Ecuador, 17 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

La creación del Centro de Investigaciones Históricas

La creación del Centro de Investigaciones Históricas
14 de septiembre de 2014 - 00:00 - Ángel Emilio Hidalgo, Historiador

En 1930 se crea el Centro de Investigaciones Históricas y con ello se conforma en Guayaquil una incipiente esfera del saber historiográfico, con una lógica propia de producción y circulación de ideas, a través de su correspondiente “Boletín del Centro de Investigaciones Históricas”, que será el órgano de expresión de una generación empeñada en construir la memoria histórica del puerto principal.

El Boletín salía anualmente y en él colaboraban historiadores nacionales y extranjeros, que mantenían permanente comunicación con los editores. Su financiamiento corría a cargo de los miembros de número del Centro de Investigaciones Históricas, quienes aportaban con una cuota monetaria, según lo estipulaba el reglamento.

Aspecto clave de esa salvaguarda de la memoria e historia local y nacional era la serie de conmemoraciones que el Centro de Investigaciones Históricas estimulaba, como parte del interés en conformar un calendario patrio, a partir del recuerdo de sus “gestas”. Recordemos que la representación de la historia oficial está relacionada con el poder hegemónico, pues responde al interés de homogeneizar y uniformizar la memoria colectiva.

En los actos públicos del Centro de Investigaciones Históricas predominó la ritualidad, ligada a la exteriorización de los símbolos de la nación, desde la sesión inicial, el 9 de julio de 1930, cuando se eligió el Palacio Municipal como la sede del evento inaugural. Allí, bajo el auspicio de las autoridades locales y del ‘Honorable Cuerpo Consular’, los señores Carlos Matamoros Jara, Virgilio Drouet, Alejandro Gangotena Carbo, César Villavicencio Enríquez, Gustavo Monroy Garaicoa, Juan Antonio Alminate, Manuel Antonio Jurado Rumbea y Jaime Tomás de Verdaguer García, “por iniciativa del señor Gustavo Monroy Garaicoa, procedieron a la instalación de un centro al que se acordó denominar “de Investigaciones Históricas”, destinado, como su nombre lo indica, a la obtención de documentos de carácter histórico, para coadyuvar de este modo a la formación más tarde de los Archivo Nacionales”. 1

La razón principal para crear el Centro de Investigaciones Históricas2 fue la inexistencia de un archivo histórico en la ciudad de Guayaquil que atesorara los documentos del pasado. Según la mentalidad de los investigadores de la época, el documento histórico era el depositario de “la verdad” y como tal, debía ser cuidadosamente resguardado en un espacio adecuado, “guardándolo allí como testimonio irrecusable y en depósito sagrado, a fin de que luzca cada vez que la necesidad del debate lo requiera en fuerza de autoridad para la fe pública”.3

Es decir, el documento servía como “prueba”, a la hora de confrontar la verdad, pues se creía que el saber histórico se construía en base a la descripción y explicación que emanaba de los propios documentos.  

Detrás de esa concepción totalizadora del valor inherente a todo documento histórico, reflotaba el ideal positivista de cientificidad, apoyado en el empirismo como horizonte cognoscitivo, con una metodología basada en el análisis de la autenticidad o veracidad de las fuentes documentales (primarias y secundarias), procedimiento que acusaba una especie de asepsia intelectual, pues, a mayor distanciamiento del historiador, mayor rigurosidad en el método científico y menor riesgo a ser “contaminado” por la “subjetividad” de las fuentes consultadas. 4

Esta idea dominante en el medio académico latinoamericano de los años treinta, fue el paraguas ideológico bajo el cual se cobijaron los historiadores ecuatorianos, al pretender hacer una historia “verdadera” sobre los hechos del pasado. Todavía en 1956, un miembro ilustre de la Academia Nacional de Historia argumentaba que la historia debía fabricar “un conocimiento que pusiera a contribución muchas experiencias, para llegar a la exactitud de los asertos”.5

De igual modo, el CIH contempló en su reglamento que el objeto de su creación era el cultivo de la historia “para el fiel esclarecimiento de los sucesos”.6 Esto implicaba que sus miembros, investidos con la autoridad de “especialistas”, debían realizar trabajos de investigación destinados a llenar los vacíos existentes en la historia local y nacional, convirtiéndose así, en los árbitros del saber historiográfico.

Inmediatamente después de la creación del Centro, sus integrantes se repartieron las tareas académicas, estableciendo cinco “secciones”, según los períodos en los que, según ellos, se dividía la historia del Ecuador: Prehistoria, Descubrimiento y Conquista, Época colonial, Guerra de la Independencia y República. En el artículo 32 del “Reglamento”, se lee: “La segunda sección se dedicará a esclarecer y completar la historia del Descubrimiento y la Conquista”;7 es decir, se destaca la primacía de una historia oficial que debe ser escrita desde la erudición de un cuerpo colegiado, cuyos miembros asumen la labor “patriótica” de elaborar un canon historiográfico, entendido como una “narración de los acontecimientos históricos comúnmente aceptada por la “opinión pública” y en el espacio público”.8    

El historiador de los años treinta es, por lo tanto, una especie de publicista de la memoria que cultiva un saber erudito destinado a cumplir una “función social” consistente en reconstruir y preservar la memoria histórica y social de una comunidad. De este modo, el saber especializado que el historiador construye: “la Historia”, tiene la finalidad pública de servir como catalizador de identidades locales, regionales y nacionales.

En este sentido, el papel de asociaciones de historiadores como la Academia Nacional de Historia y el CIH es estratégico en la conformación de una genealogía de la nación ecuatoriana, cuyo imaginario se asienta en el mito de sus orígenes “heroicos”, así como en los símbolos y relatos destinados a engrandecer un pasado, del cual sus herederos puedan sentirse orgullosos.

1. “Acta inicial”, en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, No. 1, 1930-1931, Guayaquil, Imprenta Municipal, 1931, p. 2.

2.  En adelante, será citado como CIH.

3. Ibídem, p. 2.

4. Sonia Corcuera de Mancera, Voces y silencios en la historia: siglos XIX y XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 144.

5. Isaac J. Barrera, Historiografía del Ecuador, México, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, 1956, p. 81.

6. “Reglamento del Centro de Investigaciones Históricas”, en Boletín del Centro de Investigaciones Históricas, Tomo I, No. I, 1930-1931, Guayaquil, Imprenta Municipal, 1931, p. 122.

7. Ibídem, p. 126.

8. Raimundo Viejo Viñas, “História del Món Contemporani”, http://dcpis.upf.edu/~raimundo-viejo/docencia/hmc/HMC0.pdf

9. Enrique Ayala Mora, La historia del Ecuador: ensayos de interpretación, Quito, Corporación Editora Nacional, 1985, pp. 30-31.

10. Carlos Landázuri Camacho, “La historiografía ecuatoriana”, en Quitumbe, No. 6, Quito, mayo de 1987, p. 69.

11. Jorge Núñez Sánchez, “La actual historiografía ecuatoriana y ecuatorianista”, en Jorge Núñez, Historia. Antología, Quito, FLACSO-ILDIS, 2000, pp. 29-30.  

(Tomado del artículo de Ángel Emilio Hidalgo, “El aparecimiento del saber histórico en Guayaquil: El Centro de Investigaciones Históricas (1930-1962)”, en revista Procesos, No. 31, Quito, I semestre 2010).

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media