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El Telégrafo

El dt ricardo gareca aplaca las críticas

Perú fue la sorpresa de la Copa y se ilusiona con ir al Mundial

Perú fue la sorpresa de la Copa y se ilusiona con ir al Mundial
05 de julio de 2015 - 00:00 - Víctor Vimos, corresponsal en Lima

En la última década, Perú fue una selección plagada de fracasos. El buen juego y la fortuna poco coincidieron en su cancha. Los recuerdos viven para confirmarlo. Es 2005 y frente a la solitaria portería del equipo ecuatoriano, Andrés Mendoza falla un gol cantado que aún ahora está presente como uno de los momentos más tristes que han asolado a la Bicolor. En 2013, las lágrimas de Jefferson Farfán colmaron las portadas de los diarios locales, ilustrando la desazón después de que

Uruguay los doblegara en casa, condenando a 30 millones de peruanos a mirar, una vez más, el Mundial por televisión.

Hoy la cara de ese equipo posee una luz distinta, ajena. Su paso por la Copa América, como en 2011 cuando también alcanzó el tercer lugar, parece haberle devuelto la circulación sanguínea que los 30 años sin mundial habían amortiguado. Perú llegó a esta cita con el viento en contra: la reciente renuncia de Manuel Burga, presidente de la Federación Peruana de Fútbol, colocó a la cabeza del Rey de los Deportes a Edwin Oviedo, hasta entonces, un desconocido dirigente del balompié provincial.  

El desconcierto que acompaña a la premura hizo que la elección del nuevo técnico para el combinado nacional estuviera filtrada por la desconfianza: los periodistas deportivos, sus voces autoimpuestas como verdades apuntaron la falta de ambición, el poco conocimiento, la escasa preparación, como excusas para apalear a Ricardo Gareca.

De esas críticas, como de una estatua de arena devorada por el desierto, nada queda. Un equipo condenado a la eliminación en primera vuelta –su ubicación en el ‘grupo de la muerte’ lo justificaba– que demostró, desde su primer duelo con Brasil, voluntad por sobrevivir, merece el respeto de propios y ajenos.

Esa vocación se materializó en técnica: el 4-4-2 con que el ‘Tigre’ estrenó su garra, tuvo siempre una decisión ofensiva. Por momentos, en su segundo partido contra Venezuela, daba la impresión de que los peruanos jugaban de local.  

El triunfo no implica solo la ventaja en el marcador. Lo saben de sobra Claudio Pizarro o Paolo Guerrero, quienes han sido testigos privilegiados de las debacles futbolísticas de Perú. La victoria es madre de una gloria distinta, hermanada con el empuje anímico, espiritual, que lleva a los jugadores a plantarse con ganas de comerse el mundo ante cada nuevo rival.  

La selección de Colombia lo supo durante los 90 minutos que insistió en desbaratar la estrategia peruana, sin resultado alguno. El empate, a cero, mostró que en la cancha el título de favorito lo ponen los pies y no la boca.  

Aun cuando el partido contra Chile, en semifinales, dejó en claro que en fútbol no siempre es todo, el ánimo de los peruanos no disminuyó. Por el contrario, el ‘Tigre’, con su voz ronca de por medio, manifestó la necesidad de poner los pies en la tierra, de no crear expectativas exageradas. “No tengamos delirios de grandeza” dijo,  “recién empieza el trabajo” agregó, pero cada frase suya añadía un leño más en el fuego encendido por la pasión de los hinchas por su selección.  

El resto tiene que ver con el derecho a soñar. Hace tiempo, mucho tiempo, que Perú perdió el libreto de la sorpresa, la magia, y se conformó con ocupar el olvidable espacio de la derrota, recibiendo goles, esos goles terribles en los últimos minutos de los partidos decisivos. El 2-0 ante Paraguay los libera de ese lugar. Ahora esos 11 jugadores son los que empujan, los que van tras el balón como si de eso dependiera que el mundo siga siendo el mundo; los que hacen goles definitivos, esos goles terribles, al último minuto.  

Algunos diarios locales dan fe de que el ‘Tigre’ lloró una vez terminado el encuentro con los ‘guaraníes’. Sus lágrimas, dicen las redacciones, son respuesta a la presión que durante el mes entero de competencia soportó en su intento por sacar a flote los restos de un buque abocado a la profundidad.

Cada minuto es un hierro que parte la cabeza cuando, desde la banca, no se puede hacer más que creer en los otros a la espera de que la pelota cruce el umbral de la portería contraria. Duele no ser quien tiene los botines puestos y empuja ese balón. Duele ver cómo otros levantan las manos y festejan la victoria. Duele un tercer lugar cuando la gloria ha estado tan cerca. Eso también dicen las lágrimas del ‘Tigre’.

Este fin de semana, cuando la selección retorne a Lima, un grupo nutrido de hinchas la esperará para aclamar sus logros. Son pocos los meses que la separan de su primer partido por eliminatorias. Eso no importará. Los jugadores no podrán dejar de oír los vivas que surgirán a su paso, los aplausos; esa constatación de un mundo nuevo, de un lugar distinto al que dejaron, forjado a punta de pelotazos. (I)

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