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EE.UU. desconcierta al mundo. Su presidente, Donald Trump, cumple su promesa de campaña y pone en vilo a centenas de miles de personas que buscaban refugio en ese país y, sobre todo, impone miedo a quienes viven en él en calidad de migrantes. De aquí en adelante solo habrá miedo, sobresalto y tensiones.
Los cancilleres de varios países europeos han dicho que la discriminación es un acto que viola los derechos humanos, pone en reversa el desarrollo de la humanidad y abre un escenario para la violencia. Incluso hay quienes advierten una posible conflagración mundial de imprevisibles consecuencias.
Por lo pronto, el rechazo no es suficiente. La política de Trump incluye amenazas y chantajes. Ya lo hizo con México. Y no tendrá límite con ninguna otra nación, porque está convencido de que ha llegado la hora de devolver a la suya el poderío y el prestigio de potencia hegemónica, pero también para asegurar el bienestar interno.
Si se mira bien, también puede ser la gran oportunidad para establecer otro modo de convivencia mundial, otro tipo de relaciones comerciales entre diversos países, concurrencias de los bloques regionales para proyectos comunes, etc. Para América Latina también es la ocasión de mirarse entre sí y no solo hacia el norte. Lo ocurrido con México también es una lección para reconocer que jamás hubo integración con quien solo quiere poder. (O)