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El Telégrafo
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Olimpia vive necesidades en medio de culebras y desorden

Olimpia vive necesidades en medio de culebras y desorden
08 de julio de 2012 - 00:00

La mayoría de ciudadanos de la urbe porteña no desconocen las limitaciones de las personas que viven a las orillas de los brazos de esteros... mientras más lejos estén del corazón de la regeneración urbana, más evidente es el cuadro de pobreza de las viviendas.

En medio del denominado “cinturón de pobreza” existen hombres y mujeres que pasan necesidades extremas y que pese a estar censados apenas cuentan, aun, con el apoyo solitario e individual de ellos mismos.

María Olimpia Reyes Mina es una esmeraldeña que llegó al sector de Cristo del Consuelo junto con su abuela y una masiva inmigración de afroecuatorianos que empezaron a invadir las orillas del estero a finales de la década de 1950.

Doña Olimpia, como la conocen en el lugar, dejó su tierra natal y sus estudios a la edad de 10 años. Desde entonces se dedicó al servicio doméstico, actividad que abandonó hace varios años.

Por su antigüedad en el barrio, sus vecinos aseguran que es una de las “fundadoras”. Tal jerarquía, a los 65 años de edad, apenas le ha servido para ser propietaria de una casa de caña de 3 por 4 metros, aproximadamente, en la intersección de las calles G y la 12.

Doña Olimpia, un día cualquiera, pasa fuera de su casa... es más fácil andar y sentarse en los exteriores que en el interior. Sus pocas pertenencias yacen en un piso tan irregular que una cocina que solo sirve para sostener unas ollas vacías permanece inclinada 20 grados hacia el frente.

Sentada y con la cabeza apoyada en su rodilla izquierda, en el piso de afuera, donde las piedras y algo de basura compiten con el orden de su casa, doña Olimpia lidia por su cuenta, actualmente, con lo que ella considera una gripe.
“Pero soy necia... no me da la gana de asistir al dispensario”, reconoció. Prefiere su hogar a tener que esperar por lo que ella considera “un servicio lento”.

Tiene sus razones para desconfiar de la burocracia pública y privada. La única asistencia social que hasta el momento conoce doña Olimpia es la ayuda que le dio Hogar de Cristo para hacerse del terreno donde, precisamente, habita... pero eso fue hace casi dos décadas.

El sustento diario lo consigue “donde las hermanas Doroteas”, a pocas cuadras de su vivienda, lo que constituye, hasta el momento, la única ayuda recibida.

Pese a sus limitaciones, se incomodó por no lucir “arreglada” para la visita de un equipo de este Diario. “Debieron avisarme para no lucir tan achacosa”, bromea. Olimpia se levanta y en su andar deja una de sus sandalias afuera...

Con la chulla chancleta muestra detalles de su casa: un único ambiente  alberga a doña Olimpia, quien duerme en medio de sus pocas posesiones, donde lo más moderno son un televisor de 11 pulgadas semidescompuesto y el medidor digital instalado hace dos meses por la empresa eléctrica.

Apenas una ventana permite el paso del aire semisalado y hediondo del estero al interior de la vivienda, donde no existe un orden, tan siquiera, para identificar el espacio donde duerme doña Olimpia. Unos cuantos cables rojos y blancos sobre la madera y sin protección alguna constituyen el rústico circuito que sirve para hacer funcionar los únicos artefactos eléctricos del lugar: el televisor y un foco incandescente de 20 watts.

No cuenta con apoyo ni de su único familiar, un hijo de casi 40 años, fruto de una relación accidentada con “un aniñado de apellido Saavedra”, cuando Olimpia tenía 25 años. “Ni siquiera fue mi patrón, sencillamente el hombre invadió mi habitación y casi a la fuerza ocurrió lo que tenía”. ¿Casi? “Tenía su encanto, el que perdió cuando prefirió irse a España dejándome botada con el niño”.

Doña Olimpia oculta detalles de lo que pasó con su hijo, quien se dedica a la guardianía. “Estuvo en muy malas compañías, pero creo que ya dejó todo eso”, manifiesta.

Mientras camina  en medio de sus pertenencias, pregunta si alguna culebra salió por ahí. “Desde las seis de la tarde se convierten en mis cuidadores, me hacen compañía”, comenta, asegurando que ninguno de los reptiles la ha mordido y no tiene más dolencia que la gripe.

Al salir de su hogar, la sexagenaria esmeraldeña señala su más reciente servicio: una tubería instalada por Interagua hace cuatro días. Sus vecinos especulan que vienen “días mejores”... Doña Olimpia sigue dudando, pues pasaron más de veinte años desde la última ayuda pública.

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