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Tres guayaquileños del siglo XIX: Rocafuerte, García Moreno y Carbo

Tres guayaquileños del siglo XIX: Rocafuerte, García Moreno y Carbo
23 de octubre de 2012 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

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El siglo XIX fue el “siglo de la política”, como dice el historiador argentino Elías Palti. Época de transición entre una sociedad de “antiguo régimen” y otra que experimentaba los primeros impulsos de la modernidad, el siglo XIX fue para los guayaquileños y ecuatorianos, el arranque de un proyecto político aún vigente: el republicanismo liberal.

En términos generales, el proyecto de la modernidad se sostiene en el discurso de la civilización y el progreso. Entre los siglos XVIII y XIX, las mentalidades más avanzadas plantearon superar los rezagos de sociedades abocadas a la ignorancia y envueltas en la superstición. Por ello, el afán democratizador de los modernos iba de la mano con su vocación pedagógica, orientada a incorporar a las “masas” a un proyecto civilizatorio que intentó, a su manera, formar ciudadanos.

Tres guayaquileños encabezaron, desde el tinglado político, esa propuesta en el siglo XIX republicano: Vicente Rocafuerte, Gabriel García Moreno y Pedro Carbo. El primero fue muy pragmático y se mostró partidario de la libertad de cultos, razón por la cual, se le tildó de protestante: “la exclusión de todo otro culto exterior, excluye la esperanza de obtener un buen sistema de civilización que es lo que más falta nos hace”, comentó en 1843, refiriéndose a la propuesta de declarar al catolicismo como única religión del Estado.

Rocafuerte fue un presidente civilista que creyó que el adelanto de los pueblos debía sostenerse en lo material y en lo espiritual. Sin duda, fue un patriota en el ejercicio del servicio público que sacrificó sus intereses personales ante el bien común. Su dedicación abnegada -a riesgo de su propia vida- en el episodio de la fiebre amarilla de 1842, como Gobernador de Guayas, le granjeó la admiración y el respeto de “tirios y troyanos”. Más que un “déspota ilustrado” –el remoquete lo puso Pareja Diezcanseco- fue un gran modernizador que impuso el orden para llevar adelante su proyecto civilizador: “Cómo reemplazar las tres mil víctimas que han desaparecido en la Provincia del Guayas? (refiriéndose a los estragos de la peste de 1842) ¿Cómo reanimar los campos y dar nueva vida a la agricultura, si los legisladores se empeñan en sacrificarla a preocupaciones que sólo pudieron existir en el siglo XII, y que tienden a poner en evidencia nuestro atraso en la carrera de la civilización?”, dijo alguna vez este constructor de la nación.

Otro presidente guayaquileño que abrazó, a su manera, la búsqueda del progreso nacional, fue el conservador Gabriel García Moreno (1821-1875). El suyo fue un proyecto de modernidad católica que apuntó a moralizar la sociedad, sobre la base de un Estado centralista y fuerte, capaz de bloquear cualquier tentativa disgregadora. 
García Moreno fue un gran constructor de caminos y escuelas. La obra pública realizada en su administración no tuvo paralelo hasta ese momento. Pero, sobre todo, planteó la necesidad de avanzar hacia la modernidad en el ámbito de la educación, apoyando el cultivo de las ciencias, las artes y las letras.

En su noción de Estado terrateniente, sin embargo, podemos vislumbrar el principal conflicto político, ideológico y cultural del siglo XIX ecuatoriano: aquel que giró en torno a la Iglesia, su poder material e influencia en las mentalidades colectivas. De hecho, la tensión entre las fuerzas del “poder espiritual” y el “poder secular” fueron palpables hasta alcanzar una “resolución parcial” –en palabras de Osvaldo Hurtado- en la Revolución Liberal de 1895.

Durante el primer gobierno de García Moreno (1861-1865), el líder firmó un concordato con la Santa Sede, lo que motivó la oposición tanto de sectores eclesiásticos “para impedir la intromisión estatal”, como de los liberales. Entre estos, su más firme contradictor y opositor del proyecto de Estado clerical fue Pedro Carbo Noboa, liberal doctrinario que dirigió el Concejo de Guayaquil. 

A través de opúsculos, discursos y acciones concretas, Pedro Carbo criticó tenazmente lo que muchos percibían como el inicio de una era de oscurantismo para el país. Y es que Carbo entendió que tras la propuesta de García Moreno se escondía un proyecto clerical, centralista y nocivo a los intereses de un sector de las elites guayaquileñas.

Las principales medidas que favoreció Pedro Carbo, con recursos propios, fueron la creación de la Biblioteca Municipal (1862), el Museo Industrial (1863) y la Junta Universitaria del Guayas (1867), como parte de la lucha por capturar espacios de poder simbólico. Como político y educador, Pedro Carbo vio la necesidad de minar la acción ideológica de la Iglesia, con la formación de instituciones culturales y educativas que contribuyeran a moldear “conciencias modernas” y a difundir los valores del pensamiento liberal ilustrado. 

Guayaquil y el país pisaron, con estos tres grandes hombres, el umbral de la modernidad política y cultural. Rocafuerte, García Moreno y Carbo fueron líderes constructores de la nación. Aunque con visiones distintas, supieron que más allá de las diferencias ideológicas, había un ideal superior por el cual luchar: la consecución del bienestar de los ciudadanos de la naciente república.

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