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Punto de vista

Gaibor, un oasis en el desierto

Gaibor, un oasis en el desierto
15 de marzo de 2016 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

Las evoluciones tácticas en el fútbol le han ganado terreno a la esencia de este deporte. En la actualidad se venera mucho más una cobertura defensiva -que también es muy importante- dentro de los mecanismos de juego, que una pared en velocidad. Muchos dicen que el antiguo número 10 ya no tiene lugar y que murió, a lo que refuto complementando que ese jugador es y será indispensable porque es el único que puede hacer descansar a todos los que corren sin parar cuando tiene la pelota en su poder. Porque convive con otros tiempos en su accionar y lo que realmente nunca hace es dejar de pensar y leer el juego. Me atrevo en esta crónica a zambullirme y analizar a uno de los pocos futbolistas que, a mi entender, a nivel local goza de atributos técnicos que, si logra potenciarlos y utilizarlos más regularmente, podrá marcar diferencias importantes con el resto, ya que su depurada técnica individual lo distingue. El jugador en mención, como ya lo adelantamos, es Fernando Gaibor, un volante mixto que tiene la ventaja de leer la partitura de cada compromiso, virtud que con el tiempo la sumó a su menú y que con simples chispazos demuestra que su curva ascendente solo puede frenarse por su conformismo. En los últimos juegos su equipo no encuentra los caminos ideales y deambula en dudas colectivas, pero se puede percibir que si él asume la responsabilidad de guiar los destinos dentro del campo de juego las convicciones futbolísticas del plantel comienzan a aclararse. Su caudal se agiganta cuando siente el apoyo de su copiloto de la mitad de la cancha que le cubre las espaldas y de esta manera no siente un vacío cuando rompe las trincheras rivales con pases entre líneas que se tornan fatales para el contrincante, pero imprescindibles para la gestación de su equipo. Gaibor de a poco va entendiendo cuándo conviene jugar por adentro y cuándo utilizar sus virtudes personales y meter un cambio de frente de cincuenta metros para desbalancear la estrategia defensiva del oponente y llevar el ataque con sorpresa por otro sector, situación compleja para otros, pero que  él realiza con total naturalidad. Este tipo de jugadores no abundan porque las presiones resultadistas con las que convivimos a diario prescinden del virtuosismo y prefieren lo banal pero regular, exigiendo primero correr y después pensar, cuando la realidad nos dice que este juego necesita estructuras sólidas de funcionamiento, pero -por sobre todo- ingenio, que logre resolver los obstáculos. Y para eso nunca se puede dejar de razonar. Pedro Quiñónez, sin lugar a dudas, es muy compatible en su juego y demuestra que tiene las características ideales para potenciarlo, ya que entiende cómo guiarlo dentro del funcionamiento y, además, no es egoísta en darle el protagonismo con el esférico mientras él realiza el trabajo sucio -poco visible pero necesario- en un sector que imperiosamente solicita equilibrio, talento y, especialmente, sacrificio.

El jugador ha ido creciendo a paso firme y está a punto de saltar la línea para dejar de ser solo un gran proyecto y convertirse en una pieza fundamental en un fútbol moderno que, más allá de tener diferentes obligaciones en sus estatutos tácticos que piden hacer sacrificios sin balón, premia a los líricos que, cuando disfrutan y son armónicos en sus movimientos, cautivan y enamoran a un público ávido de emociones; pero para lograr esto debe seguir rompiendo el cascarón. (O)

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