El ruido de los automotores y el griterío de la gente son constantes en el centro de Guayaquil. La última semana de 2014 una marea humana inunda el sector. Comerciantes, compradores y curiosos caminan de un lado para el otro, pero en medio de todo ese frenesí comprador a las 12:00 todos buscan un sitio en donde almorzar.

Uno de esos lugares es el restaurante de comida esmeraldeña ‘Corozo, El Verdadero’, ubicado en Pedro Carbo 109 y Roca. El lugar, que tiene como especialidad los encocados de camarón y jaiba, y los bollos de pescado, atiende de lunes a sábados de 07:30 a 15:00.

Este esmeraldeño de 59 años arribó a Guayaquil en 1970 desde su natal Borbón en busca de oportunidades. En su pueblo mucho se hablaba de que en Guayaquil se prosperaba con más facilidad. Lo primero que encontró fue un trabajo de muchacho de mandados. “Tres días después de haber llegado ya quería regresarme a mi pueblo”, confiesa.

Daniel Corozo Alarcón hizo labores de limpieza, pero aquello no era de su agrado. Con un capital de no más de 80 sucres empezó vendiendo maní por las calles de Guayaquil. Poco tiempo después se dio cuenta de que no ganaba mucho.

Conocedor del gusto que tienen los guayaquileños por el bollo decidió en 1974 prepararlos y ofrecerlos a quienes habitan en el Cerro del Carmen. La buena sazón hizo que tuviera éxito entre los peatones y oficinistas, por ello aumentó el menú y ofreció  tarrinas de pescado frito, guatita y encocado.

Recuerda que cada bollo costaba en sucres 50 centavos. “Sin pereza alguna subía y bajaba, con canasta al hombro, los edificios desde  donde lo llamaban para comprarle sus productos. Tocaba puertas o gritaba “bollos, bollos, bollos”. La caminata era larga pero vendía al día 120. Algunas veces tenía que lidiar con los municipales.

Así pasó 9 años, como vendedor ambulante, hasta que un día decidió poner su local propio en Pichincha entre Elizalde y 9 de Octubre (en un garaje). Se instaló en varios sitios, pero jamás dejó el sector comercial.
En 2002, gracias a mil dólares que le prestó un amigo, pudo instalar su local actual.

Una rutina con sabor

A las 02:00 Corozo empieza a trabajar. Prepara todos los ingredientes que suele utilizar. Aunque tiene ayudantes la sazón la pone él. “Yo soy quien se encarga de la preparación  de todo para que tenga ese sabor que le gusta a mis clientes. Aquí ellos saben que todo lo que utilizo es natural, nada artificial”.

La especialidad de su local es el bollo de pescado y de camarón, encocado de camarón, cangrejo, pescado y jaiba. También ofrece otras delicias como el cangrejo azul, típico plato esmeraldeño.

Aunque su negocio abre las puertas a las 07:30, Corozo empieza su jornada del día siguiente a las 10:00 cuando va al mercado en busca de mariscos frescos. Como todo buen cocinero no revela los secretos de sus recetas pero aclara que la sazón la heredó de su madre, una experta en el arte de preparar bollos.

Daniel Corozo es el quinto de diez hermanos.  Tiene seis hijos, cuatro mujeres y dos varones, a quienes con orgullo ha podido sacar adelante ‘quemándose las manos’ como él asegura.

Cuenta que cuando llegó a Guayaquil, si bien la vida se le hizo dura nunca perdió la esperanza de tener un buen porvenir. “Estoy seguro de que la gente que desea progresar y trabaja para eso lo hace. Nunca me he dejado llevar por la pereza. A todas las actividades laborales que realizo les pongo entusiasmo, como deben hacer todas las personas. Jamás me dejé vencer por las adversidades”.