Ecuador, 08 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

La ritualidad también señala el espacio donde actúan los agentes de socialización

Sociabilidad, entre costumbre y cambio

Sociabilidad, entre costumbre y cambio
07 de mayo de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Hay dos formas de entender la historia: la primera, como reconstrucción escrita del pasado, y la segunda, como experiencia de vida. Algo hemos discutido en esta columna sobre historiografía guayaquileña -desde un sentido particularmente crítico sobre el tipo de crónica histórica escrita por las élites (o sus portavoces), de manera grandilocuente y sesgada, para legitimar su dominación social-; pero, en esta oportunidad, reflexionaré sobre un rasgo que existe en todas las sociedades humanas y que, por lo tanto, se convierte en un concepto que es necesario repasar: la sociabilidad.

Del mundo colectivo que es el gran actor de la historia se derivan las distintas formas de sociabilidad que se cristalizan en prácticas cotidianas. Es decir, la vida cotidiana no es sino la expresión de la sociabilidad humana, afirmada en la historicidad del mundo social.

Dicho de otra manera, la historia se concreta de modo más inmediato en el mundo de la vida; es decir, en la cotidianidad, cuyas diversas formas son expresiones de sociabilidad. Ahora bien, ‘ritualidad’ es la palabra clave para entender la vida cotidiana. Entiendo por ritualidad el conjunto de acciones, usos y prácticas dotadas de sentido que frecuentemente realizan los grupos humanos, en el marco de la reproducción social.

La ritualidad es repetición y operatividad a la vez. El crítico Jesús Martín Barbero sostiene que “frente a viejas concepciones dicotomizantes, la etnografía de la producción nos descubre hoy la profunda imbricación entre operación y expresión, entre las rutinas del trabajo y las energías de la transformación. Las ritualidades constituyen también gramáticas de la acción (Ramírez y Muñoz, 1996) -de mirar, de escuchar, de leer- que regulan la interacción entre los espacios y tiempos de la vida cotidiana”.[1] Pero la ritualidad también señala el espacio donde actúan los agentes de socialización, oscilando entre la costumbre y el cambio.

Lo anterior sugiere que, en el ámbito de la vida cotidiana, la puesta en escena de las ritualidades como producto de la socialización primaria de los individuos, toma en cuenta el mundo de las convenciones establecidas bajo el impulso de la tradición, a la par, con la creatividad individual y en el contexto de los agentes de socialización (familia, escuela, grupo barrial...). Por ello, es necesario identificar los diferentes modos de sociabilidad que surgen como producto de esa matriz diferenciadora de lo social; es decir, aquello que, por un lado, deviene repetición, tradición y costumbre, y por el otro, aparece como el resultado de la transgresión liberadora del individuo.

En el Guayaquil de fines del siglo XVIII y hasta la primera mitad del siglo XIX, se redefinen las relaciones entre lo público y lo privado que habían predominado durante el período colonial. En esta etapa de transición surge una nueva noción de lo público y lo privado, junto a una paulatina aceptación, a través de la imposición de discursos y prácticas civilizatorias que inciden en la cotidianidad.

No obstante, esa diferenciación no ocurre de modo mecánico, sino que se entreteje en la confluencia de dinámicas socioculturales premodernas y otras sociabilidades de nuevo cuño, lo que discurre en la medida en que se afianza, a lo largo del siglo XIX, “una específica ‘formalización’ de las acciones cotidianas, de las sociabilidades, como especie de reinterpretación del mundo y de reclasificación de sus elementos con una mirada puesta en el aumento de la capacidad de control y dirección, de ‘destino’ social y político”.[2]

Asomarnos al cambio de sociabilidades que se genera entre los siglos XVIII-XIX, en Guayaquil, implica partir de una base sociocultural ‘barroca’, entendiendo el cúmulo de matices que esa noción despliega, más allá de los rituales que demandaban la visibilización de los estamentos o ‘cuerpos’, como reflejo de una sociedad estamental, hacia discursos y prácticas marcadas por la creciente diferenciación de las esferas públicas y privadas, en el marco de una racionalidad ilustrada y por definición, moderna, que se imponía lentamente.

Como dice el historiador Phillipe Ariés, “el problema está en saber cómo se pasa de un tipo de sociabilidad en la que lo privado se halla separado de lo público e incluso lo absorbe o reduce su extensión”.[3] Si observamos que el evento más importante del siglo XIX, en nuestro país, fue la independencia y creación de un nuevo sistema sociopolítico, a partir del cual se empezó desde cero y se trazó una nueva racionalidad política, económica y social, podemos deducir que la implementación de los mecanismos de institucionalización estatal -a nivel local, provincial, regional y nacional- y la creación de dispositivos de control social, impactaron en la vida cotidiana y modificaron la sociabilidad colectiva. (O)

[1] Jesús Martín Barbero, “Deconstrucción de la crítica: nuevos itinerarios de la investigación”, en María Immacolata Vassallo de Lopes y Raúl Fuentes Navarro, Comunicación, campo y objeto de estudio, Colima, Universidad de Colima, 2001, p. 36

[2] Carlos A. Gadea, ‘La dinámica de la modernidad en América Latina: Sociabilidades e institucionalización’, en Revista Austral de Ciencias Sociales, N° 13, Valdivia, 2008, p. 62.

[3] Phillipe Ariés y George Duby (eds.), Historia de la vida privada. Del Renacimiento a la Ilustración, Vol. 3, Madrid, Taurus, 2000, p. 25.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media