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Modernidad y distinción social en el origen del Barrio del Centenario

Modernidad y distinción social en el origen del Barrio del Centenario
21 de diciembre de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

La década del 20 puede ser considerada una etapa de transición entre la ciudad señorial y la ciudad moderna. En realidad, se trata de la primera modernidad o modernidad liberal, donde empiezan a asentarse nuevas estructuras sociales, económicas y culturales, en el marco de un acelerado crecimiento demográfico que sitúa a Guayaquil como la ciudad más poblada del Ecuador.

El grueso de los proyectos de desarrollo urbanístico, en el lapso comprendido entre 1896 y 1930, se formula en la década 1920-1930 y el punto de partida es la conmemoración del centenario de la independencia de Guayaquil (1920).

Uno de los primeros proyectos que sí se concretaron fue la creación del residencial Barrio del Centenario (1919), ubicado el extremo sur de la ciudad. El proyecto surgió como resultado de la presión demográfica que vivió Guayaquil en plena etapa del boom cacaotero (1880-1920), razón por la cual, las élites locales concibieron la ampliación del límite urbano más allá de la actual calle El Oro.

El Barrio del Centenario nació como resultado del emprendimiento. Rafael Guerrero Martínez y Juan X. Aguirre Oramas, quienes compraron terrenos que habían sido de propiedad de la Sociedad Jockey Club y en 1919 recibieron la concesión del Concejo Municipal para lotizarlos, “con ochenta viviendas tipo chalet, con antejardín, desarrolladas en dieciséis manzanas, destinadas a familias adineradas de la ciudad”.1 Pero como indica el historiador de la arquitectura Florencio Compte, “apenas se construyeron seis casas, al considerarse que quedaba muy distante del centro de la ciudad, por lo que este barrio, primer ejemplo de urbanización planificada, no se poblaría sino a partir de la década de 1930, cuando ya la ciudad había orientado su crecimiento hacia el sur y el oeste”.2

Resulta interesante observar cómo se destinó este sector de la ciudad a la misma élite que creó el proyecto urbanístico, pues se expidió un reglamento que establecía que únicamente los “guayaquileños de alcurnia” podían habitar en el barrio.3 Esta disposición revela que en la sociedad guayaquileña de la década del 20 aún prevalecían criterios de distinción social basados en el linaje étnico-racial de una “aristocracia” porteña que creaba leyes, en el marco de estructuras sociales de carácter señorial que es propio de las sociedades premodernas.

Sostenemos, por lo anterior, que las estructuras de una sociedad patriarcal aún predominaban en el puerto principal, al igual que en Quito –la otra ciudad “grande” del Ecuador-, tal como lo describe el historiador y antropólogo Eduardo Kingman Garcés: “Lo que define a Quito en el siglo XIX es tanto su condición de ‘ciudad de mercado’ (en el sentido weberiano) como su carácter estamental. He elegido hablar de la ciudad señorial, aunque se trata de una noción ambigua que, por una parte, nos remite, de manera acertada, a la idea de una sociedad basada en un orden jerárquico, pero por otro, puede dar lugar a equívocos, como el pensar que se trataba de “una sociedad de una sola clase” (Thompson 2000:34) y no el resultado de un juego de intereses entre distintos grupos sociales, tanto hegemónicos como contrahegemónicos”.4

Efectivamente, no se puede endilgar afirmaciones llanas como aquella de pensar que no existían prácticas contrahegemónicas en las ciudades ecuatorianas de inicios del siglo XX. Sin embargo, en el caso de Guayaquil, la contrahegemonía ideológica se ventilaba en otros campos, en otros espacios.

La contrahegemonía se evidenciaba en la intervención de ciertos sectores medios intelectuales en la esfera pública, fundamentalmente en la prensa, donde un puñado de caricaturistas ironizaba sobre las contradicciones de la “ciudad moderna”. Allí, artistas del lápiz como Francisco Nugué –quien también era músico-, Virgilio Jaime Salinas y Teobaldo Constante, visibilizaban escenas de un Guayaquil que aún no salía de su condición de “pueblo grande” y que carecía de servicios básicos. Pero era poco lo que los caricaturistas podían movilizar en la conciencia pública, sobre todo porque las decisiones del Cabildo guayaquileño eran incuestionables, lo que se evidencia en la aprobación de un reglamento que destina a los “guayaquileños de alcurnia” el derecho exclusivo de habitar el primer barrio residencial que tuvo la ciudad y el país.

1. Florencio Compte, ‘Guayaquil’, en Inés del Pino Martínez, et.al., Ciudad y arquitectura republicana: Ecuador 1850-1950, Quito, Centro de Publicaciones PUCE, 2009, p. 113.

2. Ibídem, pp. 113-114.

3. Pablo Lee, Florencio Compte y Claudia Peralta, Patrimonio arquitectónico y urbano de Guayaquil, Guayaquil, Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, 1989.

4. Eduardo Kingman Garcés, La ciudad y los otros. Quito, 1860-1940, Quito, Flacso, 2006, p. 99.

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