Cuando asistí a la Reunión Mundial de Turismo Ético en la ciudad de Madrid, en 2010, me llamó la atención el uso de la palabra ‘ético’ y supuse, por simple razonamiento, que había también un turismo no ético. Se me informó entonces de la existencia de un turismo oscuro y sórdido relacionado con las drogas, con la prostitución o con el abuso a menores; uno que distaba mucho de los principios y normas de las organizaciones internacionales de turismo. En otras ocasiones, se hablaba de un turismo ‘irresponsable’, que evadía impuestos, mal pagaba a los trabajadores y engañaba a los visitantes con ofertas que no eran cumplidas; es decir, un turismo del engaño y del abuso.

En tercer lugar, también existe el turismo insustentable e insostenible, depredador de la naturaleza y las culturas del mundo entero. Uno de los mejores ejemplos de esto puede verse en las hermosas playas del Mediterráneo español, que fueron agredidas por enormes y baratos hoteles creados para recibir a cientos de miles de personas ávidas de vivir, por una semana o quince días al año, los placeres propios de estos establecimientos, pero sin reparar en el enorme impacto que estaban provocando en los entornos naturales.

Entonces, en 2011, se reunió en Quito la Organización Mundial de Turismo para establecer el término ‘Turismo Consciente’, adoptándolo como único modelo digno y decente.
El Turismo Consciente incluye al turismo responsable, sustentable y ético, que persigue desterrar por siempre las prácticas más denunciadas de un turismo nocivo para el desarrollo integral del ser humano y la sociedad. El Turismo Consciente debería privilegiar la práctica del turismo ecológico como verdadera alternativa para construir la tan anhelada sociedad del Buen Vivir. (O)