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El Telégrafo

Una historia que se está reescribiendo

25 de julio de 2011 - 00:00

En el centro de la Cuenca del Guayas, y por su situación estratégica, los conquistadores españoles ordenaron el asentamiento definitivo de Guayaquil (15 de agosto de 1535, pero de recordación el 25 de julio del mismo año) en las faldas del Cerrito Verde, como único punto de entrada y salida al interior del país, ventaja natural que permitió su consolidación. Sin embargo, la concepción centralista y autosuficiente que impuso la cultura castellana, precipitó la emancipación.

En Carta de Jamaica, 1815, Simón Bolívar reconocía la situación de postración política de las futuras nuevas repúblicas independientes, para establecer y asegurar la fuerza del mestizaje étnico, cultural y político, capaz de resistir el filtro ideológico de la administración colonial y de la Iglesia.

Los levantamientos producidos desde la constitución de la República, en 1830, fueron alentados por la resistencia criolla guayaquileña contra cualquier gobierno que se atreviera a tocar sus privilegios. La poderosa oligarquía agroexportadora, calificada como antinacional, federalista e incluso separatista, confundió como suyas las  instituciones locales nacidas de la necesidad de proporcionar soluciones inherentes al rol del Estado, y que terminaron dirigidas -hasta nuestros días- por las mismas familias en una suerte de manejo circular cerrado a otros sectores sociales.

Esta singular manera de ser precipitó la Revolución del 6 de marzo de 1845 que reivindicó la abolición de la esclavitud y el tributo de indios; la Revolución Liberal, 5 de junio de 1895, y el predominio de intereses de clase que arremetieron contra el clero para insertar la economía del país en un nuevo orden social y económico; la Revolución “Juliana”, 9 de julio de 1925, que restó poder económico a la Costa con la quiebra del Banco Comercial y Agrícola, y  causó pérdida del valor de los Bonos del Estado, patrimonio de la Junta de Beneficencia.

Sin embargo, la opinión pública oligárquica siguió prevaleciendo en el manejo comercial, financiero y agroexportador, a pesar de que durante el siglo XX también hubo coincidencias sobre la soberanía nacional, obras de interés local o provincial y luchas contra el despotismo de gobiernos de facto. La insurrección del 28 de mayo de 1944, que congregó a liberales independientes, socialistas y comunistas -por primera vez- con la proclamación de José María Velasco Ibarra en la Presidencia de la República, y su casi inmediata dictadura, reveló la crisis de los partidos políticos y la fragilidad que se mantuvo hasta la primera década del siglo XXI, cuando los grupos económicos tradicionales de Guayaquil y la vieja partidocracia no pudieron evitar el respaldo masivo a los principios de la Revolución Ciudadana, la nueva Constitución y la obra pública sembrada en los cuatro puntos cardinales del país.

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