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Costumbres, idioma y su vestimenta se han modificado en la urbe

Son las 19:00 del sábado 27 de agosto y las inmediaciones del coliseo Abel Jiménez Parra empiezan a colmarse de ciudadanos oriundos de la Sierra.

Cientos de hombres, mujeres y niños se esfuerzan por cruzar una estrecha puerta que les permita acceder a las instalaciones.

Acuden apresurados a un evento evangélico, pero hay algo que llama la atención: solo las mujeres usan parte de su ropa tradicional.

El anaco (falda) y el chumbi (cinturón bordado) es visible en algunas féminas. Faltan el sombrero y las alpargatas. El primero ya no usan y las otras han sido reemplazadas por cómodas sandalias.

Los hombres, en cambio, han dejado los pantalones de basta ancha con bordados a los lados. Tampoco llevan cubiertas sus cabezas y el cabello lo lucen corto.

Aurora Lema reconoce que están perdiendo parte de su identidad en la urbe. Afirma que no es que quieren olvidar sus costumbres, sino que el entorno los obliga a cambiar.

El idioma quichua también experimenta cambios. Hugo Chango, dirigente indígena juvenil, asevera que en la ciudad se habla “quichua-ñol”.

Puntualiza que es en las recientes generaciones que ha empezado a variar. “Nos tenemos que acoplar a lo que hablan los locales.

No obstante en los hogares se hace énfasis para conservar nuestra lengua y en nuestras escuelas se dan clases de quichua”, explica.

Indica que es en la calle cuando se producen los encuentros entre las personas indígenas y los mestizos en que se empieza a deformar su dialecto.

Considera que los padres de los menores indígenas deben hacer lo posible para que el idioma no se afecte.

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