El conflicto entre etnias ancestrales de la Amazonía no es coyuntural ni solo en respuesta al “arrinconamiento” de las petroleras, sino que tiene su propio contexto histórico y cultural y  debería ser tomado en cuenta para entender a fondo el problema. Así lo sostienen expertos y autoridades  a propósito de los últimos hechos de violencia ocurridos en comunidades indígenas de Orellana, quienes repudian que el tema intente ser “politizado”. Se refieren al conflicto que viven desde hace siglos especialmente los indígenas que habitan dentro del Parque Nacional Yasuní: Waorani, que mantienen contacto con la civilización occidental desde la década de los cincuenta con la llegada de  misioneros evangélicos estadounidenses, y los tagaeiri y taromenani, en aislamiento voluntario. Se estima que waoranis, tagaeiris y taromenanis son grupos o clanes familiares cercanos culturalmente, con similar idioma  y un probable parentesco lejano.    Waoranis y taromenanis, protagonistas de enfrentamientos ocurridos el 5 y el 29 de marzo pasado que han dejado muertos y dos niñas rescatadas,  están asociados cultural y lingüísticamente, pero separados especialmente por conflictos de tierras y afanes de supervivencia.     El misionero capuchino Miguel Ángel Cavodevilla, en sus publicaciones,  fruto de años de estudios de estos pueblos, dice que al principio los taromenanis se ubicaban en la frontera entre Ecuador y Perú, pero que luego avanzaron a donde ahora es territorio waorani. Los waoranis aprendieron a tener relaciones con personas ajenas a la zona y a crear diversas dinámicas para afrontar los desafíos ante la presencia de petroleras, madereros, evangelizadores, turistas y más. Eso, al parecer, es otro de los puntos  mal vistos por los miembros de los pueblos en aislamiento voluntario. En las últimas décadas, los waoranis han crecido en población, pues  supuestamente habían  500 cuando fueron contactados, pero ahora sobrepasarían los 2.000, diseminados en varias zonas selváticas de Orellana y Pastaza. Tras la evangelización, los jóvenes waoranis cambiaron, incluso, su forma de vestir, pues ahora ya no van desnudos, adornados con plumas y cargando una lanza, sino que llevan  camisas, camisetas, pantalones, zapatos y portan aparatos eléctricos. No han abandonado la cacería de animales en la selva, pues  ahora ya no solo les sirve para alimentarse, sino para vender en  mercados y obtener dinero. Para la antropóloga Kati Álvarez, quien ha estudiado a estos pueblos ancestrales, la decisión de no aceptar las condiciones de contacto por parte de los tagaeri -contacto que aceptaron otras familias waoranis en su momento- es expresada hacia actores externos a la nacionalidad. Hacia el interior de los waorani y entre ellos los tageiri,  las relaciones sociales –que incluyen ataques y venganzas- y sus expresiones como cultura captora de redes de parentesco y alianzas continúan. En base a estudios, de los taromenani, en cambio,  se conoce que su líder fue Taromenga o  Tarome y que en la memoria de los waorani se admiraba su bravura y fortaleza. Esta admiración, sin embargo, es parte del pasado, ya que  los waoranis desde hace 30 ó 40 años, al tener acceso a armas,  han perdido el miedo a esa fortaleza y a sus lanzas. “La violencia estructural y cultural ejercida sobre los pueblos indígenas en la Amazonía, y de manera especial sobre los waorani y sus grupos aislados, los  coloca en estado de vulnerabilidad frente a la sociedad nacional en los distintos períodos de relacionamiento”, sostiene Álvarez en una de sus obras. Y asegura que en cada uno se ha experimentado episodios dramáticos donde se han violentado los derechos más elementales de los seres humanos. Ver infografía completa