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Muchos de quienes mantenemos viva la llama de la esperanza cantamos anoche “Gracias a la vida, que nos ha dado tanto”, como nos lo enseñó Violeta Parra hace muchos años.
Y lo hicimos porque el Ecuador de 2011 es menos pobre y miserable que nuestros vecinos de la región.
No ha sido un asunto de suerte ni un regalo de la divina Providencia; todo se debe a la planificación en un régimen soberano. Pero la intención de esta columna, en un día como el de hoy, no tiene que ver con el mundo de los conceptos sino con el de las realidades.
Las metas sociales para los doce meses se han cumplido, a pesar de las premoniciones fatalistas de los viejos agoreros fondomonetaristas.
El 2012, que hoy empieza, ya no es el de la utopía, sino el de las concreciones, por todo lo andado, por las obras de infraestructura en marcha, por la posibilidad de darle estabilidad definitiva a un país azotado por el arranche del poder constituido y el imperio de la corrupción, a lo cual el gobierno de la Revolución Ciudadana ha combatido; también por las oportunidades de empleo generadas en la gigantesca obra pública y por los pasos agigantados en materia tributaria para que sepamos a dónde va a parar nuestro dinero.
A la medianoche de ayer, en cada esquina de nuestros barrios -los de abajo, por supuesto- la música habrá puesto su cuota rítmica, luego de las doce campanadas, para dejar atrás la nostalgia y empezar, con esa manera bipolar que nos caracteriza, el festejo por todo lo que nos espera en un año que no estará exento de todo mal -amén- a pesar de que, en otros sectores exclusivos del país, la servidumbre habrá sacrificado el calor familiar por esos veinte dólares extras tan necesarios para completar el escuálido presupuesto familiar.
En esos mismos lugares, lo que sobra de la cena lo habrán entregado con falsa generosidad a la Mary, a la Rosita o a la Mireya, para que coman con sus hijos, porque la ropita usada y una que otra cosa inservible seguramente ya las han obsequiado en Navidad.
Ellas son pacientes y saben que no falta mucho tiempo para que la explotación toque fondo y se revierta en una estructura de equidad y solidaridad.