Considero que es el momento ideal para que todos los actores y responsables del balompié pongan sobre la mesa los temas urgentes que necesitan ser discutidos y analizados, para encontrar un consenso general y poner fin a un torbellino de irregularidades que nos tiene a todos involucrados en una locura que necesita ser frenada.
El torneo nacional dejo de ser atractivo hace mucho tiempo y eso lo pueden corroborar aquellas personas que vivieron la transición previa a esta realidad nefasta. Pero para entender de qué estamos hablando es imprescindible socavar en varios aspectos que han tomado con el tiempo el carácter de normales, sin darnos cuenta de que tienen demasiada injerencia en la realidad poco cuestionada que estamos transitando. Las nuevas generaciones no conciben que cuando el hincha acude al estadio es porque esconde en algún rincón de su niñez el motivo sagrado de apoyar a esos colores, demostrando fidelidad a sentimientos que jamás encontrará explicación.

Hoy el público confunde pasión con violencia y convive sin tolerancia ante otros amores y mezcla a un gran espectáculo con una contienda de ideales. Si a esto le sumamos que los periodistas especializados encargados de llevar las noticias a una masa cada vez más grande consumista de detalles y primicias, generan opiniones desde sus pensamientos, observando en muchas ocasiones que el respeto al trabajo ajeno es cada vez menos valorado.

Es normal escuchar que se destruya a un jugador o a un entrenador por resultados que no cubren las expectativa de todos y sin ningún tapujo solicitar despidos llenos de desaprobación para personas que viven de esta profesión obtenida de presiones externas; ratificando que la vehemencia con la que vivimos no mide ninguna consecuencia.
En un ámbito diferente pero determinante están los entrenadores, que son la presa ideal de la prensa e hinchada o el orgullo de dirigentes que buscan ser representados por un estilo de juego pero que en realidad camuflan ese mensaje hasta que los resultados positivos no aparecen. La mayoría de los técnicos son llamados cuando otro dejó la bacante porque no encontró el rumbo, mas no por una ideología de trabajo respaldado por el paladar de una institución y eso desemboca a que el indicado acepte ingresar a la picadora de carne y ver hasta cuándo sobrevive. El tiempo y el apremio que tenga su club por buscar los ansiados resultados pueden ser los catalizadores que lo conduzcan al camino deseado o quizás no. Por último, están los que a mi entender son los actores principales sin ser divos de un deporte mágico que premia la honestidad y perseverancia por sobre todas las cosas y eso son los jugadores. Las épocas nos indican ciertos modismos y tendencias, pero nunca podrán ser la excusa para modificar comportamientos que al ser tendenciosos inclinan la balanza para el lugar menos indicado.

Siempre se habla de códigos y eso es lo que menos se observa en la actualidad, síntoma de que algo no está funcionando bien en un juego donde los veintidós jugadores intentan de manera artística dominar el esférico y llevarlo a los piolines sagrados. El futbolista está perdiendo respeto por su par sin entender que al suceder esto también irrespeta su propia esencia. Las exigencias económicas y la búsqueda constante de salvar el futuro enceguecen a todos a tal punto que pueden lastimar al prójimo simplemente por aquel anhelo vacío de cualquier aspecto moral. Todo está enrarecido de tal manera que atravesamos una enajenación de principios muy profunda sin ni siquiera caer en cuenta en esto, siendo  un indicativo preocupante que debemos parar lo antes posible.
El universo futbolero está en crisis y eso no es novedad, lo que necesitamos a partir de ahora es asumir tropiezos y corregir el rumbo de una pasión que ya es parte de nuestra cultura. (O)