Cuando las expectativas son muy altas las desilusiones pueden ser enormes. La Noche Amarilla ya se arraigó en el sentimiento del hincha como un momento especial y muy esperando porque es allí donde se siembran las esperanzas y por única vez en el año las ilusiones son compartidas por todos. Con la llegada de José F. Cevallos el cosmos barcelonés vive días diferentes, plagado de conferencias de prensa y notificaciones antiguamente desconocidas como método de transparencia y también para trasladar de esta manera un mensaje claro al público, que genere conciencia y compromiso para ponerle un salvavidas a la institución que hace mucho naufraga en un mar de deudas y demandas.

En este abanico de ideas y mecanismos surgió la posibilidad de dar un golpe de timón y seducir a todos con la presencia de un astro contemporáneo como lo es Ronaldo de Assis Moreira, ‘Ronaldinho’, el último malabarista del fútbol mundial. Las semanas previas a la gran noche estuvieron plagadas de especulaciones pero nunca de dudas sobre la posibilidad de que esta sorpresa tangible se transforme en realidad. El jugador brasileño después de vivir un periplo interminable por el mundo, arribó a Guayaquil, donde fue recibido por miles de personas que se mantuvieron pendientes de sus movimientos hasta altas horas de la noche.

La hora pactada llegó y la esperanza de vivir un día mágico flotaba en el ambiente del templo amarillo que de a poco fue abarrotando cada sector del lugar dejando claro que todos se sentían invitados de lujo a una función especial y de la cual quizás nunca se podrían olvidar, y así fue. El manto de la noche le dio el hechizo ideal al marco que latía de manera expectante pero calmada intentando asimilar cada segundo entendiendo que era una noche diferente. Cuando el reloj marcaba las 20:00 y después de explotar en varias ocasiones por los nuevos integrantes del plantel, el césped del monumental tuvo el honor de recibir al futbolista brasileño. Desde el pitazo inicial las miradas de un público ávido de fantasías fueron con él y no defraudó, demostrando que sus cualidades están intactas y asumiendo la enorme responsabilidad de sumergirse con mucha seriedad en el corazón del equipo y sintiendo que no solo vino de paseo y a engrosar su billetera sino a cumplir deseos que para muchos seguramente eran inalcanzables pero que con su presencia se hacían realidad. El partido no fue fácil para los dirigidos por Almada porque el rival de turno que en todo el evento nunca fue tenido en cuenta, tuvo la enorme valentía de proponer y plasmar una hermosa idea futbolística y así demostrar que no solo vinieron a una fiesta sino que también querían jugar bien y ganar. Ronaldinho rápidamente encontró el socio ideal dentro del rectángulo sagrado que fue Damián Díaz y se sintió cómodo a tal punto que explotó de alegría en cada gol denotando estar cómodo y feliz por lo que estaba viviendo. Los gestos técnicos, la espectacular doble pared con  Kitu, los pases de pecho y hasta la posibilidad de gol que falló y se ahogó en la garganta de todos quedarán en la retina de la hinchada para siempre, y no solamente de los barcelonistas, porque la mayúscula presencia del talentoso brasileño nos dejó también un legado inmenso de hacernos sentir agradecidos con su presencia como él también demostró que se sintió con todos los que lo fuimos a ver. (O)