Ecuador, 18 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

La ciudad nació como producto de las guerras de conquista

Los primeros años de Santiago de Guayaquil

Los primeros años de Santiago de Guayaquil
27 de julio de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

Poco se ha hablado en Ecuador sobre aquello que Phillippe Ariès llamó “historia de la vida privada” y que ha sido divulgado bajo el nombre de “historias de la vida cotidiana”. Las investigaciones sobre historia social en nuestro país han tratado aspectos más ligados a los movimientos obreros y a conflictos de clase, que al estudio del individuo en sí y de los elementos conformadores de una individualidad que reproduce ideologías y acervos culturales más vastos, propios de una trama social dinámica y heterogénea.

La diversificación epistemológica de la ciencia histórica, hoy por hoy, permite al estudioso adentrarse en parcelas como la historia de las mentalidades, que van de la mano con la historia de la vida cotidiana, pues las costumbres, hábitos, prácticas y usos de la cultura material se apoyan en los distintos modos de ver, entender y concebir el mundo que tienen las personas, así como en sus creencias y aspiraciones más profundas. Ese es el objetivo de estas líneas, destinadas a ofrecer una visión histórica de un Guayaquil que se muestra por sí mismo y aparece más cercano y familiar ante nuestros ojos.

La ciudad de Santiago siempre ha dado problemas a los historiadores a la hora de ponerse de acuerdo sobre la fecha de su nacimiento. Sus orígenes, borrados en el tiempo, han puesto en apuros a más de un investigador acucioso, empeñado en desentrañar “verdades históricas”. Pero, más allá de los acontecimientos y del debate si se fundó o no se fundó en Cicalpa el 15 de agosto de 1534, la historia de Guayaquil sobrepasa los entretelones de una polémica fundación, una libertad política con ideales autonómicos o las biografías de unos cuantos personajes, ya que estos contenidos difícilmente explicarían los rasgos más visibles de un complejo colectivo de hombres y mujeres que viven, trabajan, aman juegan, piensan y se perpetúan a través de los hijos, con esfuerzo y valor cotidianos, bajo el cielo de la ciudad que los cobija o los vio nacer.

El cabildo y las formas de poder colonial

Como todas las ciudades españolas, Guayaquil nació como producto de las guerras de conquista que obligaron a los españoles a huir de sus enemigos, en este caso de los indios chonos y punaes, hasta que en 1547 el capitán Francisco de Olmos reorganizó el cabildo al pie del cerrito verde.

El cabildo es una institución clave dentro del sistema de administración colonial, pues deviene intermediaria entre las aspiraciones de los vecinos y las decisiones del rey. Sus competencias, de índole diversa, se encaminan en ejercer vínculos de solidaridad entre los españoles y a sentar las bases para la creación de una élite local compuesta por hacendados y comerciantes, más que a asistir las necesidades de una población diversa y heterogénea.

Desde el comienzo, el cabildo guayaquileño se erige como órgano de control social, donde se ventilan las decisiones concernientes al funcionamiento de una ciudad “creada” por los españoles. En las ordenanzas de 1590 están consignados todos los aspectos de la cotidianidad: desde el número de perros que debe tener cada vecino, prohibiciones relativas a los juegos de azar y al consumo de la chicha, hasta el control por los precios de los víveres. La lucha del cabildos americano, en su primer momento histórico, apunta a la legitimación como órgano de cohesión entre la reducida burocracia criolla y las castas. Hay que entender que los cabildos mantenían amplios territorios dentro de su jurisdicción, en los que habitaban un buen número de parcialidades indígenas, que representaban un foco potencial de insurrección contra la nueva estructura de poder impuesta por España.

Una sociedad heterogénea

El trazado en forma de damero de las ciudades españolas resultaba favorable para que los vecinos pudieran extenderse alrededor de la plaza, lugar donde convergían los poderes religioso y secular. No obstante, el modelo de crecimiento urbano impuesto en Guayaquil fue algo diferente: cuando, por motivos de defensa, la ciudad terminó de establecerse al pie del cerro, los primeros pobladores tenían al frente una extensa sabana interrumpida por entradas de río y brazos de mar, que les permitía avanzar paulatinamente hacia el sur y el oeste.

La ubicación de los vecinos cerca de la plaza obligó a los primeros esclavos y forasteros a desplazarse hacia los denominados extramuros –seguirán siendo los mismos extramuros aún con la mudanza de finales del siglo XVII-. Sin embargo, en Ciudad Nueva se aplicará el tradicional trazado, con la ubicación de las casas de los “blancos” alrededor de las principales edificaciones y la aparición desordenada de nuevos barrios con una mayoritaria población de escasos recursos económicos rodeando la ciudad.

De esta forma, nacen los espacios más representativos de la interacción urbana: la plaza con su rollo –palo alto donde se efectuaban castigos públicos-, la casa del cabildo, la iglesia, el pozo, el mercado, lugares donde se recrean las primeras sociabilidades coloniales. Ya en 1590, el cabildo ordena “que no se pueda vender ni venda pan con la fruta, legumbres ni otras cosas de comer si no fuere en la plaza pública”1, a pesar de que muchos comerciaban el pan “a boca de horno”2, por resultarles más conveniente. En este caso, el incumplimiento de la norma señala la emergencia de una cultura popular en constante resistencia y negociación con la autoridad.

De hecho, la sociedad colonial va a ser fecunda en la producción de rituales, metáforas y símbolos de afirmación del poder absoluto, a través de la “teatralización” de sus formas. Las ordenanzas relativas a la concentración de tiendas en la plaza pública incluyen asimismo a sastres y plateros3, oficios de importancia para los españoles, quienes solían esmerarse en su apariencia. La enumeración de bienes suntuarios como el oro y la plata, en la mayoría de los testamentos coloniales, demuestra que el aprecio a ese tipo de objetos puede considerarse un signo de distinción social4.

1. Maria Luisa Laviana Cuetos, “Las Ordenanzas Municipales de Guayaquil de 1590”, en Revista del Archivo Histórico del Guayas, No. 19, Guayaquil, junio de 1981, pp.78.

2. Ibid, pp. 85.

3. Ibid, pp. 86

4. Véase Ezio Garay Arellano: Fichero genealógico, Banco Central del Ecuador, Guayaquil, 1989.

Tomado del ensayo de Ángel Emilio Hidalgo, “Vida pública y mundos privados, 1590-1950”, en Guayaquil al vaivén de la ría, Quito, Libri Mundi, 2003.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media