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Bielorrusia anhela estrechar lazos con Latinoamérica
Desde que Alexander Lukashenko llegó al poder en Bielorrusia, hace 18 años, su dominio se ha consolidado en este país de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Su estilo de gobierno ha suscitado críticas de los sectores de oposición y de Occidente, en particular de Estados Unidos, que en época de George W. Bush lo describió como un líder autoritario y lo llamó el “último dictador de Europa”. Sus simpatizantes, en cambio, lo admiran y le dicen “batka” (padrecito), porque aparece en público como un padre cariñoso con su hijo menor Nikolai.
“El Estado nunca me permitirá ser un dictador, pero el estilo autoritario está en mí y siempre lo he reconocido”, confesó en su momento el mandatario, que gobierna Bielorrusia desde 1994 y en 2010 fue reelecto para un nuevo período de cinco años.
Aunque Lukashenko aparece ahora firmemente arraigado en el corazón del estilo soviético, una mirada a su vida anterior revela sus orígenes más humildes.
Nació el 31 de agosto de 1954 y fue criado por una madre soltera en una aldea pobre del este de Bielorrusia. Su biografía oficial lo hace responsable de una parte considerable del cuidado de su familia. Eso lo llevó a tener “desde la infancia respeto por el trabajo”.
Lukashenko comenzó su carrera política luego de haber dirigido una granja colectiva en la década de los 80. Posteriormente, en 1991 entró en el Parlamento después de ganar fama por su lucha contra el crimen y estableció su reputación como un hombre franco, autoritario y firme.
Cuando el Parlamento bielorruso tuvo que pronunciarse sobre la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), él fue el único diputado que votó en contra. Lukashenko declaró en una comparecencia ante el Parlamento de Moscú: “Somos un país nostálgico de la URSS”.
Veintiún años después de la caída del régimen comunista, Bielorrusia es la única república ex soviética que mantiene la bandera dibujada por los bolcheviques.
Fue elegido presidente en 1994, en las primeras elecciones libres después de la disolución de la URSS. Un año después de asumir opinó que las políticas de Adolfo Hitler en Alemania no habían sido “del todo malas”. A los dos años alargó los mandatos presidenciales de cuatro a cinco años, disolvió el Parlamento y eligió sus nuevos integrantes. Además, extendió otros dos años su mandato en curso.
Su reelección en 2001 pasó inadvertida ante la comunidad internacional porque coincidió con los ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos. Tres años después del inicio de ese gobierno puso fin a la limitación de mandatos y dos años después fue reelecto otra vez.
En 2005, Estados Unidos ubicó a Bielorrusia entre los seis países que formaban el “eje del mal”, junto con Irán, Corea del Norte, Myanmar, Zimbabue y Cuba. Según Washington, Lukashenko había establecido “un régimen opresivo y con una sociedad dividida”.
El líder de la oposición bielorrusa, Alexander Milinkevich, aseguró que “Lukashenko ha hecho muy poco por la democracia en Bielorrusia y su imagen continúa siendo la de un líder autoritario”. Sin embargo, el líder bielorruso goza de popularidad debido a la estabilidad económica lograda durante su gestión, en parte, gracias a la cooperación y al crudo barato que le suministra Rusia, su principal aliado.
Bielorrusia ha aprovechado su posición geoestratégica en Europa Central, que lo coloca como bisagra entre Rusia y Polonia. El preciado hidrocarburo ruso transita por Bielorrusia hacia Europa. Por ello, este país goza de un convenio favorable en el precio de esa energía y del petróleo ruso, y esto le permite mantener la economía y la estabilidad del país, que se enorgullece de su baja tasa de desempleo, inferior al 1%, con una población de casi 10 millones de habitantes.
No obstante, la relación con Moscú se deterioró por las críticas de Occidente y Europa contra Lukashenko a raíz de los disturbios generados por sectores de la oposición que lo acusaron de fraude en los comicios presidenciales de 2010.
Entonces la Unión Europea y Estados Unidos pusieron en práctica una política de aislamiento contra el régimen de Lukashenko y prohibieron la entrada a sus países a 190 altos funcionarios de Minsk encabezados por el líder bielorruso.
La situación se agravó más por un conflicto de deudas por el suministro de gas. Rusia reclamaba al gobierno de Bielorrusia el pago de más de 160 millones de euros (200 millones de dólares), lo que amenazaba con una nueva guerra del gas en Europa.
Desde entonces el gigante energético ruso ha disminuido en un 15% el fluido de carburante al país vecino y el corte irá siendo gradual hasta alcanzar el 85%. La medida fue ordenada directamente por el ex presidente ruso Dmitri Medvédev.
Aunque las relaciones entre Moscú y Minsk han empezado a componerse, los bielorrusos no han superado el golpe, afirman varios analistas que apuntan a que el gobierno de Lukashenko tiene que ampliar sus relaciones comerciales hacia nuevos países.
Justamente con el deseo de intensificar las relaciones con Latinoamérica, el mandatario bielorruso inició esta semana una gira por Cuba, Venezuela y Ecuador.
Durante el encuentro con el presidente venezolano, Hugo Chávez, Lukashenko reveló que su interés es involucrar a otros países de la región con Bielorrusia para firmar acuerdos y “aprovechar la complementariedad económica”.
“Hemos venido no para enriquecernos sino para transferir tecnología, construir viviendas y enseñar a los especialistas”, afirmó.
Bielorrusia, que goza de un poderío industrial, mantiene con Cuba, Venezuela y Ecuador más de 250 acuerdos de cooperación en áreas como energía, industria, ciencia, construcción y proyectos sociales, educación, deporte y cultura.