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El Telégrafo

El equipo tuvo el apoyo de 80 jugadores de las divisiones formativas

En el Centro de Alto Rendimiento del Independiente viven 87 chicos de varias provincias. Sus edades van de los 11 a los 17 años. Además del entrenamiento, los jóvenes reciben educación, vivienda y alimentación.
En el Centro de Alto Rendimiento del Independiente viven 87 chicos de varias provincias. Sus edades van de los 11 a los 17 años. Además del entrenamiento, los jóvenes reciben educación, vivienda y alimentación.
Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
21 de julio de 2016 - 00:00 - Amanda Granda

“El fútbol es como la vida, hay que ponerle ganas”. Con esa frase Gabriel Cortez y Dixon Arroyo, volantes del Independiente del Valle, iniciaron un ritual que ya tiene historia en el club de Sangolquí.    

Ellos, con la ayuda de una rasuradora eléctrica y sin ningún tipo de conocimiento en cortes de pelo, raparon la cabeza de Jair Martínez, de 17 años. Lo hicieron como parte de una tradición para los jugadores que debutan en el fútbol nacional. Ayer, Martínez jugó su primer partido profesional en la sub-19. Lo hizo frente a El Nacional en el estadio de Chillogallo, en el sur de Quito.          

Mientras Jair camina por el pasillo de uno de los dos buses que partieron desde las instalaciones del club hasta el Estadio Olímpico Atahualpa para ver la final de la Copa Libertadores, recuerda que un día antes del partido los jugadores de primera compartieron tiempo con los chicos de las formativas (sub-12, 14, 16 y 19). “Nos dijeron que entrenaríamos juntos, pero no se concretó”. En lugar de la práctica en común, los jugadores que enfrentaron al Atlético Nacional de Medellín recibieron el apoyo de los 80 chicos que forman parte de las divisiones menores del Independiente.

En la cancha del club, Jair y otros cuatro jóvenes que también debutaron frente a El Nacional estrecharon la mano de cada uno de los jugadores de primera división. Anthony Angulo fue uno de ellos; el joven de 18 años admira a Júnior Sornoza. Afirma que además de ser un jugador ágil es muy amistoso. “Cada vez que va al club saluda con todos, y a los más chicos les da consejos y palabras de aliento para que crezcan en el equipo”, cuenta.        

Esto lo comparte Hansel Delgado, de 13 años, quien hace dos meses llegó al club desde su natal Portoviejo (Manabí). Delgado ocupa uno de los primeros asientos del bus. Son las 17:30 y mientras el vehículo avanza por la avenida Simón Bolívar se escucha un set de la música preferida de los jugadores del Independiente: la salsa ‘choke’. Algunos ensayan pasos de baile que se interrumpen con el movimiento del bus cuando toma una curva, otros se toman fotos con sus celulares, y otros como Aldair Mina (13 años) miran fijamente por la ventana. Dice que sueña con el día en que juegue su primer partido profesional. Él es hincha de Barcelona y quiere debutar vistiendo la camiseta de Independiente, pero enfrentándose al equipo que su papá le enseñó a querer desde que era niño.    

Aldair conoció el fútbol de la mano de su papá. Él le enseñó a jugar, le inscribió en ligas barriales del Municipio de Guayaquil. A los 12 años viajó a Esmeraldas para participar en un campeonato, y fue ahí cuando Juan Carlos León, técnico de la sub- 19 del Independiente, lo vio jugar y le incentivó a formar parte del tercer club ecuatoriano que juega una final de la Libertadores. Aldair admira al delantero José ‘Tin’ Angulo, quien ha anotado seis goles en la Copa.

Sentado junto a Aldair está Yesil Enrike, quien juega como marcador izquierdo en la sub-14. Él es hincha de Liga de Quito y quiere que al igual que el equipo de “sus amores”, Independiente se consagre como el rey de América. Yesil también admira a Sornoza. Asegura que para jugar fútbol, además de entrenar todos los días, se necesita creer que se puede. Mientras frota sus manos, repite la frase que Gabriel Cortez y Dixon Arroyo dijeron antes de rapar la cabeza de sus compañeros: “hay que ponerle ganas”.

Conforme avanza el recorrido, la música es más fuerte y desde uno de los asientos de la parte posterior del bus, Royer Valdiviezo, hijo de Geovanny Valdiviezo, chef del plantel, hace sonar una improvisada trompeta y grita “vamos Independiente”. Los demás chicos lo apoyan. Se levantan de los asientos, gritan y aplauden. Ramiro Méndez, tutor de los muchachos, les pide que se sienten, les informa que aún no llegan al estadio. Habla por celular y ocupa un asiento de la primera fila.

Méndez llegó al Independiente hace 5 meses. Su hermano Sebastián Méndez, quien ahora juega en el equipo de primera, tuvo un paso breve por el fútbol español. Jugó seis meses en el Cultural de León, de segunda división. Él asistía a su hermano, y en uno de los partidos conoció a los directivos del Independiente, quienes le plantearon la posibilidad de trabajar en Ecuador con el equipo de Sangolquí. Méndez aceptó y después de vivir 14 años en Bilbao volvió a Ecuador.   

En el Centro de Alto Rendimiento del Independiente viven 87 chicos (todos de provincia) de entre 11 y  17 años. Además del entrenamiento, los jóvenes reciben educación, vivienda y alimentación.

En sus cinco meses de convivencia con los jugadores juveniles del Independiente, Méndez conoce sus “altos” y “bajos”. Dice que se entristecen cuando no pueden viajar a sus casas en fechas importantes como el Día de la Madre o del Padre. “Como estas festividades son los domingos, días en los que hay partido, ellos no pueden ir”. Pero para equilibrar esa tristeza está el fútbol. “Cada vez que juegan, son titulares o hacen un buen partido, ‘el bajón’ se deja a un lado”, dice Méndez.

El tutor, que hace el papel de padre en las instalaciones del club, confirma que la salsa ‘choke’ es la música preferida de los chicos. Recuerda que cuando Independiente le ganó a Boca Juniors (3-2) en La Bombonera, los muchachos se subieron a las mesas, bailaron, gritaron, cantaron y no querían ir a dormir. Uno de ellos fue Andrés Delgado, quien llegó al Independiente hace un año y seis meses desde su natal Imbabura. Carlos tiene 14 años y admira a Arturo Mina, quien anotó el gol del Independiente frente al equipo colombiano.

A las 18:45 los dos buses arriban al Atahualpa. Los más grandes se hacen cargo de los más chicos. Bajan e ingresan a la tribuna sur del estadio Atahualpa. A su paso, los hinchas los alientan y algunos se toman fotos con la gente que hace fila. (I)       

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