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El Telégrafo
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Doha 2
04 de julio de 2018 - 14:29 - Esteban Ávila

El 28 de octubre de 1993 se jugaba la fecha final del hexagonal decisivo de la Confederación Asiática, rumbo a Estados Unidos 1994. Japón tenía que ganarle a la ya eliminada Irak para lograr su primera clasificación al torneo máximo. Mientras, Corea del Sur debía esperar la derrota japonesa (harto improbable en los papeles previos) además de su victoria sobre Corea del Norte para llegar al Mundial. Arabia Saudi, que jugaba contra Irán, también clasificaba con un triunfo.

Doha, capital de Catar, fue la sede de los tres cotejos en horario simultáneo. Los japoneses cumplían con el presupuesto inicial y vencían a los bravos iraquíes por 2-1. Corea del Sur goleaba 3-0, pero no les alcanzaba para lograr el boleto, mientras que Arabia Saudi también sacaba adelante el partido con Irán por 4-3.

Era el minuto final de la jornada y todo parecía escrito: árabes y japoneses iban a Estados Unidos.
Tokio y todo el archipiélago nipon vivían una jornada de alegría. Era el momento esperado por tantos años y, sobre todo, la coronación al momento de mayor devoción al fútbol que haya vivido este país, cuya favoritismo siempre fue para otros deportes como el béisbol y el sumo. La JLeague, instalada años antes, había prendido y ya se hablaba de solicitar la sede del Mundial 2002.

Pero la desgracia llegó vía un centro corto desde la derecha, al que accedió el cabezazo de Jaffar Salman. Cruzó la pelota al palo opuesto que vigilaba el golero Shigetatsu Matsunaga. Gol. 2-2. Japón estaba fuera del Mundial y, de remate, su vecino y rival Corea estaba logrando una clasificación milagrosa a su costilla.

El video de este partido, que está en Youtube para quien quiera recordarlo, nos muestra una imagen parecida a la que se vivió el pasado lunes en el estadio de Rostov, luego del gol del belga Nacer Chadli.

Tal como en Doha, los defensores japoneses que acompañan la jugada que culmina en el 3-2 para los europeos se desploman al llegar la conquista. Dos jugadas en el instante final han marcado la historia adversa del fútbol japonés: la primera para evitar su bautizo mundialista en 1994, la segunda para dejarlos fuera de la inédita instancia de cuartos de final.
 
Pero tras el resultado deportivo en seco está el impacto del mismo. Los japoneses, al contrario de los latinos o los mismos europeos, no son dados a expresar sus emociones en forma abierta, a no ser que el alcohol cumpla con su labor desinhibidora. Por eso, verlos de rodillas, con la cabeza clavada en el piso, no es usual y representa, sin duda, un auténtico drama. Doha tuvo en Rostov su segunda versión. Otra vez, el fútbol saca aquello que parece guardado muy adentro del ser. (O)

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