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El Telégrafo

La fe y la tauromaquia

La fe y la tauromaquia
14 de abril de 2011 - 00:00

Ha transcurrido casi medio milenio, desde que, el Papa Pio V en 1567, ahora San Pio V, emitiera la Bula  “De salutis gregis dominici ” que prohíbe las “luchas con toros y otras fieras en espectáculos públicos y privados, para hacer exhibición de fuerza y audacia; lo cual acarrea a menudo incluso muertes humanas, mutilación de miembros y peligro para el alma”.  Gran parte del pueblo católico hizo caso omiso de la disposición del Santo Padre, y, por el contrario, la práctica de la tauromaquia se consolidó en algunos países como España, Portugal, parte de Francia, México y unos cuantos de América del Sur.

Resulta extraño, por otra parte, que estas lidias con toros se realicen cobijándolas con el nombre de santos, santas y hasta de Nuestro Señor Jesucristo, pues el Santo Padre recalca en su dictamen “aunque sea, como ellos erróneamente piensan, en honor de los santos o de alguna solemnidad y festividad de la Iglesia, que deben celebrarse y venerarse con alabanzas divinas, alegría espiritual y obras piadosas, y no con diversiones de esta clase”. Celebro por eso que, al menos, ninguna corrida se la haga en honor de San Francisco de Asís, de San Martín de Porres o del propio San Pío V.      

El Santo Padre consideraba a tales espectáculos “cruentos y vergonzosos, propios no de hombres sino del demonio”, estimando además que los mismos “no tienen nada que ver con la piedad y caridad cristiana”. Por tal motivo Pío V decretó la pena de “excomunión perpetua” a quién desobedezca el mandato, agregando que  se niegue cristiana sepultura “si alguno de ellos muere allí”.

Es interesante notar que Pio V otorgó la condición de perpetuo a su decreto: “Dejamos sin efecto y anulamos, y decretamos y declaramos que se consideren perpetuamente revocadas, nulas e írritas todas las obligaciones, juramentos y votos que hasta ahora se hayan hecho o vayan a hacerse en adelante” y recalca  “sin que pueda aducirse en contra cualesquiera constituciones u ordenamientos apostólicos y exenciones, privilegios, indultos, facultades y cartas apostólicas concedidas, aprobadas e innovadas por iniciativa propia o de cualquier otra manera a cualesquiera personas, de cualquier rango y condición, bajo cualquier tenor y forma y con cualesquiera cláusulas, incluso derogatorias de derogatorias” . No cabe duda que el Santo Padre, al tomar estas precauciones, había dimensionado las debilidades humanas.

El documento no se difundió en la forma dispuesta por Pio V, en España, por ejemplo, ni siquiera se lo publicó.  Los expertos dicen que a pesar de varios intentos por dejarla sin efecto, la bula estaría vigente, gracias a las precauciones mencionadas.

No soy versada en Teología y, quizá, ni siquiera una buena católica, aunque tal vez podría considerarme algo más piadosa que la media, pues no tolero sevicias contra humanos, ni contra los animales. Y si alguna duda me quedaba, el encuentro con este texto, estoy segura, me ha renovado la fe, y me ha abierto un camino de luz para entender que la coherencia es exclusivamente divina, mientras que la interpretación de los Sacros Preceptos, su manipulación y omisión son humanas, profundamente humanas, lamentablemente humanas.

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