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Incluso los más suspicaces, escépticos y hasta incrédulos lo confirman: la política ya no es lo que era después de siete años.
Hay varios datos de la realidad que lo confirman: las famosas pugnas de poder desaparecieron para dar paso a una gobernabilidad de consenso social y popular; los contenidos de los debates no se camuflan de acuerdos y pactos porque ahora norma una Constitución legitimada en las urnas y con prestigio internacional; y el proyecto político en vigencia no se sostiene en los grandes grupos económicos ni de poder fáctico, por tanto, tiene mucho más sentido histórico y un simbolismo trascendente.
De ahí que evaluar lo más significativo de estos últimos siete años conlleva una profunda distancia crítica, pero a favor de la realidad y no de los prejuicios y odios particulares.