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La solidaridad sostiene el “gremio de las carcajadas”

La solidaridad sostiene el “gremio de las carcajadas”
14 de agosto de 2011 - 00:00

Vino al mundo como Héctor Borbor, pero se fue a la tumba como “Capuchino”, con la peluca amarilla, su traje de lentejuelas azules y la sonrisa de maquillaje rojo que exigía su personaje. Esta fue la identidad que este hombre de 42 años adoptó por casi 30 y que lo volvió reconocido en su mundo de risas y magia, en el universo de los payasos.

Ese jueves soleado, en las calles L y la 27, en el Batallón del Suburbio, en el suroeste de la ciudad, todo estaba listo para la realización de un bingo a su beneficio. No contaron con que la cirrosis que “Capuchino” sufría desde hace varios años cambiaría los planes para la tarde.

En los rostros de la gente del barrio que acudió para dar su respaldo a Borbor, había dolor y lágrimas. El patio de su casa, de ser escenario de un momento ameno, pasó a transformarse en sala de velaciones y albergar la capilla ardiente, en donde “Capuchino” reposaba dentro de una caja mortuoria de madera, con sus grandes zapatos de payaso.

“A él todos por acá lo querían mucho. Siempre fue bueno con las personas y los ayudaba desinteresamente”, cuenta Carlos Humberto Pozo, conocido en el ambiente artístico como el payaso “Troncosito” y fundador de la Confraternidad de Payasos Profesionales del Guayas, cuyo propósito es realizar labor social para los miembros que se encuentran en algún aprieto económico.

“Empezamos a trabajar recientemente, el 13 de junio. La primera actividad que realizamos fue también un bingo a beneficio de Rafael Palma, el payaso ‘Frejolito’, quien está muy delicado”, explica “Troncosito”.

Esta actividad cuenta con gremios y agrupaciones en la ciudad que se preocupan por el desempeño y crecimiento de sus integrantes, así cuenta Harry Bravo, conocido como “Canillita” y vicepresidente de la Asociación de Payasos de la provincia. “En esta época, la sociedad nos pide que nos profesionalicemos”, manifiesta.

Por esto explica que en estas asociaciones se brindan cursos de relaciones humanas y, además, talleres vinculados con su ejercicio, como maquillaje. Sin  embargo, ser payaso a veces no es suficiente.

“Ahora no se puede vivir de realizar solo una actividad. Por eso yo he debido estudiar y tener una profesión.  Soy profesor de Matemáticas en el colegio José Joaquín Pino Icaza, en la Atarazana”, cuenta este también licenciado y actual estudiante de la carrera de Derecho.

“Canillita” lleva su nombre en honor a ese niño vendedor de periódicos que fue en su infancia. Precisamente por  él actualmente escribe un libro con sus vivencias. 

Pero este no es el caso del payaso “Troncosito”, de 70 años, que se ha dedicado exclusivamente a esta actividad,  en distintos frentes. “He sido fundador de gremios artísticos, he trabajado en circos, en programas de televisión y de radio”, comenta “Troncosito”, que debe su nombre justamente a un personaje con el que inició su carrera en “La Escuelita Cómica del Maestro Lechuga”, hace casi 45 años.

Sin importar la trayectoria y los años de experiencia en el arte de hacer reír, ambos recalcan que hay que saber  sobresalir. “Para esto hay que tener vocación de  artista y hacer sentir eso a la gente”, afirma Bravo.

Y esa era la esencia de  “Capuchino”, dicen sus colegas. “Al corazón más duro lo hacía reír”, expresa con voz temblorosa y los ojos húmedos María Zambrano, de 33 años, su amiga desde la adolescencia y compañera de escenario, con la que realizaba shows infantiles.

Pese a sus matices, la vida del payaso no está alejada del dolor... Y esto lo sabe muy bien María Calderón. Su esposo, Pedro Llerena “Chiflito”, murió asesinado hace 12 años, en un incidente confuso, en el que -según cuenta- también estuvo involucrado otro payaso.

“Nosotros viajábamos mucho, especialmente a los pueblos. Por eso mis hijos aprendieron el oficio y ahora ellos también son payasos”, relata María. Ella está allí, mostrando su solidaridad a la esposa de “Capuchino”. Son tristezas que se comprenden y dolores que se comparten.

Con la gente reunida, el show debía continuar. En una mesa de plástico estaban los premios que se entregarían en el bingo: utensilios de cocina, portarretratos, juguetes, una plancha. Todos fueron donados por personas del barrio que se solidarizaron con “Capuchino”.

A las 18:30 el bingo comenzó en silencio y con sollozos, animado por payasos que esa tarde no reían y con sus   rostros sin maquillaje. 

A veces, ese mundo de colores se parece al poema “Reír llorando”, de Juan de Dios Peza: “El carnaval del mundo engaña tanto / que las vidas son breves mascaradas / aquí aprendemos a reír con llanto / y también a llorar con carcajadas”.

Experiencias y rasgos personales los definen

Los payasos generalmente trabajan con una identidad alternativa, conocida como “nombre artístico”, que es con la que ganan popularidad dentro y fuera de su gremio, que se establece por aspectos de su personalidad o experiencias vividas.

Lenín Israel es un joven de 17 años, que lleva casi 10  ejerciendo esta actividad. Su nombre artístico es “Rayita”. “Claro, es que siempre me ha gustado “rayar” (molestar) a la gente”, explica Israel. Otros nombres artísticos de varios payasos son “Sabrosito”, “Loquillo”, “Cartuchito”, entre otros.

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