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Fausto Llerena, una especie en peligro de extinción
Tomada de la edición impresa del 9 de abril del 2010
Tenía apenas 7 años y ya sabía, aunque sea debajo del umbral de su consciencia, que su vida estaría entrelazada a la de un ser enigmático e inmemorial. Fausto Llerena Sánchez es único en su especie, al igual que el ejemplar del que es custodio hace 27.
El tungurahuense es el “guardián” del solitario George. La última tortuga de su tipo (Geochelone elephantopus abingdoni) encontrada en la Isla Pinta y que aún no ha tenido descendencia, dándole así un ligero toque de misterio a su existencia.
“En segundo grado, el ‘profe’ Manuel -no recuerda el apellido- nos enseñaba a través del libro Leamos los tipos de especies que habitaban en las Islas Galápagos, también nos hablaba de las introducidas como los chanchos, chivos... Creo que ahí nació mi espíritu de guardaparques; quería cuidar a los animales nativos de acá, como las tortugas. Asumo que es algo que siempre estuvo latente en mí”, revela este hombre, que en su etapa juvenil aplacaba su sed con puro caballo Aldás -trago nativo galapagueño-.
Camina de manera sigilosa, aunque siempre alerta a lo que requieran las 700 tortugas de las que está a cargo en el Parque Nacional Galápagos, pues no solo supervisa a la más “famosa”, aquella que heredara su nombre del cómico hollywoodense George Gobel, quien se bautizó así mismo como Lomesome George.
En su transitar recibe cada dos pasos, cual estrella de cine, el saludo atento del resto de guardaparques, que guían a grupos de turistas, armados con sus cámaras, por los senderos de tierra de la reserva, ubicada en Santa Cruz.
Su primera parada la hace en el criadero de tortugas. Sentado al borde de las parcelas este personaje de piel curtida por el volcánico clima de las Islas, recuerda hasta la hora en la que George fue encontrado en 1972.
“A él lo vio primero un estudiante de la Universidad de Guayaquil (Manuel Cruz) que estaba haciendo su tesis y que fue con nosotros a una misión de erradicación de chivos a la Isla Pinta. Lo encontró a las 10:00 y luego nos avisó. George era pequeño, pero bastante pesado, era gordooo”.
La edad de estos reptiles ovíparos se mide de acuerdo con la cantidad de estrías que presenten en los escudos de sus caparazones, si tomamos esa referencia y la adaptamos a la especie humana, se podría decir que por la cantidad de surcos que presenta la faz de Fausto Llerena, éste toparía fácil los 69 años de existencia.
“Nunca supe ni lo que era biología, yo aprendí este oficio en el campo y siempre fui aficionado a las tortugas”
Este “biólogo empírico” tuvo que recorrer aproximadamente unos 1.626 kilómetros para llegar a la Isla Santa Cruz, donde habita desde 1986 y en la que desea pasar el resto de sus días que, según revela él mismo, tras esbozar una pequeña sonrisa, son pocos.
El periplo de don Fausto empezó desde muy chico, cuando, debido al trabajo de su padre -Noé Llerena, quien era agricultor-, se vio obligado a abandonar un pueblo llamado Guambaló, en Tungurahua. Su primera estación la hizo en Puyo.
“También vivimos en Guayaquil, pero no nos fue bien y por medio de un tío, que nos dijo que la siembra era buena acá, terminamos en Galápagos. Cuando llegamos no había ningún tipo de negocio, había poca gente, éramos como unas 110 personas, ni existían carreteras, nada”, comparte el hombre.
A los 17, Fausto cría por primera vez una tortuga y en el 71, por sus vastos conocimientos de la isla, entra a trabajar al parque. “Yo nunca supe ni qué era biología, yo aprendí este oficio en el campo y siempre fui aficionado a las tortugas. De chico cogí una Galápago, acá en el Cerro Gallina. Tenía como unos cinco años, porque era más grande que ésta”, comenta con un hablar “templado”, producto de haber vivido en la Sierra y la Costa, mientras sostiene a una de las tortugas, de cuya alimentación y reproducción se encarga.
“La tuve 20 años y después se escapó. Cuando las tortugas llegan a su estado adulto se van. Le hice un corral y le daba de comer”, cuenta, tras dejar a la cría en su parcela y continuar su camino por un sendero que lleva su nombre, y que conduce al corral donde se encuentra George.
Mientras recoge hojas de las plantas otoy y porotillo, con las que alimenta al solitario, confiesa que no ha perdido la esperanza de que este ejemplar de 100 años se reproduzca. “Es bueno quedarse solitario un cierto tiempo, pero después uno ya no quiere estar así, pregúnteme a mí que me casé tarde, a los 32, George tiene 100, ya le toca”.
Cronología
Entró a laborar al Parque Nacional Galápagos en 1971, tras pedido del perito forestal John Black, quien luego de varios intentos logra reclutarlo. “Siempre me insistían para que trabajara, sobre todo en los estudios de campo,
porque conocía cómo moverme en el campo y sabía de cacería”, sostiene.
A los 32 años se casa con su amiga de la infancia, Diga Cedeño. “Me gustó porque era una mujer de conf ianza”, dice Fausto acerca de su compañera, con quien solo tuvo una hija, Katherine. “A ella desde pequeña la traía a ver a George, ahora trabaja como secretaria de la dirección del parque”.
Trajo del volcán Wolf a las dos compañeras de George. “Ellas vienen de un sector llamado Puerto Bravo. En
1991 las ubicamos junto con George y en el 2008 pusieron huevos dos veces. Yo encontré los huevos, estaba muy
emocionado, pero al final salieron podridos y no hubo descendencia”.
Linsy Coello
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