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María del Pilar Cornejo, Secretaria Nacional de Gestión de Riesgos

“Existe aún bastante machismo y toca romper muchas barreras”

María del Pilar Cornejo Rodríguez, Oceanógrafa, MSC y PHD. Ecuatoriana. Foto: Lylibeth Coloma |  El Telégrafo
María del Pilar Cornejo Rodríguez, Oceanógrafa, MSC y PHD. Ecuatoriana. Foto: Lylibeth Coloma | El Telégrafo
09 de marzo de 2014 - 00:00 - David Guerrero

María del Pilar Cornejo, secretaria nacional de Gestión de Riesgos, se describe como una persona que gusta de los desafíos y que solo compite contra sí misma, como inspiración para destacarse en los trabajos que emprende.

Su educación inició en el colegio La Asunción (ahora unidad educativa), donde adquirió los valores necesarios para ser competitiva. Se formó en las aulas de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), donde también fue docente por 22 años.

Tuvo un corto paso por el Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar), donde fue una de las primeras mujeres en incursionar en el área de ciencias de esta entidad. Posteriormente, en 1990, tuvo la oportunidad de viajar a la Antártica, a bordo del Orión. Ella fue una de las dos  mujeres que participaron de la expedición.

En los últimos meses, Cornejo debió tomar decisiones y dirigir su equipo para ayudar a las personas afectadas por el invierno.

¿Cuáles fueron los primeros retos que asumió en su época colegial?
Mi colegio, en ese entonces, era bastante diferente a los demás. Ahora más bien se parecen en cuanto a metodologías. Nosotros siempre tuvimos que hacer investigaciones para distintas asignaturas y uno de los temas que me interesó siempre fue el de la Geografía y creo que parte de ello influyó en mi afán de estudiar Oceanografía. Casi todas las vacaciones de mi infancia han sido frente al mar.

¿Siempre ha tenido ese apego por las ciencias?
Las ciencias exactas, las geofísicas y mi hermana y yo teníamos, con mi tía, la afición de comprar en la librería Científica todos los libros que quisiéramos. Era una época en la que se leía bastante, ahora casi nadie lee. Una se sentía diferente porque el libro transporta a diferentes lugares. La lectura fue una parte importante de mi juventud... Es una época a la que le guardo bastante cariño.

¿La educación fue mixta o diferenciada?
Estaba en un colegio religioso que era solo de mujeres, pero las monjas del plantel tenían una metodología que era diferente a la del resto. Había mucha discusión, mucho trabajo... Había una relación distinta con los docentes.

¿Cómo resultó esa transición hacia la universidad donde tuvo que compartir aula con los varones e intentar sobresalir como mujer?
Una característica mía es que no intento sobresalir nunca porque yo no me mido contra los demás,  eso hace mucha gente, yo me mido contra mí misma. Es decir, yo tengo que ser mejor hoy de lo que fui ayer. No me  comparo con el resto ni estoy compitiendo contra los demás porque pienso que cada uno tiene una tarea, un lugar, una habilidad y ese comparativo no es justo. Esto también es parte de la filosofía que aprendimos en el colegio. Nosotros estudiábamos por el conocimiento, por las ciencias, pero no por competir entre nosotras.

¿Afectó algo la diferenciación entre hombres y mujeres?
En esto mi colegio también marcó la diferencia porque hubo bastantes charlas, convivencias y trabajos en conjunto con planteles de varones, por lo que la transición a la universidad no fue tan difícil. Además, yo tengo cuatro hermanos varones y eso facilitó la convivencia en las aulas. Lo complicado fue que en este nivel de estudio la mayoría eran hombres, nosotras éramos minoría, como el 5%. Hoy en día es 50 – 50.

¿En algún momento de su formación académica sintió que su condición de mujer le restaba oportunidades?
No faltaron los profesores machistas que pensaban que las mujeres no éramos capaces de sacar mejores notas que los hombres. Hubo algunos encontrones pero en general la Espol tuvo una posición diferente, así que yo no puedo decir que me haya sentido marginada. Teníamos acceso directo a los profesores, participábamos de eventos científicos desde el segundo año de mi carrera, y siempre había becas  para el que quisiera estudiar. Ahí la única autodiscriminación era que si uno no se esforzaba no tenía chance a becas pero, en general, oportunidades siempre hubo. De hecho, si sentí alguna discriminación fue por parte de las mujeres.

¿Cómo se dio esta discriminación?
El personal administrativo de la unidad, en una época, tuvo la tendencia de favorecer más a los hombres que a las mujeres, en las filas, en los procesos... es algo que no se analiza porque a veces uno no se da cuenta, pero está ahí.

Una vez que egresó de su carrera, ¿cuál fue su primer trabajo?
Cuando egresé y antes de salir a hacer la maestría entré a trabajar a Inocar un par de meses. A mi regreso entré como maestra con nombramiento en la Espol, cargo que ejercí hasta el 2009 haciendo un intermedio para mi doctorado. En un principio, en el Inocar, sí tomó por sorpresa una mayor presencia femenina porque en mi generación de Oceanografía hubo bastantes mujeres, pero gradualmente la situación fue cambiando. No estaban acostumbrados a que haya tantas mujeres en el área de ciencias, además de que era una época en que ni siquiera había mujeres en las Fuerzas Armadas.

¿Cómo se dio la incursión en el trabajo de campo en lo que respecta a su profesión?
Desde que éramos estudiantes. Desde el tercer año de universidad ya pasábamos a hacer trabajo de campo dentro del país, recorríamos toda la costa, siempre había proyectos. Dentro de estos trabajos estudiamos el fenómeno de El Niño, en los años 1982 y 1983. Nos tocó más que nada ver las consecuencias y el impacto en el sector agrícola.

¿Cuándo se dio la oportunidad de vincularse con el ámbito público?
Durante más de 10 años estuve trabajando en la coordinación de un  grupo de Las Américas, en los trópicos húmedos, y en cómo  podíamos usar esa información de la ciencia para prevención, evitar pérdidas humanas, pérdidas económicas, problemas de salubridad, etc. Esto sirvió para darnos cuenta de que los tomadores de decisión no usaban la información disponible por distintas razones: por desconocimiento, porque la escala en que iba la información no era la adecuada, el lenguaje. Siempre me quejé porque los responsables  desconocían estos  aspectos y cuando se me presentó la oportunidad de ser una tomadora de decisiones, no podía decir que no, había que aprovechar para iniciar un cambio.

Es poco común ver a una mujer en labores que, como esta, exigen horas de trabajos de campo y, más aún, en sitios donde se presentan emergencias. ¿Cómo maneja esta situación?
No depende solamente de que uno tenga las ganas, sino también de otros factores: si no se cuenta con el apoyo de la familia, no se puede incursionar en ningún cargo público, al menos en este nivel que exige mucho trabajo y sacrificio, y sobre todo una demanda como nunca antes.
En esta Secretaría, por lo menos en los dos primeros años de mi gestión apenas se dormía 4 ó 6 horas para sacar esto adelante. Fue todo un reto porque no había nada escrito en cuanto a prevención. Digamos que queríamos verificar lo que se hizo antes, cuando apenas contábamos con la Defensa Civil para enfrentar las emergencias, y Corpecuador, que se dedicaba a reparar vías, pero no había ningún ente dedicado a prevenir. Entonces se requieren dos cosas para este reto: alguien decidido a hacer el cambio y apoyo de la familia.

¿Más cuenta la actitud que la condición de mujer?
Además de la actitud que uno asume, no hay que olvidar el hecho de que en este Gobierno no ha habido discriminación. En este régimen se busca al que  está mejor capacitado para una tarea, a  quienes pueden formar un equipo para resolver un problema. Yo creo que esa visión es la que permite que no haya discriminación entre hombres y mujeres.      
El desafío, sin embargo, es grande porque a nivel del país existe aún bastante machismo y toca romper muchas barreras. Es un trabajo de todos los días porque las barreras siguen ahí y en general las que tenemos que cambiar mayormente somos las mujeres. En el hogar, seguimos siendo las que tomamos decisiones respecto de la educación de los hijos.

¿Cómo alterna su trabajo con la vida familiar?
Es un poco pesado, pero mi esposo ayuda bastante. Nos organizamos para que nuestra hija esté siempre acompañada por uno de los dos y, por supuesto, pasa más tiempo con el papá que conmigo. Además, nos damos un tiempo también para revisar las tareas, acompañarla a distintas actividades, llevarla al médico. Los fines de semana, en la medida de lo posible, son de la familia. Desde luego, está condicionado a que no tenga alguna emergencia.   

Usted mencionó que el machismo prevalece en nuestro país. ¿En qué aspectos le ha tocado lidiar con esto?
A veces uno se topa con estas actitudes, por ejemplo, cuando va a reuniones con municipios, y se puede percibir el machismo en las palabras y gestos de las personas, cierta incredulidad de que nosotras podamos ser capaces de manejar este ámbito.
Yo creo que estamos viviendo un cambio de época en el que hay más empuje para disminuir esa brecha de oportunidades.
Ya cada vez son menos quienes dudan de que seamos capaces de ejecutar los trabajos que tradicionalmente  eran exclusivos de los hombres. Aún sigue siendo complicado, pero el apoyo de la familia es indispensable para asumir nuevos retos.

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