLAR” “CONTROL DE PRECIOS” y hasta una tímidas e ingenuas octavillas, pidiendo cambios en las conductas del Estado solventaban la agitación popular. Policías -a pie y a caballo- circulaban frente a las agrupaciones obreras.

Los integrantes del batallón Cazadores de los Ríos esperaban las ordenes homicidas -sedientos de sangre-, mientras sus jefes conocedores del siniestro plan temblaban como damiselas.

Nuevos gritos y arengas rompen el momentáneo silencio de la muchedumbre, se enardecen los corazones, las banderas ecuatorianas y los rojos pendones del sindicalismo son movidas por el sedicente viento del fin del verano costeño, y es el llamado para continuar el camino, de los huelguistas que no llevan armas ni palos ni piedras solo con sus almas sencillas y justas y sus puños justicieros, los escasos transeúntes ajenos a la movilización huyen despavoridos. Las tropas instan a detener la manifestación y logran dividirla en corte sagital.

Hay gran confusión, los disparos de los uniformados cobran los primeros muertos y heridos de las filas proletarias.  
Las nutridas descargas de fusilería y de armas cortas manchan con blanco la jornada gris, a su vez el pavimento suma a su estructuras la hemoglobina de los caídos en las huestes populares, la caballería -sable en mano- solventa un ataque brutal ,los alaridos y el pánico de la muchedumbre y las ya decenas de fallecidos por la barbarie de los genízaros del régimen de Tamayo, posibilitan que la multitudinaria marcha se escinda , y complemente la estampida.

Mujeres ancianos y niños, la familia trabajadora, intentan escapar de la emboscada fascista y en pos de salvar sus vidas caen acribillados por la metralla traicionera de la soldadesca embriagada.

Las interjecciones de dolor ,de los atacados y agredidos , débiles y desarmados, las caras ennegrecidas por la pólvora, de los soldados ,la palidez mortal de las víctimas ,confluyen en el aquelarre de crueldad inaudita ,y de odio cerval de los asesinos .que culminará en la alta noche con cientos de cadáveres, recogidos por las fuerzas del orden, en hacinamiento horripilante ,para luego con sus vísceras despedazadas y sus estómagos acuchillados arrojados a la piedad del río Guayas, su tumba ignota.

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