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Según encuestas y sondeos de opinión realizados a la ciudadanía en varios sectores del país, uno de los principales problemas que los mantiene en guardia es la inseguridad. Los estamentos del Estado, conscientes de la preocupación, realizan esfuerzos para combatirla.
La reestructuración de la Función Judicial, por ejemplo, fue una decisión orientada a la búsqueda de soluciones en el corto plazo.
Hoy, además, está en marcha el debate sobre la imputabilidad de los adolescentes en delitos penales, el mismo que está centrado en el papel de la Policía, la Justicia, el Gobierno central, los municipios y el sector privado frente a las garantías que constan en el actual marco jurídico para los menores de edad acusados de algún delito.
Por su naturaleza de vulnerabilidad, las condenas fueron concebidas distintas a las de los adultos, situación considerada en su momento como un éxito para la doctrina de los derechos humanos. Pero nunca tomaron en cuenta que los organismos de seguridad enfrentaban con frecuencia a carteristas o asaltantes de buses que no llegaban a los quince años.
El fenómeno fue madurando lentamente hasta llegar a la figura del sicariato, e incluso violación. Los familiares de las víctimas se preguntaron por qué el castigo tiene que limitarse a la pena de un año en un centro de adolescentes infractores.
Fue entonces cuando esta inquietud se trasladó al Ejecutivo, que envió a la Asamblea Nacional la propuesta de reformas al Código Penal.
Cuando se trata de un tema coyuntural altamente sensible, bien vale la pena una discusión profunda. El consenso es posible, y la decisión, urgente.
Los sectores que padecen el azote de la delincuencia están obligados a expresar su opinión para cortar de raíz el argumento de que no fueron tomados en cuenta, o que se impuso un criterio predeterminado.