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¿Dónde quedaron los códigos?

¿Dónde quedaron los códigos?
12 de enero de 2016 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

Vivimos tiempos de una histeria mayúscula, inmersos en una jungla que cada vez se muestra más intolerante y con alarmantes indicativos que nos llevan a pensar que la genuina esencia del fútbol ya fue contaminada y nunca volverá a ser transparente. Soy un convencido de que no todo lo pasado fue mejor como aseveran nuestros abuelitos, pero si revisamos algunas situaciones puntuales, tenemos que darles la razón, y si realmente nos importa el tema, llegaremos hasta a envidiar aquellas épocas donde la palabra y un apretón de manos bastaban para dejar sellado con sangre cualquier pacto entre hombres de bien. Los antiguos camerinos estaban invadidos de formalismos que eran innegociables y que a la vez se trasladaban con el pasar de las generaciones. Los utileros  normalmente son los ojos y oídos de ese lugar venerable que solo el que fue futbolista sabe lo que realmente significa, y ellos siempre fueron los encargados de dejar explicito cuáles eran las costumbres y valores que su club tenía como premisa en el diario convivir.

Era impensado que un juvenil se tome atribuciones como equiparse al mismo tiempo con los más grandes en esa trinchera que normalmente estaba llena de legendarios nombres y mucho menos  llegar a tutearlos, normativa que no se violaba por nada del mundo y que denotaba el respeto que se debía generar entre experimentados y novatos.

El balompié ha mejorado de manera vertiginosa en muchos aspectos, pero fue perdiendo los valores y códigos de convivencia donde los colegas ya sean jugadores o entrenadores comprendían y respetaban a su par como parte fundamental del juego. En la actualidad vivimos tiempos carnívoros y carentes de todas aquellas virtudes que deben ostentar personas que trabajan en un deporte colectivo y que nació desde la solidaridad grupal, naufragando en irrespetos constantes que lo único que hacen es debilitar una pasión que era practicada por elegidos pero ahora ya roza lo vulgar y banal. Los juveniles de aquellos años crecían soñando algún día en llegar a esos sitiales que en muchos casos solo se los imaginaban por relatos radiales o alguna famosa foto, y de esa manera en un futuro saciar el sacrificio de todos los que lo rodeaban y algún día tener el privilegio de poder sentirse jugador. En este cambio llamativo de comportamientos incomprensibles y poco serios también debemos incluir a los responsables de los equipos, que por cuestiones de mercado imperiosamente se convirtieron en eslabones necesarios del gran show que rodea al fútbol, y esos son los entrenadores. Era de caballero no aceptar hablar sobre la posibilidad de ocupar un cargo mientras otro colega estuviera vigente en ese puesto, y de esa manera marcar el territorio indicando que la integridad de un ser humano también pasa por ser digno y respetuoso, cualidad que se esfumó lamentablemente en el tiempo. La necesidad y desesperación por ingresar y ser parte del tormentoso sistema despierta las miserias más bajas que una persona puede tener llevando a muchos a no medir las consecuencias postulándose o hablando mal de otros trabajadores con el fin de conseguir su puesto, abusando e irrespetando sin escrúpulos y consideraciones a su colega. Volver al pasado en algunas composturas es retroceder y no valorar las mejoras obtenidas, pero considero que es urgente y determinante fomentar y recurrir a las viejas enseñanzas, que eran mucho más legales, transparentes y su núcleo estaba lleno de entereza, algo que hoy angustiosamente no tenemos. (O)

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