Nadie puede dudar de la enorme influencia estadounidense en el planeta. El solo hecho del cine o del idioma dan muestra de una hegemonía cultural sin precedentes. Por eso les gusta a sus gobernantes, sin mencionar la palabra, considerarse un imperio moderno, con la “responsabilidad” de velar por la “democracia” del resto de naciones.

Ahora, como si su soberanía se extendiera más allá de sus fronteras, casi hasta el confín del continente, el presidente Barack Obama, premio Nobel de la Paz, por más señas, aprueba una normativa para “contrarrestar la influencia de Irán en América Latina”. Y como en los mejores tiempos de la Guerra Fría, los mecanismos para su ejecución son de carácter secreto, solo el Congreso estadounidense podrá tener acceso a los informes de esta “noble tarea”.

¿Qué implica la aplicación de esta ley con carácter extraterritorial? ¿Los gobiernos de América Latina, de no acatarla, sufrirán bloqueos, castigos o sanciones, como ya ocurre con Cuba? ¿Tendremos la obligación de modificar nuestras relaciones comerciales, culturales y diplomáticas para que Obama no se resienta y nos prodigue  toda clase de atenciones? ¿Cada inversión iraní, cada ciudadano de ese país o lo que provenga del antiguo imperio persa será bloqueado, eliminado, detenido o sancionado? ¿Quién le ha dicho a EE.UU. que puede ordenar nuestras vidas y hasta definir con quién tenemos que relacionarnos?

Si vamos por eliminar influencias y garantizar a nuestros habitantes una verdadera autodeterminación para forjar una identidad propia, a nadie se le ocurriría aprobar una ley para que todo lo que venga de EE.UU. tenga sanciones y hasta agentes encubiertos para aplicarla. Claro, acá hay “neocriollos” que aplaudirán la medida contra Irán y harán coro, como si con eso su visa tuviera vigencia hasta que la muerte la expire.