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Desde la época medieval los vitrales se establecieron como rasgo característico en las iglesias

Vitrales de la Catedral, cuando la luz se convierte en arte

Vista central de la catedral de Guayaquil  con los vitrales elaborados en el proyecto de remodelación de 2007. Se constituyen en un atractivo para los turistas que visitan la urbe.
Vista central de la catedral de Guayaquil con los vitrales elaborados en el proyecto de remodelación de 2007. Se constituyen en un atractivo para los turistas que visitan la urbe.
16 de febrero de 2014 - 00:00 - Catherine Olmedo, Karina Tinm, Alejandra Hernández, Karla Coronado, estudiantes de la Universidad Politécnica Salesiana

En el centro de Guayaquil está ubicada la iglesia más representativa de la urbe. Visitada por miles de personas que profesan la fe cristiana y que, además, se sienten atraídas por su espléndida obra arquitectónica. Se trata de la Catedral Metropolitana de San Pedro (Catedral de Guayaquil), cuya actual infraestructura se construyó a partir de 1924. La iglesia, ubicada en Chimborazo entre Clemente Ballén y 10 de Agosto, es sin duda un ícono de la ciudad.

Una de sus características más atractivas son los vitrales, obras de arte que se valen de color y luz para crear un ambiente armónico. Estos se encuentran en lo alto de sus muros que representan diferentes escenas bíblicas y personajes de la iglesia católica.

Desde la Edad Media, el arte de los vitrales se convirtió en un rasgo distintivo del estilo gótico por el efecto luminoso que proyectaba en el templo como signo de la presencia divina, la luz siempre fue relacionada a la omnipresencia de Dios.

La Catedral de Guayaquil se llena de luz en 1957 cuando se asigna la elaboración de los primeros vitrales al artista español Guillermo Larrazábal Arzubide (+1983).

Su obra vitralista incluye los temas de Jesucristo, la Virgen María, los doce apóstoles y personajes del Antiguo Testamento que se observan hasta el día de hoy. Larrazábal también realizó las vidrieras de la iglesia Santa Gema, la capilla del colegio La Salle, las catedrales de Cuenca, Ambato y de   otros templos del país.

La remodelación

En el año 2007 el arzobispo de Guayaquil, monseñor Antonio Arregui, recurre al arquitecto Arturo Guerrero Pérez para la restauración interior y exterior de la catedral. Como parte de este proyecto se propone la elaboración de vitrales para sesenta y tres ventanas que entonces estaban clausuradas en la parte superior del templo, además de nueve vitrales para el presbiterio y dos para el coro.

Durante seis meses, Guerrero se encargó de realizar los diseños, bocetos que los trabajó en papel con lápices de colores; sugirió los nombres de los artesanos que plasmarían sus ideas y supervisó la obra hasta el final. Así, se llevó a cabo la serie de vitrales de santos y beatos ubicado  en la nave central y laterales.

Aunque la idea en un principio fue plasmar a santos y beatos de América, se sumaron  personajes de otros continentes, especialmente los de reconocimiento universal, como San Francisco de Asís, San Juan Bosco y San Ignacio de Loyola, de esta manera lograron completar los 126 vitrales requeridos (dos personajes por cada ventana). “A pesar de que los vitrales tenían un diseño irrepetible por las características del rostro y vestimenta de cada santo, se procuró tener colores y diseños semejantes en sus fondos para crear unidad al observarlos”,  comentó Arturo Guerrero.

Este trabajo fue realizado por dos arquitectos: el quiteño Pablo Mora que ejecutó 58 vitrales y el cuencano Patricio León, que realizó 68.  

Vitrales del presbiterio

“Las escenas que se realizaron en el presbiterio fueron sugerencia de monseñor Antonio Arregui”, recordó el arquitecto Guerrero “el patrono de la ciudad es Santiago Apóstol, por ello se recogieron  escenas de su vida, desde su vocación hasta el martirio”. El vitral del centro muestra la crucifixión, aunque el evangelio no menciona que Santiago estuviera al pie de la cruz, fue situado al fondo observando la escena. Monseñor Antonio también recomendó poner la referencia bíblica en cada vitral del presbiterio.

Resultado de esas indicaciones,  Guerrero plasmó la idea: forma ojival, con un rosetón en la parte inferior donde se pondría la cita y una cenefa lateral con colores que dieran vida al diseño. Esta selección de tonos la realizó junto a Jorge Luis Narea Romero, quien elaboró los vitrales del presbiterio en un tiempo aproximado de seis meses.

Encontramos también dos vitrales situados a ambos lados del coro y elaborados por el arquitecto Pablo Mora. El vitral de la derecha recoge tres escenas con motivos cristológicos: la institución de la Eucaristía, el bautismo de Jesús y el milagro de las bodas de Caná. Y en el lado izquierdo se encuentran los motivos mariológicos: el anuncio del ángel Gabriel, la visitación y el nacimiento de Jesús.

Finalmente, en la fachada principal de la iglesia  se encuentra el gran rosetón, una ventana circular dotada de vidrieras que, al filtrar la luz natural, no solo ilumina el interior del templo con cientos de colores como si fuesen pétalos brillantes, también transmite belleza y crea un ambiente místico. Los rosetones son un rasgo característico de toda catedral.

PERFILES

Un artista de luz, un hombre con el arte en sus manos, de gran trayectoria y amplio reconocimiento en el país, así es el artista plástico Jorge Luis Narea Romero. Nació el 12 de diciembre de 1964 en la ciudad de Riobamba.

Desde temprana edad despertó su pasión por el arte gracias a su padre, Fidel Eloy Narea Suárez, artista plástico, dedicado especialmente al trabajo con cerámica plana y decoración. Cuando tenía 4 años su familia se trasladó a Guayaquil y posteriormente a Quito, donde vivió cerca de 25 años. También viajó a Estados Unidos para realizar estudios afines. Hace 15 años se estableció en Guayaquil, donde contrajo matrimonio.

Desarrolló una labor destacada como pintor. Pero, al jubilarse su padre, sus hermanos y él decidieron formar Cevidec, una empresa familiar con matriz en Quito que desarrollaba diferentes trabajos artísticos de pintura y cerámica. Posteriormente incursionaron en el arte de los vitrales.

Jorge Narea lleva ya 20 años en el arte vitralista. Ha presentado numerosas exposiciones en diferentes instituciones culturales, incluso ha exportado sus obras.

Entre sus trabajos más representativos en vitrales se encuentran el Salón de honor del Palacio Municipal de Guayaquil, donde plasmó diferentes episodios de la historia guayaquileña; el salón Simón Bolívar de la Gobernación del Guayas, los primeros vitrales de la capilla del mirador del cerro Santa Ana y de la iglesia San Vicente.

No podemos dejar de mencionar el vitral del Santuario de la Divina Misericordia, ubicado en el km 26 de la vía a la Costa. Una majestuosa obra, de 27 metros  de largo por 22 metros de alto, que llevó a cabo durante un año. “La luz y el color son poesía, fusionar estos dos elementos es un arte maravilloso”, menciona Jorge Luis Narea.

Arturo Guerrero Pérez El arquitecto nació en Aguascalientes, México. En el año 1975 llega a Ecuador para desarrollar diversos proyectos.

En 1981, junto al quiteño Santiago Cornejo Proaño, fundó ‘Guerrero & Cornejo Arquitectos’, cuya matriz se encuentra en la capital. La empresa se especializa en diseños urbanísticos, de interiores y arquitectónicos, ha proyectado su trabajo en varios ámbitos de la sociedad, como edificios para viviendas, oficinas, centros educativos, iglesias, escenarios deportivos, entre otros. Posteriormente se trasladó a Guayaquil para implementar una oficina de la misma empresa.

Recuerda el trabajo realizado en la Catedral de Guayaquil, el boceto de cada uno de los rostros que realizó, el reto y privilegio que significó para él colaborar en este proyecto. Actualmente reside en esta ciudad.

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