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Una travesía por el ‘mall de los suelos’ en el suroeste de la urbe

Los vendedores aseguran que los precios económicos son el principal atractivo del lugar. Comerciantes de la Bahía también ofertan sus productos. Foto: Cortesía ULVR
Los vendedores aseguran que los precios económicos son el principal atractivo del lugar. Comerciantes de la Bahía también ofertan sus productos. Foto: Cortesía ULVR
21 de diciembre de 2014 - 00:00

Por Andrea Pungil, estudiante de la U. Laica

El primer domingo de diciembre las calles de Guayaquil se llenan de compradores. Y los hay de todo tipo, quienes recorren a pie en busca de ropa para las festividades navideñas, los que se encierran en los centros comerciales en busca de productos de marca y aquellos que buscan ese ‘mall’ sureño en donde se venden cosas usadas, que también se conoce como el ‘mall de los pisos’ por los tendidos que existen en las veredas.

El sitio está ubicado en la 24 entre las calles C y la F, en pleno corazón del Suburbio Oeste. Los comerciantes que ahí trabajan fueron desalojados hace más de 5 años de la calle Pedro Pablo Gómez (antes conocida como la ‘Cachinería’) y reubicados en el Cisne 2.

Los habitantes de este lugar primero se resistieron a dejarlos vender. Pastora Jaramillo, quien habita en la 20 y C, asegura que han tenido que convivir con el mercado San Vicente de Paúl hace más de 30 años y que cuando llegaron los ‘cachineros’ los vecinos se opusieron. “Hubo enfrentamientos porque, así como hay mercadería usada, se sospecha que llegan artículos de dudosa procedencia. Pero al final se quedaron y se organizaron. Hemos logrado convivir con ellos, pero siempe hay malestar porque llega mucha gente que utiliza palabras de ‘grueso calibre’”.

El movimiento del lugar inicia a las 06:00 con los tendidos de los primeros locales. El ruido y el griterío de los ‘cachineros’ se confunde con el de los comerciantes del mercado.

Aunque los vecinos del lugar dicen que en algunos locales se ofrecen artículos robados, los vendedores aseguran que son de segunda mano.

Todos los comerciantes guardan la mercadería en las casas aledañas que se han convertido en improvisadas bodegas. Los dueños de las viviendas cobran un dólar por noche.

Daniel Pacheco, de 75 años, vive en la 45 y Chambers, es uno de los comerciantes más antiguos. Tiene más de 40 años en la actividad desde que trabajaba en la Pedro Pablo Gómez hasta la nueva reubicación en el Suburbio.

Cuenta que cuando trabajaba en el centro tenía más clientes. “Era un sitio estretégico, cualquier persona que andaba haciendo un trámite o comprando nos visitaba. Había más comodidad, tanto para los compradores como para quienes nos vendían los artículos. Muchos de ellos recorrían la ciudad en busca de prendas usadas. Siempre arribaban con prendas de algún difuntos o cosas que le pertenecieron.

Pacheco argumenta que anteriormente tenía que salir a las 04:00 de su hogar porque a diario existían inconvenientes por el espacio físico en donde se ponen los productos. En la actualidad ya no existen esos problemas porque cada persona respeta su puesto, por eso ahora puede salir con total tranquilidad de su casa a las 06:30 para llegar a las 07:00 y empezar su jornada diaria de trabajo.

Controles en el perímetro

El oficial de turno del UPC N° 5 Rommel Pindo comenta que ellos se encargan de dar patrullaje, todos los días, cada dos horas, y los domingos cada media hora, debido a que es cuando los consumidores asisten en mayor número. En pocas ocasiones ocurren altercados entre el vendedor y el cliente; y cuando lo hacen se debe a que hacen reclamos por algún desperfecto. “Pero ellos deben entender que no existe ningún tipo de garantías en todo lo que se vende porque son de segunda mano”.

Washington Carrera cree que el negocio de la ropa usada está en declive porque existe ropa muy barata en el mercado. “Yo le compro a los recicladores, a aquellas personas que compran ropa usada a domicilio. Nada de lo que vendo en mi negocio es robado”.

En su local, ubicado en la 24 y la D, tiene desde ropa hasta zapatos y los precios pasan los 10 dólares.

Pero la competencia aumenta todos los días, dice Lorena Tomalá, de 47 años. “Antes la pugna por vender era solo entre quienes ofrecíamos ropa usada, ahora veo comerciantes de la Bahía que llegan a vender los remanentes. Eso merma nuestras ventas porque la gente quiere ropa nueva, así sea de mala calidad”.

Frunciendo el rostro asegura que hace tres años el Alcalde les prometíió reubicarlos en las Cuatro Manzanas para que no paguen la bodega, pero hasta ahora no ha cumplido.

Rufina Contreras es una clienta de este sitio. Manifiesta que aquí ha encontrado objetos muy buenos. “Un día compré un coche de bebé y todavía me sirve, eso fue hace 3 años”.

En el lugar se encuentra de todo: ropa, zapatos, electrodomésticos, accesorios de vehículos y hasta libros usados. “Los principales compradores son personas que habitan cerca del mercado y quienes vienen del campo”, indica Freddy Nazareno, de 48 años, un comerciante de juguetes.

“Yo compro juguetes usados, algunos los arreglo y los vendo a mejor precio. No se gana mucho dinero, pero alcanza para sobrevivir. Además, como estamos cerca de la Navidad y el fin de año las ventas han aumentado considerablemente. No hay por qué quejarse”.

Pero así como los comerciantes saben la procedencia de sus productos, los compradores aseguran no sentirse mal por comprar en el ‘mall del suelo’ o de los pobres, como también se lo conoce.

Yolanda Bajaña, de 31 años, cuenta que con 30 dólares compró la ropa de Navidad para sus cuatro hijos. “Yo no tengo dinero para ir ni a la bahía, mucho menos a un centro comercial. Así que no tengo vergüenza de venir a comprar a este sitio”.

La jornada de trabajo se extiende hasta las 13:00, de ahí en adelante se observa llegar carretas cargadas de mercadería. Los comerciantes corren en busca de buenos productos. Empieza el negocio, la oferta y la demanda. Algunos salen cargando cartones y otros con las manos vacías. Ya a las 15:00 el lugar queda desolado y lleno de basura, que es la queja más grande del vecindario.

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