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Entrevista / Luis Cabrera Herrera / arzobispo de Guayaquil

"La alegría y la humildad nos permite ser más felices"

"La alegría y la humildad nos permite ser más felices"
William Orellana / El Telégrafo
31 de enero de 2016 - 00:51 - Juliana Vélez M. Estudiante de la UIDE

Nació y creció en un hogar cristiano-católico; por eso, los principios y las prácticas religiosas las aprendió de sus padres y del entorno social que compartía la misma convicción. Con el tiempo, tuvo la oportunidad de conocer mejor las bases de la religión cristiana-católica. Primero en la catequesis y, luego, cuando ingresó a la comunidad franciscana. Ahí realizó sus estudios filosóficos y teológicos que le permitieron profundizar en las verdades del catolicismo. Recuerda la seriedad y el rigor académico de los estudios filosóficos y teológicos en la universidad.

Allí fue el único lugar donde tuvo la oportunidad de conocer a sus compañeros que con el tiempo trabajaron con él. En Roma, durante su especialización en Filosofía, vivió en un ambiente de interculturalidad e internacionalidad y conoció a personas de diferentes continentes.

¿Qué sintió con el cálido recibimiento que le dieron en Guayaquil?

Lo primero que experimenté fue la cercanía de las personas, libres de prejuicios sociales, y con un corazón noble y generoso para darme la bienvenida. Esto me hizo sentir en casa, en familia, en un espacio humano muy cordial. Creo que se dio una empatía muy natural.

¿Qué proyectos tiene como nuevo Arzobispo de la ciudad?

Primero conocer, poco a poco, la ciudad, dialogar con los grupos de Iglesia que están trabajando en las distintas áreas pastorales, como catequesis, liturgia, pastoral social, y las pastorales específicas, entre ellas, salud, educación, mujer, jóvenes, familia, migración, indígenas, afroecuatorianos.
He realizado varias gestiones para lograr un acercamiento con las autoridades civiles, educativas, militares, de Policía, con el fin de coordinar algunas acciones y cooperar en proyectos sociales, en especial en las zonas marginales.

¿Cuál fue su reacción cuando le notificaron su designación de Arzobispo de Guayaquil?

Experimenté varios sentimientos. Sorpresa, pues aunque ya había rumores de un posible cambio, mientras no se oficialice, nada estaba dicho. De sorpresa, porque muchos hermanos obispos habían servido a Guayaquil y, por lógica, eran ellos los indicados. Pero el Papa Francisco me designó para esta ciudad. Inmediatamente, surgieron en mí sentimientos de temor y de esperanza. De temor, por la complejidad de la realidad a la que me enviaban, pues solo la población es casi cinco veces más grande que la provincia de Azuay. La diversidad de realidades sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas. Pero también experimenté mucha esperanza al saber que hay miles de personas comprometidas en la tarea de la evangelización y un significativo número de voluntarios que está trabajando por la colectividad. Esto, además, me infundió mucha serenidad.

Usted mencionó que quería cambiar el cristianismo de tradición por uno de convicción. ¿Cómo piensa hacerlo, qué proceso implica este cambio?

El modo concreto y práctico para este cambio es la formación en todos los niveles. Es una de las prioridades, no solo mía, sino de toda la Iglesia. Lo que se invierta en formación (personas, recursos económicos, tiempo, actividades…) siempre será muy poco. No será fácil esta tarea, debido, entre otros factores, a la comodidad de muchas personas, al conformismo de unos cuantos y a la indiferencia de otros. La pereza mental sigue siendo una de las grandes causas para que no podamos contar con cristianos-católicos más conscientes de su fe y comprometidos en todos los campos, familiares y sociales.

¿Cuál es el rol de la Iglesia católica en todo lo relacionado con la política?

Es necesario distinguir entre la acción política de los pastores (obispos, sacerdotes y diáconos) y la de los laicos. A los pastores nos corresponde incursionar en el ámbito de la política general, que se orienta hacia la búsqueda del bien común, es decir, en la de las grandes causas sociales, como los derechos humanos, la dignidad de la persona, la ecología, la seguridad, cuya base ética parte de valores comunes, como la verdad, la justicia, la libertad, la honestidad, entre otros. Desde esta óptica, estamos llamados a pronunciarnos en favor de políticas que favorezcan el bienestar de todas las personas y a oponernos a acciones que vayan en detrimento de ellas.

En cambio, la política partidista, con sus respectivas ideologías (verdades y valores), es un ámbito propio de los laicos. En este campo, tienen no solo el derecho, sino el deber de aportar activamente. Para ello cuentan con la doctrina social de la Iglesia, elaborada a partir de los grandes postulados del Evangelio y de la reflexión milenaria del magisterio de la Iglesia.

¿Qué es lo más grato que recuerda de los cuencanos?

Su don de gente, que les permite abrirse a los demás, a crear un ambiente de confianza y de amistad, lo cual hace más fácil el compromiso en favor de muchas personas. Podría sintetizar en dos valores: la hospitalidad, para acoger a propios y extraños, y la solidaridad, para salir al paso de las necesidades de tantas personas.

Estos valores están motivados y sostenidos por una espiritualidad muy fuerte y que hace parte de su identidad cultural, una espiritualidad que trasciende las diversas posiciones políticas y económicas y que cuenta, además, con un nivel muy grande de reflexión.

En lo referente a la religión, ¿cómo están los guayaquileños?

De los datos que tengo, es una ciudad donde la espiritualidad está muy unida a la dimensión social. Está formada por personas que no ocultan su práctica religiosa y que, por lo mismo, no tienen miedo al qué dirán de los demás. Una espiritualidad que la viven con mucha pasión y creatividad, lo cual ya lo he comprobado en las pocas celebraciones que he tenido en varias parroquias.

Se lo considera una persona alegre y sobre todo humilde, ¿qué es lo que lo mantiene así?

La alegría y la humildad son dos valores del Evangelio de San Francisco de Asís. Él los cultivó y transmitió a sus hermanos. Como franciscano, aprendí a hacerlos parte de mi vida. La alegría brota de un corazón que se sabe acogido y amado por Dios y por los hermanos.

Una alegría que nos impulsa a mirar la vida con esperanza, en medio de la dureza y hasta crueldad de la misma. Un franciscano no puede renunciar a la alegría, incluso en las peores dificultades; más aún, gracias a la alegría es más fácil afrontarlas y encontrar soluciones prácticas. (O)

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