Hay que decirlo frontalmente: las elecciones en Venezuela, de este domingo, tienen su peculiaridad, pero también un hondo sentido simbólico. No se trata de poner un reemplazo a Hugo Chávez Frías sino de sostener un proceso político, complejo y difícil, para actuar con soberanía y responsabilidad ante sus ciudadanos. Todo ello sin descontar que también se juega el liderazgo de ese país en la región tras varios años de estimular y crear las condiciones para una verdadera independencia.
Cierto que el principal opositor, ahora sí, ha reconocido el rol histórico de Chávez, también debe asumir que los cambios ocurridos en su nación no son para nada un retroceso. Todo lo contrario. Y en función de esas conquistas sociales, económicas y culturales es que la oposición y el candidato Nicolás Maduro han colocado el debate y el proceso electoral como una definición clara a favor del futuro y no de la recuperación de los privilegios de un pequeño sector económico.
Ahora bien, pase lo que pase el próximo domingo, hay también otro elemento para la reflexión: la presencia y autoridad del expresidente Chávez definirá algunas acciones y políticas. Eso llevará a discusiones, en la población y en los actores políticos, de la gestión administrativa del próximo mandatario en comparación con la heredad de Chávez. Con todo lo que implica, cada gobernante marca su sello y define los cambios, como ocurrió en Colombia, cuando muchos pensábamos que el actual mandatario sería la continuación de su antecesor en todo. La experiencia muestra lo contrario y por lo mismo desde el lunes próximo en Venezuela observaremos un proceso interesante cuyas virtudes y defectos revelará la historia.