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El 5 de julio de 1941 Perú invadió territorio ecuatoriano

La guerra se resume en dos palabras: pura tragedia

Luis Hallo, uno de los sobrevivientes de la guerra del 41, se recupera en el Hospital Militar de una lesión en la pierna. Foto: Saskia Chacón  | El Telégrafo
Luis Hallo, uno de los sobrevivientes de la guerra del 41, se recupera en el Hospital Militar de una lesión en la pierna. Foto: Saskia Chacón | El Telégrafo
05 de marzo de 2014 - 00:00 - Redacción Actualidad

Luis Hallo del Salto cumplirá 94 años de edad en  julio de este año. Es un excombatiente de la Guerra del 41 y uno de los pocos sobrevivientes.

En el quinto piso de la habitación 1 del Hospital Militar en Quito, Hallo se recupera de una lesión en su pierna. Durante el día lee una historieta de Condorito que le dejó su último hijo de 30 años, con el que vive en Ambato y durante la tarde, mientras espera que sean las 17:00 para recibir su merienda, las enfermeras le colocan la medicina vía intravenosa.

Siempre con su bastón al lado, Hallo pide que le repitan las preguntas porque está perdiendo poco a poco la audición, pero no su sentido del humor. “Tengo 6 años más de vida, ahí podemos seguir conversando”, dice cuando se le insiste para que conceda a este diario una entrevista. No le gusta hablar con los periodistas porque “le hacen recordar cosas que quisiera olvidar para siempre”.

Aunque  lamenta  no tener ningún certificado o fotografía para probar  lo que habla, se decide a contar por qué ingresó al Ejército. “Antes, en las escuelas, la materia principal era  Civismo. El amor a la patria. Nos preguntaban cuál era nuestra mamá y teníamos que responder: la patria. Eso nos enseñaban, por eso me enlisté”, cuenta.

El excombatiente tenía 20 años cuando los peruanos invadieron Ecuador, el 5 de julio de 1941. En ese tiempo era estudiante del Instituto Tecnológico Superior Bolívar, de Ambato, y recuerda que donde ahora está el parque 12 de Noviembre, en el centro de la ciudad, antes estaba la estación del ferrocarril.

“Me confesó que tenía que atacar mi destacamento esa tarde. Le dije que
me tome preso”.
Según Hallo, un batallón del norte que venía desde Carchi con dirección a la frontera pasó por ahí, gritando  “voluntarios a la frontera”. “Y este bobo se metió de voluntario”, dice el exmilitar y sonríe.

En los primeros días, la ilusión que él tenía de defender a la patria se convirtió en miedo a morir: “Pensamos  que era fácil, que uno iba a matar a la gente y ya. Pero no nos imaginamos lo que era. Solo se escuchaban disparos por un lado y por otro. No se sabía de dónde provenían porque todo era selva”.

Para este hombre lo que ocurrió el 41 propiamente no fue una guerra porque lo único que hacían los ecuatorianos era defenderse de la invasión del Perú que -de acuerdo con la percepción de este exmilitar- se quería  apoderar de todo el Ecuador.

No obstante, fue una tarea difícil, ya que los soldados no contaban con buen armamento ni suficientes proyectiles. Por otro lado, los adversarios tenían mejor dotación y modernos equipos. “¿Cómo nos podíamos defender sin armamento, sin comida y sin dormir lo suficiente por buscar al enemigo?”, se cuestiona indignado.

Hallo junto a los otros voluntarios dormían en campamentos militares que se ubicaban en distintos puntos de la frontera. Para sobrevivir mataron animales salvajes, como culebras y monos. “Se mataba y se hacía fritada”, cuenta entre risas. “Ya ni me acuerdo a qué sabe, pero todo es sabroso cuando no hay qué comer”.

“Uno da hasta la vida por Ecuador, pero
no sirve de nada, ningún gobierno reconoce eso”.
En varios momentos de la conversación, este hombre originario de Pasa (parroquia de Ambato) se entristece al recordar cómo sus compañeros murieron a su lado. Con dos palabras resume toda la guerra: “Pura tragedia”.

“Al principio me arrepentí porque veía cómo caían muertos. Nadie recogía los cadáveres, se quedaban en la selva para que los animales les comieran. Luego uno reacciona y le da como una sed de venganza, por eso me quedé en el Ejército”.

Pocos son los que siguieron en la vida militar después del 41. Hallo fue uno de ellos y permaneció 20 años en total. Toda su carrera militar vivió en la frontera: en la provincia de El Oro, Loja y el Oriente.

Fue parte de la tropa y ascendió rápidamente. Tan solo en 15 años pasó de soldado a suboficial primero y en 1960 pidió la salida. Ahora recibe una pensión de jubilación.

“La amistad vale más...”

Hallo tiene muchas anécdotas que contar de su vida militar: “Una vez entré a un destacamento peruano...”, así inicia su historia. “En Lagartococha (provincia de Sucumbíos), como suboficial, ya comandaba cierto personal y al frente estaba un destacamento peruano de un teniente que no recuerdo el nombre. A los peruanos les gustaban los pasillos y la cerveza ecuatoriana. Por eso un día, unos tres años después del 41, visité a los peruanos para darles una serenata ecuatoriana”.

Con dos sargentos más que sabían tocar guitarra y cantar, cruzó el río en canoa para saludar a sus vecinos. Entre la música y la cerveza, se escuchó un timbre y enseguida un soldado se llevó al teniente peruano para un lado. El excombatiente se inquietó y preguntó a su amigo qué orden tenía. “No me quiso responder y me pidió que me retirara. Después me confesó que tenía la orden de atacar mi destacamento esa tarde. Me enojé y le dije que me tome preso, que así sería un héroe, pero me dijo que la amistad valía más. Así que me dio tiempo de regresar. Apenas llegué di la orden de que todos se escondieran en sus trincheras y enseguida inició la balacera. Duró como tres horas. Enseguida nos dieron el pase a otro lado porque el enemigo ya tenía medidas las distancias”.  

DATOS

La Guerra del 41 es conocida como el conflicto limítrofe entre  Perú y  Ecuador.

Comenzó el 5 de julio de 1941 y terminó formalmente el 29 de enero de 1942, mediante la firma del Protocolo de Paz, Amistad y Límites de Río de Janeiro de 1942.

Las Fuerzas Armadas peruanas
invadieron las provincias: en la Costa, El Oro, Puerto Bolívar y Guayaquil. En la Sierra: Loja y Azuay. En el Oriente: Sucumbíos, Napo, Orellana, Pastaza y Morona Santiago.

Perú ejerció un bloqueo
marítimo y terrestre en la ciudad de Guayaquil, el principal puerto comercial y base naval del Ecuador. Además, rodeó a Quito, capital del Ecuador por el este, oeste y sur.

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En otra de sus aventuras, en las que él mismo reconoce su audacia, ingresó a un destacamento peruano vestido de comerciante para investigar cuántos soldados  y qué armamento tenían. “En Macará (Loja) se les dejaba pasar a los comerciantes para que vendan. Me acuerdo clarito que había una pileta en medio de una plaza, con graderíos. Me senté y viene un soldado: ‘Hey, longo, ¿qué hace aquí?’, me dice, le respondí: ‘Sentado’. Entonces me reclamó que no me había dado cuenta de que le estaba dando la espalda a la bandera peruana en vez de venerarla. Tuve que levantarme enseguida”.

Siguió paseando por el destacamento del ‘enemigo’, entonces uno de los comerciantes lo reconoció y le advirtió que si seguía lo podían matar, por lo que tuvo que regresar a territorio ecuatoriano. “Fue la única vez que no logré conseguir información, las otras veces les preguntaba a los mismos comerciantes”.

Después de terminar ese relato, el excombatiente bajó un poco la voz y se puso más serio. Según él, los peruanos eran buenas personas, pero seguían órdenes porque en el Ejército de ese país, durante la guerra del 41, existía una ley que si algún soldado era capturado, aunque regresara, lo matarían ellos mismos. “Cualquier prisionero que cogíamos nos decía que lo matemos porque igual iba a morir allá. En cambio, nosotros teníamos la orden de devolver a los prisioneros, no de matarlos. Ellos sí desaparecían a los nuestros”.

Cuando era suboficial apresó a un comerciante que tenía unos sembríos y resultó ser un espía que vivía en  Ecuador. Sus superiores descubrieron que era oficial y le dieron a Hallo una orden por escrito que decía: “Lleve a este ciudadano hasta (...) y no regresa más el ciudadano”. “Llevamos al hombre. Lo dejé adelantarse y le di con el fusil en la cabeza. Ahí quedó muerto. Regresé y dije: ‘orden cumplida’, pero me quedé con eso en la conciencia... matarle al pobre hombre”.

“Ya no quería más mujeres...”

La primera novia de Hallo con quien convivió fue peruana. No recuerda nombres, pero sí lo que vivió con las mujeres que pasaron por su vida. “Mis inferiores me querían, yo no era como otros que les pegaban, les trataban mal a los conscriptos. Un día viene un soldado y me dice que mi señora dejó entrar a un hombre a su cuarto. Me dirigí hasta allí y vi por la rendija que ella estaba en la cama con ese hombre. No dije nada y volví más tarde a recoger mis cosas. No me dejaba ir, pero le dije que ya tenía otro amor y que era libre”.

Después de ese desamor decidió buscar una mujer joven “para enseñarle a vivir” y se enamoró de una niña de 12 años. Con esa lojana se casó y tuvo 9 hijos. Años más tarde lo abandonó y le dejó a su pequeño de 11 meses de nacido. “Tenía que llevarlo en el maletero al trabajo. Después de eso ya no quería más mujeres”, recuerda. Pasaron siete años y su esposa regresó a pedirle perdón, pero él no lo pudo hacer. Pasó el tiempo, se divorció y se casó nuevamente con una pilahueña (cantón de Ambato).

Con ella tuvo tres hijos más. Es decir, 12 en total. Su última esposa falleció hace dos años por un problema en el páncreas, en el mismo Hospital Militar donde ahora se encuentra Hallo.

Vida civil: padre de familia

El excombatiente se jubiló del Ejército y entró a la dirección de higiene municipal de Ambato. Ahí se mantuvo cinco años y después participó en un concurso para obtener el cargo de jefe de área (Pilahuín, Santa Rosa y Juan Benigno) del Registro Civil de Tungurahua donde permaneció 20 años más.

Hallo no se arrepiente de sus vivencias, pero sí está decepcionado del poco o ningún reconocimiento que reciben los excombatientes. “Uno da la vida por el Ecuador para que se mantenga la integridad nacional, pero no sirve de nada, ningún gobierno reconoce eso”.

Sin embargo, sonríe al pensar en sus hijos, que son lo que más quiere y por quienes ha luchado todos estos años para que sean profesionales.

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