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El Telégrafo
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'Lio', un campeón herido

'Lio', un campeón herido
28 de junio de 2016 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

Lionel Messi, el astro argentino que es venerado en todos los rincones del planeta, entiende seguramente más que nadie que su país por naturaleza no cuida a los ídolos sino que los utiliza como caballitos de batalla o escudos protectores para esconderse detrás de ellos y exponerse en las alegrías y escudarse en las derrotas. Parece que la utopía se hizo realidad y el representante de todas las ilusiones y sueños se cansó y nos deja a la deriva, porque solo él nos puede guiar hacia ese triunfo, que no es simplemente salir campeón sino sentirnos dignos y bien representados, aspecto demasiado significativo de nuestro diario vivir. Messi, con un discurso escueto, poco racional y en un marco quizás poco adecuado deslizó un sentimiento que nace de la herida profunda que tiene al ver nuevamente que su anhelo más intenso, el de hacer sonreír a su país, se le escapó de las manos nuevamente, circunstancia que está más allá del penal que extrañamente mandó a la segunda bandeja del estadio. La tristeza invadió el torrente sanguíneo del crack que debe imperiosamente encontrar refugio en su familia, liberar ideas nocivas y encontrar las mismas motivaciones que si hubiera conseguido el logro en el ya mítico Metlife. El fútbol es eso, una aventura que exige saber caer pero por sobre todo encontrar los mecanismos para levantarse y volver a competir por nuevos objetivos. El pigmeo futbolista que nació en Rosario acarrea sobre sus espaldas las frustraciones de todo un pueblo que lo compara constantemente con su compatriota Diego Maradona no por maldad sino porque la sociedad en la que vivimos necesita un anti-héroe para saciar controversias emocionales y encuentra en sus dos más grandes representantes esos ingredientes. Futbolísticamente hablando Messi se sintió muy pocas veces cómodo en un equipo que intentó ser la estructura idónea para que el indescifrable jugador exponga sus mejores improntas y sea el encargado de culminar las buenas intenciones de un entrenador como Martino que valientemente buscó ser protagonista pero con el gran atenuante de nunca encontrar el gran socio que su hombre clave necesitó para potenciar su juego. Mascherano en el fondo y Banega en la mitad de la cancha hablan el mismo idioma y no se sonrojan si no le dan siempre la pelota al 10 porque tienen su misma genética de barrio, en cambio de ahí para adelante los vacíos son muy significativos más allá de que la mayoría ostentan grandes carteles a nivel mundial no gozan de esa jerarquía especial que se necesita para caminar en la misma vereda de uno de los mejores exponentes de la historia de este juego. Argentina presionó al justo campeón con mucha convicción pero se fue desvaneciendo en los fantasmas del pasado cuando Higuaín no concretó situaciones similares, sin querer decir que por eso no se llegó al gran objetivo pero sí recalcando que por  sobre todos son humanos y también sufren de temores, miedos y pérdida de confianza. El desahogo sigue esquivo para este futbolista fuera de serie que tiene la virtud de hacernos disfrutar cada fin de semana y desde ese dolor que irradia con lágrimas en sus ojos se generan conjeturas y aseveraciones en muchos casos injustas y desmedidas. El rosarino se va a levantar, curará sus heridas y con seguridad nos llenará la cara de sonrisas como nos tiene habituados; ojalá también lo logre con la camiseta que lleva impregnada en su piel, porque nadie más que él la merece. (O)   

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