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Chapecó, el silencio de una ciudad desconsolada que no asimila la tragedia
Todavía sin entender su desgracia, Chapecó amaneció ayer con el silencio del duelo antes de volver al estadio Arena Condá, a la hora en la que debería empezar un partido que ya no se disputará, el de la final que les robó la tragedia. Pese a las cintas negras que cuelgan de los edificios y las estatuas de la ciudad, nadie quiere creer todavía lo que ocurrió en la lejana Medellín. Entre las montañas de una noche terrible acabó el sueño del equipo que había roto la rutina de esta austera localidad de casi 200.000 habitantes en el interior de Santa Catarina, en el sur de Brasil.
Con su camisa verde del club y unas gafas oscuras protegiéndose el rostro, Carine Valer trata de asimilar una realidad que se abre paso a punzadas, tras más de 12 horas de llamadas, lágrimas y noticias horribles que solo empeoraban.
Su pareja, Adriano Bittencourt, era el jefe de seguridad del club y viajaba siempre con el equipo. Falleció junto a ellos en un avión que les llevaba hacia el sueño de los campeones sudamericanos, donde también había sitio para Carine. “No fui porque estaba en trámites con mi pasaporte, pero el viernes me dijeron que no llegaría a tiempo. Él me dijo que siguiera intentando, pero no resultó. Dios sabe cuándo debe hacer las cosas y creo que no era mi hora”, contó entre lágrimas.
Allí, a los pies del gramado del estadio Arena Condá convertido en doloroso punto de reunión de los familiares, intentaba procesar que ya nada sería lo mismo. “Él decía que me iba a dar una vida de reina y eso ocurrió en todos los sentidos. Desgraciadamente, no voy a tener nunca más esa vida, ni a él, ni su contacto”, afirmó antes de ser reconfortada por uno de los psicólogos que apoyaban a las familias.
Desde que se confirmó lo peor a primeras horas de la mañana del lunes, el Arena Condá no ha estado solo. Un cordón de camisas verdes, abrazos y sollozos entre el dolor y la conmoción rodeaba el estadio donde hace pocos días el ‘Huracán del Oeste’ fue más fuerte que nunca.
El joven John Víctor Carraro, de 18 años, no olvidará jamás aquella noche histórica en la que el equipo con el que aprendió a amar el fútbol se convertía en finalista de la Copa Sudamericana con él como testigo, tras eliminar al argentino San Lorenzo. Tampoco la de este ‘lunes negro’, que se le cayó encima cuando a las 03:00 de la madrugada ayudaba a sus vecinos a que el agua de la tormenta no les entrara en casa.
La tragedia lo sorprendió entonces y al amanecer ya estaba en el estadio con su camisa a rayas del Chapecoense y su gorra verde. Ahí, a las puertas de un gramado áspero que quemaba al sol, pensaba quedarse. “Nunca abandonaré este club. Con un amigo prometimos tatuarnos el escudo del Chapecoense si salía campeón, y el sentimiento hoy es todavía más fuerte”, contó este joven estudiante.
A pocos metros, cerca de donde se encuentra la estatua del Indio Condá que da nombre al estadio, los obreros de un edificio en construcción habían desplegado una larga cinta negra, mientras desde una grúa colgaba la bandera enlutada del equipo. Era un anticipo de la marea verde que estaba por llegar cuando el sol dejara de abrasarle su tragedia a Chapecó. Tras una misa en el centro, miles de hinchas caminaron juntos hasta el estadio, cubriéndose las lágrimas con los gritos en recuerdo de sus héroes.
Como si pudieran hacerles saltar de nuevo al campo, entraron en el estadio cantándoles “campeones” y empuñando sus celulares para imitar a las estrellas en una noche que no tendrá luz en Chapecó. “Me siento sin esperanza, nuestro sueño se acabó”, dijo Nelsiro Miranda, mientras intentaba consolar a los dos niños. “Desde las 4 de la mañana estamos despiertos. El día no amaneció todavía para nosotros, aún está oscuro”.
La fortuna que acompañó al ‘Chape’ en sus siete años de renacimiento -cuando pasó de estar al borde de la quiebra y en la cuarta división a la final de la Copa Sudamericana- le propinó su mayor revés cuando menos lo esperaba.
Pocos días después de que una ciudad que se sentía protagonista por primera vez pusiera un gran cartel con el arquero Danilo en una de sus avenidas. Un homenaje al héroe del equipo, a su pie salvador que valió una final y al joven que encarnaba la humildad guerrera de este equipo que luchó hasta el final.
Frente a su foto, y vestido con su camiseta del Chapecoense, al veterano hincha Jodelcir Pereira se le apagaba la voz. “Viendo la imagen siento mucha tristeza porque de mañana dijeron que estaba vivo y luego anunciaron su fallecimiento. Es muy doloroso que un ídolo como Danilo, que luchó tanto y estaba en su auge se vaya así”.
En el cartel donde se ve al arquero de espaldas celebrando una parada con las manos hacia el cielo aún se podía leer: “Hincha, gracias por luchar con nosotros en 2016. ¡Que venga 2017!”. Ahora en Chapecó se ha parado el tiempo. (I)
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La industria y la agricultura mueven la economía de esta urbe brasileña
Era de noche, ya madrugada en Chapecó, cuando ocurrió la tragedia. La tranquilidad del tiempo de descanso fue violentamente quebrantada por la noticia que nadie nunca pensó. La ciudad vivía un momento particular por la trascendencia deportiva de su único club, Chapecoense, que sobre la tarde del lunes había salido desde San Pablo rumbo a Medellín para disputar la primera final internacional de su historia deportiva.
En la ciudad, fundada en 1917, había expectativa y orgullo por el club nacido 60 años después, en 1973. El nombre del lugar viene del idioma guaraní y significa ‘Donde se ve el camino de la plantación’, por eso todo allí tiene que ver con el color verde, el que distingue al equipo de fútbol que perdió a sus representantes casi de manera completa al estrellarse el avión en el que viajaban hacia Colombia para jugar la ida de la final de la Copa Sudamericana, evento que mantenía en vilo a todos los lugareños.
Chapecó se ubica en el estado de Santa Catarina. No tiene playa, se emplaza sobre un morro y está a 550 kilómetros de Florianópolis. Cuenta, sin embargo, con cascadas naturales y su entorno es considerado como el más protegido y natural de la región.
Apenas dos horas bastan para recorrerlo. Quien camina por la ciudad de las subidas y bajadas advierte que allí solo importa el Chapecoense: escudos, banderines, camisetas exhibidas en vidrieras, todo tiene que ver con el club.
Su principal motor económico es la industria del agro y los frigoríficos, pero por estos tiempos también se ha transformado en una ciudad pujante en materia de tecnología. En 1973 celebró la fundación de la Asociación Chapecoense de Fútbol, club que cuatro años después, en 1977, conquistó su primer título regional. La institución nació por la fusión de los clubes Atlético Chapecó e Independiente y militó durante muchos años en las ligas de ascenso.
Hace poco más de 10 años estuvo a punto de desaparecer, producto de sus crisis económicas, hasta que dos empresas, Mastervet (veterinaria) y Kindermann (tecnología), lo rescataron en materia de finanzas. Desde entonces no frenó su ascenso, literalmente logrado en 2014, y poco más de dos años después había logrado clasificarse a la final de la Copa Sudamericana, instancia para la que viajó en el vuelo de la tragedia.
Los habitantes de Chapecó no comprenden lo que ocurrió. “La ciudad está arrasada, el dolor invade las calles, no tenemos consuelo”, dijo uno de ellos. La consternación se extiende a todo Brasil, pero en la localidad donde el Chapecoense es el gran orgullo todos saben que ya nada será igual.
Los restos de las víctimas serán llevados mañana a Chapecó y se realizará un velatorio en el estadio de la ciudad, informó el embajador de Brasil en Bogotá, Julio Bitelli, quien dijo a la prensa brasileña que los trámites se aceleraron a raíz de que los cuerpos pudieron ser identificados, ya que la aeronave no explotó. El recibimiento de los cuerpos, la identificación de los peritos brasileños, la entrega a los familiares y funerales, son tareas que serán realizadas a partir de la llegada de los restos en aviones que la Fuerza Aérea Brasileña envió a Medellín. (I)