Muchos dicen que la mejor manera de entender el fútbol es a través de los hinchas. Hasta el miércoles, cuando se disputó la primera final de la Copa Libertadores de América entre el Independiente del Valle y el Atlético Nacional de Medellín, aquella presunción aún estaba en duda. Pero, luego de esos 90 minutos, sí la mejor forma de comprender el fútbol no solamente está en las jugadas de cancha, ni tampoco en el show de los árbitros. En las barras, todo eso confluye. 

Sí, esas sensaciones del "foul",  driblar el balón propios en la cancha también lo viven los hinchas que "patean" y "cabecean" al aire. Aquellos que ingresan con papas con cuero, empanadas de morocho, mote con fritada, hornado con papas, chochos con curtido de cebolla. Sí lo sienten, aquellos que buscan un espacio en las barandas, que miran de pie arrimados a la pared, que se apretujan en las escalinatas, que se escapan de casa, que "fían",  que suben las gradas apoyados por palos de madera. Esos son los hinchas, que pasan de la alegría propia de un partido, a la euforia, la indignación, la rabia, la impotencia. Palabras van, palabras vienen. Y todo en segundos. Esos segundos que se vuelven cíclicos; termina y vuelve a empezar.

En Sangolquí, el estadio de la Liga Cantonal de Rumiñahui estuvo el miércoles llenó de gente del lugar. En las barras, todos tienen algo que contar, alguna vez sus hermanos, primos, tíos, padres, abuelos jugaron en el equipo del barrio. El equipo de los "jugadores uvas" como recuerda Roberto Villacís, exjugador del equipo, que los llamaban. Alguien -que ahora está sentado en las barras- hasta los 50 fue el mejor arquero, otro el mejor goleador, mediocampista, hasta la señora que vende espumillas afuera del estadio recuerda algo, ese algo que los identifica... La cancha fue de tierra y por ello hubo raspones en las jugadas, peleas, vueltas olímpicas, hasta "vacas" para pagar las tarjetas... Independiente marcó una historia.

Rosita Olivia Suárez (67 años) se declara hincha  del Aucas, pero desde que inició la Copa Libertadores de América sigue al equipo de Sangolquí. "Les veo con ganas. Les hacen calor al resto". Los 90 minutos que duró el partido, la mujer, de tez trigueña y ojos vivaces, miró  el cotejo entrelazando sus manos, en signo de oración. En más de una ocasión se golpeó la cabeza con su mano, saltó, gritó y cruzó los dedos, como una especie de cábala, para que el equipo contrario no metiera un gol. Sí que le surtió efecto.

Víctor Manuel Salazar, de 90 años, arrimó su mentón  a un palo de madera que le acompaña como bastón. El hombre asegura que fue arquero del Independiente y por ello cree que tiene toda la capacidad para juzgar a los "jóvenes": "Independiente es más rápido", grita. A ratos, queriendo meterse a la cancha, imaginando jugar. A momento, abriendo los ojos, abriendo la boca y sujetando aún más fuerte el pedazo de madera, que le ayuda a subir y bajar las gradas sin dificultad. 

Paúl Ushca, de 10 años, se escapó el miércoles de su casa para ir al estadio de Sangolquí. Sueña con ser como el "Tin" Angulo. "Vamos Independiente, vamos", gritó en el estadio. En cada jugador, el pequeño mira su futuro. "En mi casa y en la escuela, siempre sacó mi balón y me pongo a jugar". 

Rafael Márquez cree que el Independiente es corazón, por ello al final del cotejo solo se animó a mirar su bandera, con la ilusión de que el equipo sangolquileño, de donde es oriundo, quede campeón.

Antes del partido, un pequeño grupo de niños jugó su propia final. Sí, allí en el descanso de las gradas de la tribuna.Muchos de ellos sueñan  con ser como el arquero Librado Azcona, otros como Bryan Cabezas, Arturo Mina, el "Tin" Angulo. El fútbol es su vida, o al menos, eso dijo Danny Matango,  quien empapado en sudor no dejaba de mover su cuerpo al ritmo que imponía su balón.

El fútbol en Sangolquí es tradición; Independiente es identidad (I)