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En Chichería se escogen lugares y situaciones en las que interactúan personajes

Memoria y ciudad en José de la Cuadra

Memoria y ciudad en José de la Cuadra
11 de junio de 2016 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

El escritor guayaquileño José de la Cuadra Vargas (1903-1941) empezó su trayectoria escribiendo poemas y trabajando como redactor en periódicos y revistas de su ciudad. Su prosa de carácter modernista data de los años veinte, pero en 1931, su volumen de cuentos Repisas supone un giro al realismo literario que se hace latente con la incorporación del habla regional montuvia, sobre todo a partir de Horno (1932). En ese momento, la mayoría de los personajes de sus cuentos son hombres y mujeres trasladados del campo a la ciudad, en una época en que Guayaquil recibe una fuerte oleada de migrantes procedentes del agro costeño, especialmente de la cuenca del río Guayas.

Uno de los principales méritos de José de la Cuadra consiste en testimoniar la presencia de los sujetos populares y de los habitantes del oeste guayaquileño, hasta entonces invisibilizados por la cultura letrada. Esta plural puesta en escena incidirá en la organización del relato, bajo los postulados del realismo social y permitirá al autor sumergirse en otro tipo de ficciones, extraídas, esta vez, de la memoria oral. Con su obra Los Sangurimas (1934), De la Cuadra arriba plenamente al mundo montuvio, donde los límites entre mito y realidad son superados por una lógica y visión de mundo premodernas.

Para entender la ruptura que introduce el autor desde su lectura sobre Guayaquil, hay que reconocer el discurso hegemónico liberal de principios del siglo XX, el cual recrea una imagen ‘higienizada’ de la ciudad en álbumes fotográficos como Guayaquil a la Vista, en sus dos ediciones (1910 y 1920), donde abundan alusiones al grado de modernidad alcanzado y la intención de mostrar la cara ‘presentable’ de la ciudad, así como de ocultar lo que pueda ser tomado como índice de atraso. En Guayaquil a la Vista, de 1920, no aparecen fotografiados sectores urbanos como La Victoria, calificado como uno de los barrios más populosos de la ciudad; por el contrario, se muestran céntricas avenidas, salones elegantes y los primeros edificios de hormigón que hubo en la ciudad.

De la Cuadra, en cambio, pulveriza la ciudad letrada y se sumerge en el sustrato de la cultura popular que constituye su principal fortaleza y la de sus compañeros del Grupo de Guayaquil. En su cuento Chichería el narrador irrumpe en el entorno citadino: anuncios, letreros y propaganda política confluyen en un abigarrado ‘paisaje humano’ que incluye cantineros, boxeadores, cacahueros y personajes del bajo mundo guayaquileño, que establecen relaciones de solidaridad clasista y comparten sus penurias cotidianas.

La visión proyectada por José de la Cuadra es la de una urbe diversa, habitada en su mayoría por cholos y montuvios que permanecen ligados a los arrabales y acuden al centro para poder sobrevivir, de oficio en oficio, en medio de múltiples carencias e historias alteradas por peripecias trágicas. El afán del escritor consiste en oponer la injusta situación de las clases subalternas frente a un minoritario grupo de privilegiados que ostentan el poder económico, en el contexto de un movimiento obrero en formación y una franca recesión económica que obliga a cerrar fábricas y a despedir a muchos trabajadores de las haciendas del litoral.

En Chichería se escogen lugares y situaciones en las que interactúan personajes que no dejan de bailar, beber cerveza y participar en protestas populares: ‘Maldita sea... Abajo (Bonifaz)’, expresa un grafiti incendiario; ‘Propiedad escandinava... Mentira pueblo, propiedad peruana’, dice otro, con evidente ironía y crítica a las debilidades del poder. La música popular, por otra parte, se convierte en símbolo de identidad en los versos del pasillo ‘Adoración’, del Dúo Ecuador; esta es la música que se oye e interpreta en los barrios, donde participan cantores y guitarristas que cantan valses y compiten en contrapuntos. También están las tabernas y prostíbulos, a lo largo de la calle Machala y el ‘Cólimes Jótel’, lugar de encuentros fugaces y sofisticados robos, así como decenas de barracas frecuentadas por inmigrantes serranas.

El puerto, por primera vez, se muestra desnudo y al mismo tiempo enfrentado a una vigorosa campaña de promoción turística de la ciudad, liderada por el Municipio y difundida mediante la publicación de álbumes y revistas, donde se destaca la transformación arquitectónica de la ciudad y a menudo se esconde la impronta de lo popular. La década de los treinta también es decisiva en la implantación de un nuevo rostro físico de Guayaquil, signado por el hormigón armado y la destrucción de gran parte de las viejas casas de madera. Este proceso, iniciado la década anterior, llega a su punto más sensible en 1939, cuando el 80% de las construcciones posee estructuras de hormigón. (O)

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