Un asilado político era/es un ser humano prevalido de unas ideas potentes. Y por eso su condición invoca/ba respeto, admiración, seguimiento de cada una de sus palabras y acciones. Por lo general era/es un hombre/mujer con afanes revolucionarios a partir de subvertir el sistema vigente/caduco. En sus palabras había/hay luz y mucha profundidad para reconocer el espacio, escenario y circunstancias como la inestabilidad y/o la incongruencia legal y social para la realización de los miembros de una sociedad. Ante todo es un último recurso que se utiliza como la tabla de salvación vital para asegurar la continuidad de un proyecto individual o colectivo. El asilo político no es una mera figura jurídica, aunque está sustentado como tal; fundamentalmente es la continuidad de la lucha por otros medios y en otros espacios hasta garantizar un retorno a esa lucha. No es un chantaje ni una cómoda salida a la realidad. Para utilizarlo hay que tener absoluta claridad de ideas y, no está por demás, la más plena honestidad intelectual y política. No puede ser el arma para evadir responsabilidades políticas sino para desarrollarlas. En este año hemos visto a ciertos personajes políticos, arropados de perseguidos, aduciendo riesgos para su vida, buscar asilo en embajadas de países latinos y uno en Europa. Sus argumentos son pobres y no revelan lo que publican los medios comerciales. Y tenemos a un australiano en una de nuestras embajadas a la espera del otorgamiento del asilo que de darse volcaría a la historia de la humanidad en un capítulo inesperado. Eso sí, marcaría un hito sin pronóstico aún. Por eso da pena que ciertos opositores asuman el asilo como un juego bochornoso sin una sola idea potente, ridiculizándose a sí mismos, porque queriendo convertirse en héroes de una trama épica son vistos como caricaturas de políticos sin ninguna relevancia.