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Vicente pudo más que la pisada de un caballo y una aguja maldita

Vicente pudo más que la pisada de un caballo y una aguja maldita
17 de septiembre de 2016 - 00:00 - Henry Andrade

Celso Vicente Zambrano vive entre agujas, hilos, tijeras, cintas métricas, escuadras y telas desde los 11 años. Su padre decidió que sea así, pues, al padecer poliomielitis, llegó a la conclusión de que ese era el oficio indicado para él.

Este chimboracense de 74 años con sangre de manabita (su abuelo era de la parroquia Canuto, en Chone) es el sastre de al menos 500 personas cada año.

De ellos, la mayoría son ejecutivos banqueros y abogados de la zona central de Guayaquil. Uno de ellos, es el jurista Javier Villacreses, quien tiene más de 4 años cosiendo sus ternos y pantalones con don Vicente. Este abogado, especializado en asuntos corporativos, reconoce la calidad del trabajo de Zambrano y valora el cumplimiento en los tiempos de entrega de las prendas.

“Prefiero comprar la tela, en lugar de una pieza ya hecha. Pues así queda exactamente a mi medida”, sostiene. El sastre, que mide aproximadamente 1,60 cm, toma con cautela las palabras de este cliente.

Por sus manos han pasado los casimires y las telas de personalidades del puerto principal, entre ellas un exvicepresidente ya fallecido, miembros de la colonia libanesa y otros a quienes les elaboró ternos, levas y pantalones.

Prefiere no dar muchos nombres, ya que una vez le llamaron la atención por revelar que era su sastre de cabecera.

Zambrano opta por olvidar ese episodio sensible y recuerda sus inicios así como los errores en el ejercicio de la profesión, de la cual obtuvo el título de artesano hace 40 años. Uno de ellos cuando, a los 20 años, se equivocó a la hora de armar una leva. “Me quedó estrecha en el pecho, pero ancha en la zona del abdomen”.

Con las ‘manos de acero’

Si hay algo que llama la atención en don Vicente es su mano derecha. Su dedo índice presenta una malformación producto de un accidente ocurrido en su niñez.

“Cuando tenía 8 años iba sobre un caballo y de repente se detuvo. Caí y el animal se asustó. Salió corriendo y me aplastó la extremidad. Por la falta de recursos no me pude intervenir”. La lesión —afirma— no incidió en su aprendizaje del arte de coser y confeccionar trajes.

Pero no fue el único percance que padeció Zambrano a lo largo de su vida. A los 21 años, cuando ya tenía montado un taller en el centro de la urbe, trabajaba con una máquina y, en un descuido, la aguja se le clavó en el dedo medio de la mano izquierda. “Se quebró y me la tuve que sacar con un alicate”, manifiesta al tiempo de mostrar la extremidad.

Talleres de alturas

El menudo hombre de cabeza blanca  no necesitó de asesoría alguna para saber exactamente dónde instalar su negocio. Tampoco requirió de un publicista, ya que él mismo ofreció sus servicios entregando tarjetas a potenciales clientes en los exteriores de los almacenes de telas.

“Tomé la decisión de estar en la zona bancaria y comercial de Guayaquil, luego de ver películas en los cines, en las cuales las principales sastrerías estaban cerca de los edificios más importantes de una ciudad”. Pero hay un detalle más que sorprende: la mayoría de sus locales estuvieron en los segundos y terceros pisos de edificaciones.

Zambrano, quien decidió ser su propio jefe cuando tenía 27 años, nunca pudo instalarse en un local de la planta baja, con la ventaja de colocar un letrero, por el alto costo que tenía el alquiler de ese tipo de establecimientos.

“A nivel del suelo, cada local se cotizaba en 2 mil sucres (cuando aún existía esa moneda en el país) y los de piso elevado, en cambio entre 120 y 140 sucres”, explicó.

Es así que estuvo durante 25 años en el tercer piso de un inmueble ubicado en las calles Aguirre y Chimborazo; luego pasó a la segunda planta de una edificación en la intersección de Luque y Chimborazo donde permaneció por casi una década. También pasó por otra estructura en la que atendió a sus clientes en lo alto por varios años.

Al momento labora desde hace 5 años en el segundo piso en un edificio antiguo de la misma zona. Gracias a su trabajo pudo educar a sus 4 hijos, que ahora son profesionales en distintas ramas.

Sobre las posibilidades de retiro del oficio que solo él desempeñó dentro de su familia sostuvo que en 3 ocasiones se lo planteó.

“Cuando estaba a punto de cumplir 65 años me dije que lo haría al tener esa edad. Luego me lo propuse antes de los 70 y ahora me lo fijé para cuando tenga 75. No sé si lo haga, tal vez no”. Jambrano cuenta ahora con el apoyo de 4 operarios que solo cosen y una ayudante para ciertos arreglos  o para hacer las bastas de los pantalones, Roxana García.

Esta última tiene una década acompañándolo. Ella asevera que en todo este tiempo aprendió muchas técnicas con su jefe. Espera que su don Vicente no cuelgue todavía las tijeras ni las agujas. (I)

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