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Apuntes sobre el fútbol (de lo sagrado y lo profano)

Apuntes sobre el fútbol (de lo sagrado y lo profano)
29 de junio de 2014 - 00:00 - Carla Badillo Coronado

UNO

Cuentan los chinos que el fútbol nació en Hong Kong en 1401; los escoceses, que sus soldados medievales lo jugaban con las calaveras de sus enemigos; y los florentinos remiten el surgimiento de ese deporte a un juego —mezcla de lucha libre y rugby— que se practicaba siglos atrás y al que denominaban como los italianos llaman ahora al fútbol: calcio. No obstante, el origen más bello (y acorde con su carácter sagrado) lo leí en el epígrafe inicial del libro Dios es Redondo (Planeta, 2006) del mexicano Juan Villoro. El texto corresponde a un niño de 7 años, Rodrigo Navarro Morales, quien relata la leyenda fundacional del fútbol; o mejor aun: la leyenda fundacional del mundo (al menos del suyo).

“En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo: “Hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo”. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó al rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”.

DOS

El fútbol es una de las manifestaciones más reales de que los milagros ocurren. Mientras el silbato final no suena, las posibilidades siguen rodando sobre la cancha. ¿Ejemplos? Escenas tan deslumbrantes y poéticas como el ‘gol iluminado’ que marcó el exfutbolista chileno, Elías Figueroa, en el estadio da Beira-Río, el 14 de diciembre de 1975.

Era un día completamente nublado. El Internacional de Porto Alegre (al que Figueroa pertenecía) buscaba ser campeón por primera vez en la historia de la liga brasileña, pero el resultado parcial con el Cruzeiro no lograba salir del 0 a 0. De repente, la pelota llegó al centro, Figueroa se elevó con la grandeza de un titán oportuno y —mientras un rayo de Sol lo iluminaba— pegó un cabezazo y mandó al esférico directo a la red. ¿El resultado? El único gol del partido con el que el Inter se proclamó campeón.

Según cuenta la leyenda, desde aquel día, en Porto Alegre, varias mujeres con sus hijos enfermos empezaron a visitarlo con la esperanza de que los sanara con su ‘milagroso don’. A finales de 1975, Elías Figueroa recibía —por segunda vez consecutiva— el premio al mejor Futbolista de América.

TRES

Diego Armando Maradona —ese otro Dios en los que muchos creen— aparece en mi pantalla. Dos aretes de diamantes cuelgan de sus orejas y dos relojes (uno en cada muñeca) muestran algunas de sus manías y contradicciones; pero sigue cayéndome bien. Se da el lujo de hablar pésimo de la FIFA frente a miles de espectadores, bendice a Vidal, elogia a Falcao y luego dice que espera que mañana le dejen fumar su Cohiba en el estadio, durante el partido histórico de Chile contra España (está seguro de que el primero dejará fuera al Campeón del mundo, que méritos no le faltan). Maradona está desnudo en todo lo que habla. Por eso despierta amor y odio por igual. Es él. Esa leyenda del fútbol que ahora ríe y lanza frases con tintes de genialidad y desvarío, como esa abuela cool que todos quisiéramos tener, pero a la que solo podríamos visitar muy de vez en cuando.

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