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Apoyar la industria del carbón, en pleno siglo XXI, es como si un empresario incentivara el uso del fax entre sus colaboradores. Eso es lo que ha hecho Donald Trump al retirar a su país del Acuerdo Climático de París.
Según él, el tratado obligaba a cerrar las minas de carbón, populares en el Medio Oeste, que le dio la victoria en noviembre pasado. No ocurría así en China, por lo que en la práctica los empleos se trasladaban.
Como la tecnología ha avanzado, el carbón se ha convertido en un combustible obsoleto. El mundo mira ahora a las energías renovables por lo que las minas se cierran de manera natural, no por política.
Ciertamente el Acuerdo de París no puede considerarse una panacea, ya que presenta fisuras en su estructura -por ejemplo, no contempla sanciones de ningún tipo para los que incumplan- y su meta resulta poco ambiciosa, pero es lo único que tiene el planeta para luchar contra una amenaza existencial para el ser humano: el calentamiento global.
Ahora que el principal país contaminante decidió no reducir la emisión de gases de efecto invernadero, probablemente los demás actuarán de la misma manera. Con Donald Trump en la Casa Blanca el mundo entra a un período de incertidumbre; tal parece que el tablero de la geopolítica internacional se está reacomodando. (O)