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El paciente indio lleva el peso, como en el libro original

El paciente indio lleva el peso, como en el libro original
24 de junio de 2011 - 00:00

Cuando Ken Kesey, el autor de “One flew over the cuckoo’s nest (Alguien voló sobre el nido del cucú)”, vio la adaptación al cine de su obra no estuvo de acuerdo con la decisión que tomaron Michael Douglas y Saul Zaentz al escoger a Jack Nicholson para encarnar a Radle Mc Murphy, el apostador compulsivo, acusado por estupro (relación sexual con una menor de edad) que finge demencia para llegar a un psiquiátrico en lugar de la cárcel.

Aquella queja de Kesey, quien publicó el libro en 1962, contra el  filme que dirigió el checo Milos Forman, estuvo justificada en la medida en que la versión que Nicholson hizo de  Mc Murphy dista de la descrita en el texto. Según su autor, el actor encarnó a un personaje menos tosco y más reflexivo, aunque para muchos creíble, al punto de ganar el Oscar, uno de los cinco que la película logró hace 36 años.

La misma reacción puede causarle a quienes leyeron la obra y, de paso, vieron la película, con solo enterarse de que David Reinoso, ampliamente conocido por sus múltiples personajes cómicos para la televisión, es el Mc Murphy (o más bien Joel Benavides) en la adaptación criolla al teatro que hoy, a las 20:00, estrena el director Jaime Tamariz, el mismo que ya se había atrevido con “El amante”, de Harold Pinter, y “La gata sobre el tejado de zinc”, de Tennessee Williams, desafíos de los que salió airoso.

El reto con Reinoso en el rol estelar representaba una apuesta más arriesgada por el simple hecho de igualar o incluso superar lo que el triple oscarizado Nicholson hizo en la versión cinematográfica.

De hecho, el nombre del actor de “Vivos” sirve como un gancho comercial por lo mediático que  es, pero  a la vez  no significa que sea un acierto de Andrea Náder (la asesora de personajes) o del mismo Tamariz para un papel tan complejo como el de Mc Murphy, en un trhiller psicológico que aborda esa línea delgada que existe entre la espontaneidad y la disciplina, impuesta por la licenciada Rada (interpretada por Montse Serra en la adaptación teatral y, como la fría Mildred Ratched, por la oscarizada Louise Fletcher en la versión fílmica).

Serra cumple con su rol de la enfermera represiva del psiquiátrico, mientras que Reinoso queda debiendo porque su interpretación (con sus gestos, caminatas con el vientre inflado y tono de voz) conducen irremediablemente al Panzón Pata Flaca, su personaje en la telecomedia “La pareja feliz”.

Quien sorprende es Marcelo Varas, quien representa a un creíble tartamudo suicida como Billy Tapia (el Billy Bibbit que en la gran pantalla interpretó Brad Dourif). No cae en el autoencasillamiento de sus cómicos personajes televisivos.

Y aunque Reinoso es el gancho, es más bien Andrés Garzón quien lleva el peso de la trama con su personaje del Jefe Anank (en el texto de Kesey es Brondem), un curandero shuar que se hace pasar como sordomudo para escapar de la realidad que se vive en el manicomio, pero que guarda amargos recuerdos de  lo que le ocurrió a su padre cuando estaban en la selva.

Allí hay dos aciertos. Uno de ellos es conservar la esencia del libro, en el que Brondem relata los hechos en primera persona, lo cual no ocurre en la película. El hecho de respetar la obra original le permite a Garzón expresarse a través de breves monólogos que paulatinamente van revelando sus represiones, con dos pantallas gigantes como recurso visual, a cargo de Carlos Ibáñez. Y eso  funciona porque desde la butaca el espectador puede darse una mejor idea del interior de Anank con los videos de cataratas y otros elementos selváticos acompañados por el sonido de Sebastián Romero.

La otra tarea difícil -y acierto- fue reescribir  el libreto en una jerga más popular, más bien guayaca, que a ratos se salía del contexto de thriller para convertirse en algo cómico. La adaptación de Denisse Náder y Andrés Crespo sale avante con variantes como las del partido de fútbol en lugar de la Liga de Béisbol que plantea la cinta de Forman o líneas como “Yo estoy loco porque voté por el ‘Loco’ (en referencia al ex presidente Abdalá Bucaram)”.

Tamariz también recurre a las coreografías (las de Chevi Muraday) para los custodios, que en el teatro lucen sin rostro y con movimientos cuadrúpedos, pero estilizados, que distan de la rudeza que en la película se aprecia con guardianes de raza negra, ataviados por corbatines oscuros que contrastan con el inmaculado blanco de sus uniformes.

El vestuario, la iluminación y la escenografía también tienen su mérito... En rasgos generales la adaptación local al teatro es respetable, pero no alcanza a helar los huesos como  ciertas escenas crudas del filme de Forman o como lo  hizo Kesey en su libro.

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