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El Telégrafo
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Un puerto en tránsito

Un puerto en tránsito
25 de agosto de 2013 - 00:00

La historia del puerto de Guayaquil se relaciona íntimamente con la geografía y el entorno natural que le circunda: la cuenca del Guayas y el golfo de Guayaquil. Y también con el tipo de especialización portuaria que Guayaquil tomó desde la Colonia: la construcción de navíos.

En realidad, el primer puerto de embarque y desembarque de productos estuvo en Puná. Una descripción de Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre (1754), indica que Puná era el sitio “más común y frecuente para las embarcaciones marchantes de grande buque”. Allí también estuvieron los astilleros originales que posteriormente se trasladaron a tierra firme.

Su posición estratégica entre El Callao y Panamá determinó que nuestra ciudad se convierta tempranamente en un puerto de importancia regional, aunque secundario, si lo comparamos con los anteriores.

En 1941 se estableció que la ría de Guayaquil no tiene  calado para grandes buques...

En 1620, el fraile y cronista Antonio Vásquez de Espinoza se refiere con entusiasmo de la actividad portuaria en Guayaquil: “Es puerto principal de todo el Reino de Quito, de mucha contratación, así con la tierra de adentro, donde traen muchas harinas, jamones, quesos y otras cosas, no solo para la ciudad sino para embarcar para Lima, y toda la tierra del Perú, como son paños, cordellates, cordobanes y otras cosas, también se llevan de la dicha ciudad muchas tablas y maderas para las fábricas de Lima y otras partes de los llanos de aquel Reino, por no haberlos allá a propósito, llevan también mucha jarcia, que se labra, y beneficia en la dicha ciudad, y en los pueblos de su jurisdicción, que se hace de Cabuya, cantidad de cacao que se coge en las haciendas que tienen los vecinos de la ciudad, por las riberas de los ríos que lo sacan para el Perú, Nueva España y Tierra Firme; vienen a este puerto muchos navíos cargados de Lima, y de los valles de Ica, y Pisco, con mucha cantidad de botijas de vino, para el gasto del Reino de Quito, de suerte que este puerto se comunica con todo el Reino del Perú, con Tierra Firme y Nueva España y de él sale el navío del oro del Reino de Quito”.

Todas las naves que curvando el Estrecho de Magallanes pasaban por Valparaíso y El Callao, tenían que detenerse en Guayaquil. Por ello, históricamente, mantuvimos nexos comerciales con chilenos y peruanos, pues las novedades europeas venían del sur. Guayaquil siempre fue destino obligado de pasajeros y carga, aunque los viajeros del Pacífico podían hacer escala técnica y abastecerse en la Punta de Santa Elena y Manta.

Con el paso del tiempo, Guayaquil creció y su puerto dinamizó la economía local y regional, convirtiéndose en polo de atracción para mercaderes de todas las latitudes que se quedaron para siempre en las riberas del anchuroso Guayas.

La historia del puerto de Guayaquil no está exenta de episodios sombríos, ya que allí, desde el tiempo de la Colonia, se afincaron comerciantes importadores que intentaron evadir los impuestos de la Corona. Surgió una casta de mercaderes dedicados al contrabando que en mucho expolió las arcas del fisco, afectando, sobre todo, a la naciente república del Ecuador (1830), por las enormes dificultades de comunicación que existían entre el puerto principal y la capital de la república. Encerrados entre montañas y desde las alturas andinas, los funcionarios del naciente Estado, difícilmente pudieron controlar las apetencias de los contrabandistas más avezados. Incluso, se rumoreaba que la corrupción salía de las propias entrañas de la Aduana.

En 1959 la historia portuaria cambió para Guayaquil, con la construcción de un puerto marítimo

Sin embargo, los primeros gobernantes del Ecuador (Flores y Rocafuerte) se preocuparon por dotar de faros al puerto de Guayaquil, lo que significó una primera modernización. En 1841 Guayaquil ya contaba con faro y se botaba al río Guayas el vapor del mismo nombre, uno de los iconos que aparece en el escudo nacional.

Ya en el siglo XX la actividad portuaria ha crecido formidablemente y el puerto no abastece el tráfico de embarcaciones, a pesar de la infraestructura que ofrece el malecón: la Aduana con su “tren” de carga, el mercado de la orilla, decenas de muelles construidos para el comercio fluvial y un “muelle fiscal” de importancia. En 1941 se acepta que la ría de Guayaquil no tiene el suficiente calado para grandes buques y se establece que estos descarguen en la isla Puná. El historiador Julio Estrada Ycaza, en su libro “El puerto de Guayaquil. Puerto Nuevo”, refiere que el dragado del río Guayas fue una idea que ya se le ocurrió a nuestro prócer de la independencia José Joaquín de Olmedo, ¡en fecha tan temprana como 1814! Se imaginarán, entonces, que para mediados del siglo XX el puerto en la ribera del Guayas había colapsado.
Se decide, pues, buscar un nuevo emplazamiento para el puerto y triunfa la tesis de hacerlo más allá de los límites de la ciudad, al sur, en el Estero del Muerto, tributario del brazo de mar conocido como Estero Salado. Desde 1959, la historia portuaria cambió para Guayaquil, con la construcción de un puerto marítimo cuando la ciudad tenía 260.000 personas. Pero el actual puerto se proyectó para una urbe de hasta un millón de habitantes. Hoy, Guayaquil tiene casi tres millones y, por ello, se impone actuar con decisión, sin llenarnos de discursos demagógicos. Así lo demanda el patriotismo y el amor por Guayaquil y el país.

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