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Hugo Chávez Frías ha recibido el mayor y quizá más grande homenaje mundial. Cerca de medio centenar de mandatarios y jefes de Estado acudieron a su despedida y en cada uno hubo palabras históricas y memorables para un colega con el cual, a pesar de las distancias y hasta diferencias, hubo siempre respeto y admiración.
Si lo dicho y expresado significa un cambio de época, está más claro el legado del líder bolivariano porque marcó una etapa muy importante en la historia mundial. Chávez constituye ya ese símbolo del cambio político ocurrido en nuestro continente desde 1999, cuando por esos años todavía era “normal” que el neoliberalismo fuese el paradigma impuesto en nuestros países. Con su lucha y sus tesis sacudió a las élites supuestamente intocadas e incuestionadas.
Ahora, con todos esos mandatarios en el funeral, se puede comprobar que el mapa político cambió. De hecho, la ausencia de algunos presidentes también es un mensaje claro de esa transformación política en el planeta. Porque con ese vacío también sentimos cómo impactó la acción de Chávez en aquellos sectores políticos.
La despedida, entonces, marca una etapa histórica con mucho aliento de presente y de gloria. No son meros adjetivos: hay una fuerte carga simbólica para imaginar el futuro inmediato y todo el sentido que adquiere la política en Venezuela, tras ese acumulado histórico que deja Chávez.
En los procesos políticos las figuras y los líderes son definitorios para sus impulsos y desarrollos. Y también definen sus heredades por lo que hacen y dejan de hacer. Marcan rumbos que se impregnan en normativas y leyes. Dejan pautas. Por todo eso, ahora en nuestra región también es cierto que la marca de Chávez seguirá siendo una de las huellas con la que nos identifiquemos.
Despedir al mandatario venezolano ha sido un síntoma potente de los nuevos tiempos.