Un llamado que cambia vidas de jóvenes

El hombre se encuentra en una búsqueda incesante sobre ¿cuál es su vocación o sentido de vida?  Al encontrarla y ejercerla se siente realizado y satisfecho hasta el punto de querer perfeccionarse en lo que ama y superar cualquier obstáculo. Es la explicación que da  el psicólogo Mario Anchundia sobre la vocación. 

“La palabra deriva del latín vocatio, que significa ‘llamado’.  Toda persona en algún momento de su vida lo encuentra”, asegura.  

Esa vocación fue la que nació en John Maruri, quien colaboró en su parroquia desde los 13 años de edad, pero no fue hasta que estaba por terminar la universidad que este llamado se volvió más fuerte. Hoy es el subdirector del Seminario Mayor de Guayaquil, Francisco Xavier de Garaycoa.   

Asimismo, David Garrido optó por esa ocupación mientras sirvió como monaguillo por 6 años. “Sentí ganas de ser como el padrecito que estaba en la parroquia, de ver su cercanía con el pueblo de Dios”, explica. Aunque estudiaba en la universidad este deseo fue más grande: a los 18 años ingresó al seminario.  

Danilo Barragán siempre pensó que la vida religiosa no era para él, pero gracias a un primo sacerdote ingresó al seminario y allí se quedó. Ahora esa es su profesión. No solo cumple un horario de oficina, sino que ejerce las 24 horas al día y los 365 días del año.

Aunque muchas veces se ha comentado que ha disminuido el número de interesados en el sacerdocio, Maruri afirma que aumentaron en el 2000 y, en la actualidad, se mantienen. 

“El problema no es la falta de vocación, sino las respuestas a estos llamados. El mundo en el que vivimos ha cegado tanto a la juventud que no le permite ver las huellas que Dios deja en el corazón”, comenta Sor Cecilia, una religiosa de la comunidad de las Hermanas Clarisas.

El Seminario Mayor de Guayaquil, en el kilómetro 5 1/2 de la vía a la costa, recibe a seminaristas de distintas diócesis: Guaranda, Babahoyo, Azogues, Yaguachi, entre otras. En la actualidad existen 80 seminaristas en Guayaquil y cada año se realizan alrededor de 4 o 5 ordenaciones.

Entre los requisitos para entrar al seminario están ser bachiller, contar con un sacerdote o guía espiritual y luego asistir al seminario a unos planes vocacionales donde se recibe consejería y discernimiento para saber si ingresan o no.  El seminario dura 7 años y en el primero se reciben clases introductorias para nivelarse en ramas humanas, religiosas y en materias del colegio. Luego toman dos años de Filosofía y, por último, cuatro de Teología.

El método que emplea la diócesis de Guayaquil para atraer a estos jóvenes y así ayudar a aceptar el llamado de Dios es por medio de campañas vocacionales que se realizan en agosto, visitando colegios y haciendo test vocacionales. Además, seminaristas visitan grupos juveniles para identificar a quienes posean interés por la vida consagrada y hacerles un seguimiento  para que disciernan si es su vocación.

Las hojas dominicales y los retiros que realiza la diócesis cada año  ayudan a despertar interés. También hay otra forma de inclinarse por esa vocación. “Siempre estuve alejado de la Iglesia Católica y de Dios, pero un día estuve al borde de la muerte y fue en ese momento cuando comprendí su grandeza y fui sanado no solo físicamente, sino espiritualmente y decidí entregarme a mi Dios”, cuenta Paquito Barragán, sacerdote jesuita nacido en Cali, que ejerce Medellín, Colombia.

Los aspirantes a sacerdotes, tras los siete años del seminario, deben permanecer en una parroquia un año como diáconos, y el obispo junto a otros sacerdotes deciden si está listo para su ordenación.

En su vida consagrada, los sacerdotes cubren los gastos de las parroquias con aporte de los feligreses. Así pagan las cuentas de los servicios básicos y destinan un porcentaje para la comida, aunque en parroquias de mayor tamaño estos reciben un sueldo mensual.