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Los escritores que recién aparecían se inclinaban por el trabajo silencioso

‘Renacimiento’ y cambio generacional en la poesía porteña (1916-1917)

‘Renacimiento’ y cambio generacional en la poesía porteña (1916-1917)
20 de julio de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En un ensayo crítico sobre la ‘nueva poesía guayaquileña’ (1916), Julio César Endara cuestionaba la incomprensión social que existía hacia los “jóvenes poetas”, al punto de “descargar una serie de calumnias […] sobre esos jóvenes liróforos que han comprendido el arte con tal intensidad que no pasan entre nosotros como aves raras y molestas”. 1 En esa línea se inscribe la promoción literaria de Renacimiento, revista guayaquileña que ve la luz en enero de 1916, con la finalidad de “hacer obra de cultura literaria en nuestro reducido campo intelectual”. 2 La noción de campo, en el sentido de una esfera autónoma con sus propias reglas que posibilite a estos literatos reproducirse socialmente, está presente aquí. Esta idea se refuerza cuando los directores de Renacimiento aclaran que el objetivo de la revista es “crear un medio disciplinario en materia de estética, que agrupe todas las vocaciones artísticas y recoja los valores literarios todos”; 3 es decir, se busca un espacio y marco referencial normativo para el ejercicio profesional del arte y la literatura, acogiendo la diversidad de actores y propuestas.

Pero la existencia de un campo cultural autónomo no es cortapisa para que estos literatos expresen, a su manera, un posicionamiento político y social. El rechazo que exhibían a los convencionalismos de una sociedad mojigata y colmada de apariencias les permitía posicionarse desde una actitud crítica, en términos de una “ética nueva”, más allá de las diferencias literarias que les separaban de la generación anterior: la de los poetas románticos.     

La politicidad de los modernistas guayaquileños estaría ligada, por lo tanto, a la creación de espacios de intervención en la esfera pública, donde el libre ejercicio creativo es el fin que persiguen, a través de medios de difusión de sus ideas como son las revistas especializadas, en cuyas páginas se revela la existencia de comunidades de interpretación. A modo de ejemplo, la revista Renacimiento aparece como una especie de laboratorio de ideas para los poetas guayaquileños de inicios del siglo XX, donde también se vislumbra el ethos moderno que atraviesa y sostiene el proyecto estético de los modernistas. Allí, como en otras revistas literarias del periodo, se definen –con mayor o menor lucidez– los perímetros de un campo literario que está sentando sus mojones: en primer lugar, la invención de un lenguaje propio, con los horizontes metalingüísticos del modernismo; en segunda instancia, la existencia y reproducción de mecanismos de legitimidad donde la crítica literaria juega un papel fundamental y, finalmente, lo que Julio Ramos llama las “narrativas de legitimación” basadas en “la crítica a la modernidad”. 4

De los anteriores componentes nos interesa más el último porque allí se vislumbran los entresijos de la sociabilidad de los modernistas, quienes por todos los medios intentaron distanciarse de sus predecesores. Mientras que los literatos guayaquileños de la época de los ateneos se placían por aparecer en público y emitir discursos ampulosos de contenidos políticos o moralizantes, los ‘nuevos’ escritores preferían el trabajo silencioso y la dedicación a la actividad editorial. Si bien es cierto que existía una “radical dependencia” de la literatura con respecto a la prensa, 5 las revistas literarias como Renacimiento eran pensadas como espacios independientes donde se reproducía el tipo de sociabilidad que estos sujetos exteriorizaban: una basada en la “conciencia de la especialización”, en palabras de Carlos Altamirano; 6 es decir, en el carácter de “experto” que el literato modernista ostentaba.

Así, cuando Renacimiento se hace eco del homenaje que algunos centros literarios del puerto le rinden al experimentado poeta Nicolás Augusto González, el redactor manifiesta que “la índole literaria de nuestra revista nos priva de reseñar el acto, grandioso y elocuente, en todos sus detalles”, 7 y en cambio, transcribe el discurso que ofreció el poeta Medardo Ángel Silva, en representación de la revista. Silva, en un ensayo sobre la poesía de Humberto Fierro publicado en Renacimiento, celebraba la personalidad huraña de su congénere, tomando las palabras de José Santos Chocano: “odio el rumor con que hablan los cenáculos”.

Para el autor de El árbol del bien y del mal, la actitud del poeta Fierro se ajustaba a su talante de “poeta”, “creador” y “artífice”, “alejado del estrecho círculo del medio ambiente, de la ruin política literaria”, al desdeñar el conjunto de “literatizantes, críticos y otros parásitos del jardín de Apolo, que fabrican prestigios cotidianamente”. 8 Por ello, el papel de la crítica literaria es clave en la formación del campo literario, ya que no solo expresa la necesidad de legitimar un canon, sino la de crear públicos informados en el saber letrado. 

LAS DIFERENCIAS ENTRE ‘NUEVOS’ Y ‘VIEJOS’ LITERATOS

La segunda diferencia entre los ‘viejos’ y los ‘nuevos’ literatos deriva del nivel de profesionalización y especialización. Los escritores modernistas de Renacimiento o El Telégrafo Literario no fueron aficionados ni diletantes, sino asiduos practicantes del oficio. Los poetas se reunían en las redacciones de los periódicos donde trabajaban, en los cafés o en alguna casa, para leer y comentarse los textos. Podían buscar el criterio de escritores veteranos como Nicolás Augusto González, llevándole composiciones “para que las corrija”, 9 como muestra de respeto a su magisterio. La actividad editorial les hacía perseverar en el empeño por difundir los textos líricos que, en el caso de la revista Renacimiento, debían ser inéditos.

Un tercer contraste era la actitud que los jóvenes poetas ‘modernistas’ asumían frente a un materialismo exacerbado que parecía brotar en la vida cotidiana, como resultado del proceso de acumulación originaria que experimentaba Guayaquil y que había propiciado la emergencia de una burguesía mercantil capitalista en el periodo liberal. Estos bardos criticaban la cultura “municipal y espesa” 10 de la oficialidad, así como el “terrible medio” 11 que impedía el surgimiento de una intelectualidad dedicada exclusivamente al cultivo de las letras. Lo anterior les llevó a sentirse extraños frente a los valores de ascenso social y crecimiento económico que imponía la mentalidad burguesa, por lo cual, reaccionaron instituyendo “una contracultura en que reinaban la belleza y el arte como valores eternos”. 12

1. Julio César Endara, ‘La nueva poesía guayaquileña’, en Renacimiento, Año I, Vol. 1, No. II, Guayaquil, agosto de 1916, p. 64.

2. ‘Primera página’, Renacimiento, Año I, Vol. I, No. 1, Guayaquil, julio de 1916, p. 1.

3. Ibídem.

4. Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, Santiago de Chile, Cuarto Propio/Callejón, p. 87.

5. Ibídem.

6. Carlos Altamirano, ‘Élites culturales en el siglo XX latinoamericano’, en Carlos Altamirano, ed., Historia de los intelectuales en América Latina. II. Los avatares de la ‘ciudad letrada’ en el siglo XX, Buenos Aires, Katz Editores, 2010, p. 14.

7. ‘Homenaje a González’, en Renacimiento, Año I, Vol. I, No. 10, Guayaquil, 1917, p. 395.

8. Medardo Ángel Silva, ‘Un poeta selecto’, en Renacimiento, Año I, Vol. I, No. IV, Guayaquil, octubre de 1916, p. 142.

9. F. J. Falquez Ampuero, ‘Con el poeta González’, en Renacimiento, Año I, Vol. I, No. 9, Guayaquil, marzo de 1917, p. 328.

10. J. J. Pino de Icaza, Una interpretación de Medardo Ángel Silva, Guayaquil, Imprenta del Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, 1955, p. 13.

11. Julio César Endara, ‘Notas acerca de la formación de los intelectuales’, en Renacimiento, Año I, Vol. I, No. IV, Guayaquil, octubre de 1916, p. 139.

12. Michael H. Handelsman, El modernismo en las revistas literarias del Ecuador: 1895-1930, Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1981, p. 21.

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