Ya varios académicos lo han dicho: los centros comerciales (shopping, malls, etc.) se han constituido  en esos espacios de relacionamiento y de encuentro de los ciudadanos urbanos. Ahí, prácticamente, pasan los fines de semana muchas personas: comiendo, comprando, paseándose, comparándose con los otros, etc. Y ahí mismo se construyen relaciones, simbologías mercantiles, usos y consumos de todo tipo. Es más: en esos escenarios se afirma un tipo de capitalismo extremo, porque la exacerbación del consumo ahí tiene todas sus ilimitadas expresiones.

Y como tal, ahí, en esos escenarios, también se realizan ahora casi la mayoría de transacciones financieras individuales: depósitos, transferencias, retiros, controles, etc. Los bancos entendieron que no podían “estar lejos” del cliente y colocaron ahí buena parte de sus agencias, algunas prácticamente como sedes de negocios.   

En otras palabras, los centros comerciales son espacios públicos, donde la gente hace parte de su vida. Por lo mismo, concentran personas y riesgos, como lo ocurrido en el sur de Quito. A pesar de ser administrados por empresas privadas deben tener y ajustarse a regulaciones de todo tipo. Ya han ocurrido desgracias muy lamentables y mortales en otros países por no contar con esas normas.

Lo ocurrido en la capital obliga a pensar y debatir sobre el sentido de los centros comerciales en la vida y espacio público de nuestras grandes y pequeñas ciudades. Por eso no estaría mal que la Asociación de Municipalidades se reúna con el Ministerio del Interior y con los propietarios de esos comercios para definir una política pública, de modo que se garantice la vida de los ciudadanos, se establezcan disposiciones y normas para evitar cualquier desgracia humana, bien sea por la delincuencia o por un incendio o algo parecido. No hay que dejar pasar mucho tiempo para afrontar estas urgencias por el bien común.