Europa contiene la respiración ante dos días futbolísticos de infarto. Hoy en Munich, el FC Barcelona intentará hacer valer la renta de los tres goles que el pasado miércoles le endosó al Bayern de Guardiola en el Camp Nou.

La cosa puede parecer sencilla pero contra los alemanes nadie puede estar seguro de nada hasta que el árbitro pite el final del partido. Donde andan poniendo velas a todos los santos protectores existentes es en el Real Madrid. Su semifinal contra la Juventus de Turín, que además recupera al francés Pogda, llega envuelta en oscuros nubarrones.

El triste empate logrado este fin de semana en su estadio pone el título de Liga a una distancia sideral de los merengues y el catastrófico partido de la Champions que regalaron a sus apasionados seguidores en Turín ha enrarecido el ambiente hasta el grado de que Casillas terminó el sábado enfrentado con un sector del público que no cejó en abuchearle por el pésimo espectáculo que sus estrellas brindaron contra el Valencia.

De esta forma, los merengues acuden a la batalla del miércoles con una única bala en la recámara: remontar el 2 a 1 que le endosó la Vecchia Signora para que no rueden cabezas en el vestuario. El equipo de Carlo Ancelotti se juega la temporada en esos 90 minutos

Mientras las aguas descienden así de revueltas por el Santiago Bernabéu, en Barcelona se ha asentado una euforia desmedida. Quizá se deba al estado de perfección que ha alcanzado Lionel Messi en este momento clave de la temporada, quizá la causa esté en que el Barça aún está en disposición de lograr la Triple Corona –Liga, Copa y Champions- y coronarse rey del mundo.

Lo cierto es que el DT blaugrana Luis Enrique daba ayer su particular pincelada de realismo mágico a este clima de entusiasmo al asegurar que no prestaba atención al júbilo de su afición “ya que esto funciona con extremos: o estás caliente, hirviendo, o en el polo norte”.

Sabe muy bien de lo que habla ya que el pasado mes de enero estuvo a punto de ser destituido tras perder contra la Real Sociedad. Pero aquello es ahora un mal recuerdo. Claramente este Barça hierve mientras que el Real Madrid navega a duras penas por un mar de hielo. Mañana, ante un rival italiano duro como el acero, deberá virar la dirección de su juego si no quiere chocar contra un iceberg y acabar la temporada hundido en la profundidad abisal de los mediocres.

Comentan que la lesión del croata Luka Modric ha sido crucial para comprender el colapso que atenaza el juego merengue. Ancelotti no sabe muy bien cómo suplir a su mediocampista.

Ha utilizado a un joven valor nacional como Illarramendi, cuyos días vestido de blanco parecen contados; y también a Sami Khedira, que no cuenta mucho para el DT desde hace muchos meses. El recurso está siendo recolocar a Ramos en la posición de Modric pero el equipo se ha venido debajo de manera estrepitosa. Nadie se atreve a pronosticar quién acompañará a Toni Kroos frente a la Juve. 

El hotel bávaro donde los jugadores del Barça están concentrados parece un balneario suizo por la tranquilidad que se respira. Los culés encaran la recta final de la temporada de una forma envidiable y con la plantilla al completo.

Clasificado para la final de la Copa, le basta con ganar un partido de los dos que le quedan para ser campeón de la Liga BBVA. En Champions, tiene todo de cara para llegar a la final de Berlín aunque el Bayern de Guardiola no haya dado la batalla por perdida.

En Múnich llevan días reunidos ideando la fórmula táctica secreta que ayude a lograr la proeza de meter cuatro goles a una máquina de jugar al fútbol como los azulgranas.

Pero hasta la fortuna sonríe al equipo de Luis Enrique. El Bayern llega mermado al combate, con varios de sus titulares lesionados o recién salidos de graves dolencias como el caso del internacional español Javi Martínez y de Ribery.

En la Bundesliga es el indiscutible campeón, pero el pasado fin de semana sufrió una dolorosa derrota en su propio estadio en el derbi regional ante el Augsburgo. Al concluir este encuentro, Pep Guardiola no llegó a decirlo en voz alta pero dejó caer algún detalle sobre las escasas posibilidades de su equipo para estar en la gran final de Berlín.

Sin embargo, queda la magia del fútbol, la sorpresa. Si se produce, los estados de ánimo cambiarán de bando a la velocidad de un parpadeo. Nadie tiene asegurado nada y las apuestas no sirven de nada cuando un balón rueda entre 22 jugadores. (D)